El 8 de octubre de 1921 empieza a publicarse en Bilbao una revista ilustrada llamada Garellano, dirigida por José Ribera Font y con oficina en el Majestic Hall de la Gran Vía, que estrena portada dando lugar de honor a Nuestra Señora de Begoña. El semanario se presenta como una obra modesta y desinteresada que tiene la intención de contribuir a mantener el lazo entre los soldados que son llevados a Marruecos y los familiares y amigos que se quedan suspendidos por la tristeza y por la espera.
Sin embargo, la redacción es ampulosa y belicista desde el primer artículo, cuando Joaquín Adán hace alarde de demagogia: «Pocas veces le ha sido posible a Bilbao ennoblecerse con un hecho de tan alta moral como este de enviar sus hijos a la guerra».
La partida del segundo batallón del Regimiento de línea que guarnece Bilbao y se llama Garellano da la idea al redactor de explicar la extraña historia del nombre. Y se remonta nada menos que al año 1503, cuando la conquista de Nápoles por parte del Gran Capitán […]
Pero, al margen de los gloriosos 'recuerdos históricos' de Eduardo López del Olmo, el Regimiento de Garellano se fundó, de hecho, cuatro siglos después, sobre la base de los batallones de reserva de Alcázar de San Juan y de Ciudad Real, que fueron trasladados de Madrid a Bilbao. El motivo del traslado de los acuartelamientos y la fundación del Regimiento de Garellano fue la sedición política que a la sazón emergía en Vizcaya. El principal propósito del nuevo establecimiento castrense consistía en sostener el orden en la zona minera, coartando las movilizaciones obreras que causaran disturbios.
El Garellano venía siendo, según Joaquín Adán, pero lo dice ahora que el Garellano debe combatir en Marruecos, un regimiento demasiado inmóvil, demasiado amable: «Servir en Garellano significaba distanciarse del peligro. Había en las minas y en las fábricas una especie de propósitos aviesos. Garellano solo tenía que estar presto a reprimirlos, limitando su empuje militar a operaciones de policía interior».
Camino del Rif
Ahora es distinto, van lejos a matar infieles, y a morir temerariamente. Incluso los aviesos obreros de la margen izquierda y los díscolos aldeanos vascoparlantes van a alcanzar la gloria mediante el uniforme. Asegura Joaquín Adán que esos felices veinteañeros que marchan con el fusil al hombro hacía la guerra en tierra de infieles se ennoblecerán de una manera imborrable, aunque no se dan todavía cuenta de la transcendencia y profundidad de su suerte.
Carga cada uno su equipo de reglamento. En el morral de la espalda llevan un traje kaki completo como repuesto, una guerrera de paño, dos mudas blancas completas, dos toallas, seis tirillas y tres pañuelos. En la bolsa de aseo llevan un cepillo para la ropa, un cepillo para dar betún al calzado, un cepillo para sacar brillo, y otro específicamente para los botones, una tablilla para limpiar los botones, un espejo, una tijera, un alfiletero, un dedal, seis agujas, una pastilla de jabón y varias clases de hilo. En la bolsa de costado llevan un plato, cuchara y tenedor, todo de hierro estañado. En el cinturón llevan una bota de aluminio forrada de fieltro y un jarrillo de hoja de lata. Rodeando el cuerpo llevan una manta de lana de color pardo.
El papel de las mujeres es el de asumir un heroísmo silencioso, íntimo, abnegado. Cómo esperar, hasta cómo escribir una carta se les dicta a las mujeres del soldado, 482 para que el soldado tenga confianza. La madre, la hermana, la novia deben pensar que el soldado está sufriendo, y que las palabras de ánimo alientan y las palabras consternadas deprimen:
«Toda queja, toda protesta, todo presagio, todo lamento formulado por los que aquí quedan, es un pecado y una maldad».
No solo eso. Corresponde a las mujeres sostener el patriotismo y la bravura de los hombres con «fuerza ejecutiva», según Joaquín Adán, al punto de negarse a abrir la puerta de casa a quien vuelva derrotado. Un pueblo en que las mujeres den coraje y firmeza a los hombres será invencible, sentencia el demagógico redactor de Garellano. Es tan importante su función que han de resignarse a esa misión en la organización de la sociedad:
«Acaso vuestro destino, en paz o guerra, no sea otro que el de dar a un hombre sonrisas felices, a costa del dolor de vuestro corazón».
