Programas 'a la carta' Para cocinar mejor y con hábitos saludables
Los variados programas de televisión relacionados con la gastronomía siguen cosechando éxitos, pese a que cada vez se cocina menos. No obstante, más allá de enseñar a cocinar y de mostrar hábitos saludables, pueden despertar el apetito y aumentar el sedentarismo del espectador
E N la parrilla de la televisión hay ofertas para todos los gustos. Además de los formatos "de toda la vida" -la clásica cocina con un chef que enseña distintas recetas-, en este momento hay muchas otras propuestas televisivas relacionadas con la gastronomía: desde realities y concursos, hasta programas de curiosidades que documentan la existencia de restaurantes extremos con raciones desmesuradas o menús hipercalóricos.
Algunos programas intentan promover una alimentación de calidad, mientras que otros ensalzan hábitos dietéticos muy poco saludables. El punto de partida, el formato y el contenido son muy diferentes, por supuesto, pero tienen algo en común: la finalidad de entretener. Así, el ocio y el disfrute son los principales ingredientes de estos programas, incluso en aquellos con pretendida finalidad documental o didáctica.
Las investigaciones que han analizado este tipo de espectáculos muestran que, en general, no suelen enseñar o promover habilidades culinarias (las necesarias para poder cocinar por nosotros mismos), sino que más bien buscan lo que cualquier otro programa no informativo de televisión: entretener, distraer, conseguir que el espectador pase un rato ameno, de ocio. Es por ello que muchos de ellos utilizan técnicas que crean, durante la receta, una combinación entre aventura, emoción y sensualidad, olvidándose de mostrar con precisión cómo se preparan los platos, desde el paso a paso del proceso hasta la cantidad exacta de cada ingrediente.
Por otro lado, los platos que se proponen en estos programas son, en su mayoría, irrealizables en una cocina doméstica, dado que la cocina de casa no cuenta con los enseres o los ingredientes exóticos que sí hay en un plató de televisión. No obstante, tienen tanto éxito en parte porque responden a una realidad: es la propia población quien no busca aprender y practicar en su casa, sino que siente la necesidad de ser entretenida, o bien de creer que alguien cocina para ella (cuando obviamente no es así). En algunos casos, hay quien cree que será capaz de crear ese plato tan sofisticado por sí mismo y casi sin esfuerzo, algo muy improbable (y que, en su caso, generaría una pila de platos sucios que la tele omite).
La principal crítica a esta clase de programas es que muchos de ellos promueven y prometen la felicidad a base de llenar el estómago. Una felicidad inalcanzable que busca el placer solo a través de la comida. Con frecuencia se hace caso omiso de las posibles consecuencias para la salud del consumo excesivo de alimentos o de la ingesta elevada de determinados productos, como son los alimentos salados o los cárnicos y sus derivados (no es lo mismo utilizar tocino que aceite de oliva, por poner un ejemplo). Generan una ambivalencia en la que, por una parte, se promueve un consumo excesivo o desequilibrado, pero a la vez se ensalza el ideal del cuerpo, ya que se cuida con mimo la estética del espectáculo y de los "chefs".
No se debe obviar, además, que los anuncios que aparecen antes, durante y después de estos programas suelen ser de alimentos superfluos altamente calóricos. Por otro lado, también se suelen obviar las posibles consecuencias ambientales de crear platos que supongan un importante desecho de residuos, así como las de integrar en todas las cocinas productos exóticos procedentes de los cinco continentes en lugar de fomentar la cocina con productos locales, de kilómetro cero.
En los concursos de cocina la cosa es aún más grave, ya que de ninguna manera aparece una receta que se pueda aprender: los concursos van demasiado rápido como para que los espectadores anoten consejos prácticos, por no hablar de que la clase de cocciones que ahí aparecen jamás se podrían realizar en una cocina casera.
Estos espectáculos despiertan el apetito y fomentan una exuberante y casi infinita variedad culinaria (no exenta de riesgos, como detalló EROSKI CONSUMER), mientras mantienen al espectador sentado delante de la tele: un círculo que puede acabar, para muchos individuos, en un exceso de peso difícil de revertir.
Si bien es cierto que cuantas más horas se pasan sentados, mayor es la ganancia de peso (y también los riesgos de padecer diabetes o enfermedades cardiovasculares), hay estudios recientes, como uno publicado en junio de 2013 en BMJ Open, que muestran que de entre todas las conductas sedentarias, la de ver la televisión es la que más hace que aumenten nuestras células grasas. La televisión ejerce un efecto sumatorio al hecho de dejar de gastar calorías. El porqué se puede hallar en la publicidad, en los estigmas que genera este medio o en el hecho de que cuando se ve la tele se come sin darse cuenta. Así, los programas televisivos en general y los de cocina en particular pueden poner una pizca de condiciones para acabar ganando peso con los años.
Acerca del sedentarismo, la televisión y la comida, una reflexión interesante es la que hace el periodista Michael Pollan, no solo en The New York Times, sino también en su libro Saber comer. Su conclusión es: si quieres comer menos, cocina por ti mismo.
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