Bilbao
EL maestro Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932) cataloga los tipos de piano como podrían clasificarse a las personas con que uno se encuentra a lo largo de la vida: "El aliado, el enemigo y el traidor". A sus "80 + 1" años, y con una multitud de premios y honores a sus espaldas, son pocos quienes dudan de que tendrá al piano -y al público- como fiel aliado en el concierto que ofrecerá el próximo 20 de diciembre, en el Teatro Campos Elíseos de Bilbao. Ese recital dará inicio a un ciclo de conciertos que lleva su nombre, con el que el teatro bilbaino y la Fundación SGAE pretenden rendirle homenaje.
Pese a su extensa y prolífica carrera -ha actuado con más de doscientas orquestas y bajo la batuta de más de 300 directores-, el pianista confesaba ayer que aún le tiemblan las piernas antes de salir a escena. "El miedo escénico puede sobrevenirte cinco minutos antes del concierto o un año antes, cuando recibes el contrato", puntualizó. "¡Qué me dices! ¡No me digas que después de tantos años no se cura!", intervino con sorna Marta Zabaleta (Legazpi, 1965). La pianista y profesora de Musikene participará en este ciclo con un recital el próximo 10 de abril. "Forma parte de nuestra profesión", continuó Achúcarro, que incluso afirmó amar este sentimiento. "No hay más remedio que amarlo; si no, ¿qué hacemos? Para mí, salir al escenario es meterte de hoz y coz en él, y dar lo mejor de ti en ese momento, pase lo que pase", resolvió.
Orgulloso de su título de Hijo predilecto de Bilbao, admite que tocar en la villa "representa una alegría y a la vez una responsabilidad", por lo que procurará interpretar su programa -el cual incluye, entre otros, piezas de Albéniz y Ravel- "en el mejor estado físico y mental posible". Asegura no tener ninguna manía o ritual especial antes de salir a escena. Eso sí: se recomienda dormir una siesta "importante". "Desde luego, cuando se duerme mal, se toca mal", aseveró.
El maestro bilbaino agradece que un ciclo de conciertos lleve su nombre: "Es un honor, ¿qué más se puede pedir?". Para Rubén Fernández Aguirre (Barakaldo, 1974), otro de los participantes en el ciclo, se trata de mera justicia. "Achúcarro es un referente fundamental en nuestra profesión, por su calidad humana y, por supuesto, por su sonido, por los colores que emanan de su música", elogió el joven pianista, quien actuará el próximo 30 de enero junto a María José Montiel. La mezzosoprano regresa a Bilbao después del percance que sufrió en plena representación de Rigoletto, con la ABAO, pues una caída le provocó una rotura de clavícula y de una costilla. "En el concierto dedicado a Achúcarro podrá quitarse esa espinita", apuntó quien le acompañará al piano.
el pianista y sus 'pleitos' Durante la presentación del ciclo ayer en el Teatro Campos Elíseos, Achúcarro planteó dos interesantes debates con la naturalidad que le caracteriza: "Ahora que estamos en familia -bromeó-, ¿cómo puede la SGAE combatir la piratería?". Tras un silencio ensordecedor, el presidente del Consejo territorial de la SGAE en Euskadi, Xabi Puerta, respondió: "No tenemos armas para combartirla, pero eso se arregla con leyes y educación; es un asunto que precisa no solo de labor policial, sino también pedagógica". Zanjada esta cuestión, Achúcarro quiso comentar con los presentes el sorprendente caso de una joven pianista que podría enfrentarse a más de siete años de cárcel, por molestar a una vecina con sus ensayos. "Al piano se le puede poner una sordina, y siempre que se practique dentro de un horario razonable -¡no se puede tocar la Navarra de Albéniz a las tres de la mañana!-, no tendría por qué causarle molestia a nadie", comentó "gure (nuestro) Rubinstein", como se refirió Marta Zabaleta al maestro.
Achúcarro recordó una anécdota protagonizada por el pianista norteamericano Julius Katchen, cuando este residía en Francia y llegó a un curioso acuerdo con sus también susceptibles vecinos. "Cada día, a las ocho de la tarde, les ofrecía un concierto en exclusiva con las piezas que había ensayado durante la jornada", relató el maestro, que trajo a colación su época de estudiante en Viena. "Aquello fue brutal, allí estudié como nunca en mi vida, 48 horas semanales. Una vez cogí una gripe que me alejó del piano y entonces los vecinos se extrañaron y preguntaron a la casera: Y a este, ¿qué le pasa que no toca?", recordó con una sonrisa. En cuanto al pleito al que se enfrenta la intérprete catalana, deseó que esta no termine en la cárcel. "A los pianistas debería preocuparnos este juicio", apostilló.
Conquistas inconclusas Su perseverancia infatigable le impulsa a seguir afanándose en el que considera es el cometido de cualquier pianista, "intentar descifrar el mensaje interior de las obras". Empero, esa búsqueda parece no tener fin. "Cada conquista que haces en tu arte, cada hallazgo, genera nuevas preguntas. Y hay que seguir, hay que seguir, hay que seguir...", reiteró. No teme adentrarse en la materia oscura de la música. "Ha habido algunos intentos de asociar las tonalidades a determinadas sensaciones, a colores -el compositor ruso Alexander Scriabin estudió sobre ello-; y parece que todos coincidimos en que el do mayor representa al color blanco, es luz, ¿por qué? ¿Por qué existe, de otro lado, la vocación? Es un misterio, que supongo se resolverá a mediados de este siglo", vaticinó el maestro que cada día dialoga con los autores cuyas piezas interpreta al piano. "Cuando estudias una obra en profundidad, hay momentos en que preguntaría a Schuman, por ejemplo: ¿pero para qué has hecho esto?", se sinceró, risueño. Ahora dedica "muchas menos horas" al estudio del piano. "Hay que pensar en un montón de cosas, las clases, los conciertos, etc. Por suerte, la etxekoandre se encarga de casi todo, sabe muy bien lo que busco y lo ve todo en perspectiva", señaló el maestro, dirigiendo su mirada de Paul Newman a su inseparable compañera, la pianista Emma Jiménez.