Parece que ya se sabe qué tiene que hacer cada uno. […]
Sin embargo, hay fisuras. Cuando en el número 4 de la revista se publican las fotografías de las cabezas cercenadas de «dos moros traidores muy conocidos en Melilla», al lado de un titular referido al «humor de nuestros soldados», parece que alguna sensibilidad lo reprocha y se refleja en los siguientes números.
Fisuras en la desinformación
Pero la censura y la desinformación sufren pequeños desastres, como el que está implícito en el ABC del 25 de agosto de 1923, en cuya página 15 se cuenta la llegada a Melilla del vapor de transporte de soldados procedente de Málaga:
«Al muelle se enviaron algunas parejas de la Benemérita.
También acudieron al muelle los jefes y oficiales que se hallaban francos de servicio.
Los soldados expedicionarios, después de desfilar entre vítores a España, quedaron alojados en los barracones próximos al cuartel de Cabrerizas.
Para instruir diligencias ha sido designado el juez de la plaza, teniente coronel D. Manuel Lorduy.
Como medida de precaución, de madrugada zarpó el acorazado España, que salió al encuentro del vapor correo, no encontrándolo a causa de la espesa niebla reinante».
En la página 26 se recoge la última comparecencia del Consejo de Ministros. Repleta de sobreentendidos y doble lenguaje, la crónica es bastante desatinada: «Respecto a lo de Málaga, ya saben ustedes que este asunto está terminado, dice un ministro. A lo que un periodista le pregunta: «Pues si está terminado, no sabemos por qué continua la incomunicación con la población». El ministro de Marina dice entonces que tiene unos expedientes pero no sabe si puede hablar de ellos. El duque de Almodóvar manifiesta, cortándole, que «la huelga de albañiles» continuaba igual y que de Bilbao no tiene nuevas noticias, lo que le hace suponer que «la normalidad no se ha alterado». Los periodistas se quejan entonces de la falta de criterio a la hora de la censura telefónica, a lo que un ministro responde que se intentará hacer bien las cosas. Finalmente, el general Luis Aizpuru, ministro de la Guerra, resta importancia a los incidentes supuestamente ocurridos en Sevilla, o en Málaga.
En el Consejo de Ministros se había tratado extensivamente el tema, es decir: «Se comentó mucho el tono general de algunos periódicos al comentar o referir cosas de Marruecos y los sucesos de Málaga, comisionándose el duque de Almodóvar del Valle para que convoque una reunión de directores de periódicos y tratar el asunto».
Los sucesos del día anterior
El ABC del día siguiente se veía obligado a ofrecer algunas informaciones sobre lo ocurrido el día 23 en el puerto de Málaga, que no tenían que ver con «la huelga de albañiles» precisamente. ABC lo hacía indirectamente, como eludiendo responsabilidades, transcribiendo el texto publicado el día anterior en El Cronista, periódico de Málaga: «Porque entendimos -dice nuestro colega El Cronista- que era patriótico encubrirlos con un discreto silencio, nada quisimos decir ayer sobre los deplorables incidentes registrados en la noche anterior al embarcar las tropas expedicionarias para Melilla. Los hechos que silenciamos, antecedentes de los ocurridos ayer, son ya dominio público, e incluso fuera de Málaga. Por tanto, huelga ya que recatemos a la publicidad sucesos que han sido divulgados.
Anteanoche, en efecto, poco antes de zarpar el buque Lázaro un grupo de soldados, según la voz general pertenecientes al regimiento de Garellano, prorrumpió en gritos subversivos al entonar la banda la Marcha Real.
No contentos con esto sacaron los revoltosos una bandera de Vizcaya, que intentaron hacer ondear en el buque, lo que, naturalmente, no les fue permitido.
De añadidura los soldados del grupo, sobre dar pruebas de su «bizkaitarrismo», arrojaron al suelo las municiones.
