BILBAO. Iban Nikolai ha cedido el sonido de su didjeridoo a Oreka TX, Zea Mays, Pascal Gaigne o Briganthya. Ahora publica su cuarto disco, Organika, en el que alterna placidez y ritmo e incluye versiones de Prodigy y Deep Purple. "Su sonido no desentonaría en una discoteca de moda", explica.
¿Cómo se enamora un vasco del didjeridoo?
Con los primeros discos de Jamiroquai, que tenían un sonido hipnótico que me atrajo. Unos meses después descubro el instrumento en un concierto, en Londres. Años después me regalaron mi primer didjeridoo de bambú y desde entonces somos inseparables.
¿Es una rara avis en el plano musical de Euskal Herria?
Sí, tengo un poco esa sensación. Al ser un sonido desconocido y en general carente de melodía, los oídos no están acostumbrados a tales frecuencias. No está siendo fácil integrar este sonido en Euskal Herria, pero todo tiene su proceso natural. Yo estoy contento con la labor de darlo a conocer. El didjeridoo no es un instrumento raro, sino diferente.
Su sonido, a priori, parece limitado.
Melódicamente no es el instrumento más completo. De hecho, en la práctica tradicional se utiliza co-mo instrumento de percusión, aunque físicamente sea de viento. Hay que tener en cuenta que se trata de uno de los primeros instrumentos de viento, con 20.000 años de historia. Los originales son troncos de eucalipto vaciado de forma natural por las termitas y dan solo un tono al no tener digitación. Solo dispone del agujero por el que se sopla.
Pero usted logra sonidos diversos.
Además de algún didge original, utilizo uno extensible y cromático que cambia de tonalidad en la melodía y percusión. En cuanto a registros, es muy rico en comparación a otros instrumentos modernos porque se aproxima al más completo: la voz. Además, hago mis pinitos también con el beatbox (percusión bucal) y sus posibilidades crecen con la respiración circular, técnica que se usa para lograr un sonido ininterrumpido.
¿Cómo aprendió a dominarlo? Creo que vivió en Australia con los aborígenes, ¿no?
Sí, estuve en la cuna del didgeridoo (Arnhem Land, norte de Australia) y con los aborígenes, que me enseñaron la técnica del yidaki (didjeridoo) tradicional. El instrumento proviene de esa parte del norte, no de toda Australia. Por eso hay poblaciones aborígenes que no tienen referencias de él.
¿Cómo vivió esa experiencia?
Fue muy enriquecedora. Para ellos no es un instrumento sagrado sino de acompañamiento. Es una cultura animista, con sus propios dioses. Mi maestro me dijo que su Dios le dio el don para tocar el yidaki. El didge se integra en sus cantos de ceremonia, bien sean de carácter profundo o religioso, así como en los festejos. Tocan unos palos, cantan y las mujeres bailan. Tradicionalmente, a las mujeres les está prohibido tocar el instrumento porque existe el riesgo de quedarse embarazadas, dicen.
Físicamente parece duro tocarlo.
Es una ardua tarea, hay que estar en forma. En contraposición, hacerlo sonar es relativamente fácil.
Este es su cuarto disco. Ha colaborado en grupos como Samar y Acoustic Glorious y con músicos como Zea Mays, Oreka TX, Briganthya? ¿Todos han influido en su ecléctico estilo?
Siempre se aprende de los proyectos en que uno se sumerge. He tenido el privilegio de trabajar con buenos profesionales y en formaciones de diversos estilos: folk, rock, metal, house, flamenco? Mi estilo es muy personal, resultado de horas y horas de ensayo en solitario.
El CD alterna lo más telúrico y de raíz con el beat box y la electrónica.
Exacto, aunque siempre respeto el carácter orgánico del mismo; es decir, utilizo instrumentos de raíz poco manipulados, como el arpa de boca, el beat box o el propio didge y solo utilizo una base electrónica en todo el disco. Todo lo demás es sonido orgánico, de ahí su título.
Pero resulta difícil encasillarle en el campo de la música folk o étnica.
Es que yo me veo tocando tanto en una discoteca como en festivales de músicas del mundo, folk o electrónica.
¿Los guiños al rock y a la electrónica punk (Deep Purple y Prodigy) reflejan sus gustos?
Me gusta todo tipo de música, aunque me cuesta oír jazz y música clásica. La electrónica siempre me ha atraído, como el hardcore melódico. Prodigy y Deep Purple son referencias universales y para acercarme al público he decidido versionarlos con un instrumento aún desconocido. Con Samar hicimos ya versiones de Red Hot Chili Peppers, el My Sharona de The Snack y algo de Weather Report y Jamiroquai.
El disco combina lo onírico con lo rítmico y bailable.
Busco una combinación entre ambientes relajantes y de expansión a través de movimientos suaves, con momentos de explosión y ritmos infatigables. Creo que el didgeridoo no desentona en una discoteca de moda. De hecho, lo que se oye en ellas (house, tecno, drum´n´bass, dubstep, etc?) parten de estos instrumentos ancestrales que inducen al trance y al movimiento interno y externo del cuerpo.
¿Cómo son sus directos?
En ellos esta música adquiere su sentido real. Yo lo veo como una experiencia para bailar. A veces sumamos la danza tribal de la bailarina Stefanía García y las proyecciones de Jon Manterola. Llevo algunas bases pregrabadas y exploro hasta el sonido de un tubo de PVC. ¡Creatividad al poder!
Se ha editado usted el disco. ¿De-masiado arriesgado para los tiempos actuales?
Es autoeditado aunque se puede encontrar en las tiendas Elkar o adquirir en www.ibannikolai.com. La crisis ha influido en esta decisión, un paso de autosuficiencia, lo que se refleja también en mi trabajo.
¿Se puede vivir profesionalmente del didjeridoo?
Con mucha pasión y esfuerzo vivo profesionalmente de la música, prácticamente desde que conozco el didgeridoo. Eso sí, combino la docencia con los conciertos.