Donostia
LA Galería Ekain, de Donostia, presenta a los diez años de la muerte de Raul Urrutikoetxea (Donostia, 1962-2002) una pequeña muestra antológica donde se recogen obras de su colección particular, además de otros hitos, ya mostrados en anteriores exposiciones: dibujos, acuarelas, grafitos, grabados y acrílicos. Su adscripción a los Nuevos Realismos, en este caso de carácter social y mágico, daba siempre preferencia al dibujo sobre el color, mostrando una clara preferencia por las arquitecturas y espacios vacíos y degradados, de sintaxis racionalista de los años 20 y actuales, así como por la figura humana, un tanto desdibujada y en movimiento.
La exposición se abre con dos acuarelas, Desnudos masculino y femenino (1980) y dos Retratos de Marisa Medina y otra artista, algo más expresionistas y distorsionados que el puro realismo.
Del 91 se ofrecen dos magníficos paisajes de Rocas, excelentes grafitos, lo mejor de la muestra, de carácter también expresionista y con un cierto aire romántico y autobiográfico.
Y comienzan en el 91 y 92 sus Paisajes de arquitecturas, la esquina del Hospital de Donostia, 4 Momentos indeterminables, buenos paisajes del nuevo Bilbao, con el Guggenheim incluido, grafito sobre escayola de delicados resultados, hasta llegar a sus paisajes de Construcciones industriales degradadas (2002), torres y elementos arquitectónicos, que parecen augurar su propio destino; en ciertos momentos de su obra aparece este espíritu corrosivo y destructivo. Para terminar en esa Construcción silente y vacía de Zuatsu, puro minimalismo (2002), remanso de paz y armonía. Acrílicos un tanto fríos, y grabados, más humanos, son las técnicas con las que resuelve estas obras.
Junto a las mismas aparecen también objetos de uso cotidiano, iconografía tan querida también por los Nuevos Realistas, el Sillón y la lámpara sobre la mesilla, en reposo, o caídos (2000), ¿metáfora o simbolismo de si mismo? Y, para finalizar, 150 hombrecitos, hombres y mujeres de rostros deslavazados, inquietantes, en reposo clásico o en movimiento, plasmados a la manera de puzzle o tablero, en tabletas individualizadas, y que se plantean como objetos únicos o en serie. Manos del propio artista, elaboradas en escultura realista, y una cabeza de hombre, más expresionista, cierran esta pequeña muestra.
Estos son algunas de las más de 700 obras catalogadas por el Koldo Mitxelena en su momento, que nos dejó un hombre de porte clásico, sereno, tierno y melancólico, que se refleja muy bien en su obra, hoy entre nosotros. Una obra que nació para ser vista y adquirida por todos, y no para quedarse anclada o en reposo en las paredes de su propia casa, tal y como ha decido su propia compañera de camino.