Un cargador completo le fue entregado -según nos aseguran- al jefe de Estado Mayor, comandante Alfarache, por un paisano.
En medio de tal escándalo, zarpó el barco, y en aquel instante oyéronse algunos disparos sueltos de fusil».
No fue un hecho aislado, sino una insubordinación bastante continuada que vino sosteniéndose a lo largo del viaje en tren entre Bilbao, Madrid y Málaga: «tanto los de Garellano, que embarcaron anteanoche, como los soldados que ayer se descarriaran, dieron pruebas de indisciplina durante su viaje a Málaga, no mostrando ante los oficiales la corrección debida, desobedeciéndoles con frecuencia e irrumpiendo y causando daños en las estaciones donde los convoyes se detenían.
Tan es así, que según otras noticias, algunos oficiales encargados de conducir pelotones al vapor que había de transportarles a Melilla solicitaron custodia de la Guardia Civil, pues temían una sublevación».
Los sucesos de Málaga
Los incidentes protagonizados por los del Garellano, de signo nacionalista vasco a ojos de El Cronista de Málaga, fueron los antecedentes de los hechos que se produjeron al día siguiente, más graves aún, porque produjeron cadáveres en tierra peninsular y resultaron imposibles de silenciar.
El día 24 esperaban el embarque hacia Melilla cerca de 1.200 soldados, «entre los cuales había un exaltado grupo de catalanes». Muchos de ellos, pertenecientes a los regimientos de Navarra, Príncipe, Guipúzcoa, Galicia y cuarto de Zapadores y Minadores, con sede en Barcelona, se amotinaron, mientras los de Álava y Borbón mantenían la disciplina.
Los amotinados salieron del cuartel de Segalerva, matando de un balazo en el pecho y otro en la frente a José Ardoz, suboficial de Ingenieros que intentó contenerlos. La 'soldadesca' avanzó hacia el cuartel de Capuchinos con la intención de que los allá acantonados engrosaran la sedición, pero la guardia de este cuartel tiroteó a los amotinados. Entonces se formaron varios grupos, unos se dirigieron hacia la estación de ferrocarril, a donde debía llegar un tren militar, y otros se dispersaron para esconderse en las barriadas de la ciudad o internarse en el campo.
El ABC del 26 de agosto informaba que ya habían sido detenidos 74 de los amotinados, y continuaba la busca y captura de los escapados. El ABC del día 28 presentaba en la portada a José Sánchez Barroso, cabo a quien se hacía máximo responsable del amotinamiento. Fue condenado a muerte, aunque le fue conmutada la pena. Bajo la fotografía un interesante artículo de José María Salaverría, un elogio del carlismo en cuanto movimiento político decadente: «El separatista substituye al carlista, ¿Quién se atreverá a decir que hemos ganado en el cambio? Posee todos sus defectos, y estos defectos heredados todavía han podido ser extensamente aumentados. El separatista es montaraz, cerril, reaccionario, fanático, lleno de odio; pero además es insolente, cínico, petulante, cruel, tortuoso. Carece de las virtudes tradicionales de los españoles.
El valor lo convierte en cobarde vocinglería, y la lealtad y la nobleza, en plebeyas artimañas elitistas. El carlismo venía del fondo de la tradición, que es decir la aristocracia, mientras el separatismo se amasa con torpes mezclas de rebelde irlandés y de filibustero tropical, envuelto todo en imitaciones simiescas de L'Action Française y alimentado con dinero de Navieras y de comerciantes barceloneses».
La acción española
Por supuesto que el cambio no es ventajoso, según Salaverría. Y el enmaquetador de ABC lo enfatiza colocando encima del artículo fotografías de militares uniformados, entre ellos un par de vascos, alrededor del cadáver del suboficial José Ardoz, que ocupan dos tercios de la página. Salaverría, que se hace pasar por liberal, descubre que echa de menos para su proyecto nacional la existencia de una fuerza patriótica verdaderamente reaccionaria:
«Esos partidos vituperados significan en una nación una energía compensadora, ponderadora, que sirve para sostener el equilibrio de las fuerzas.
Sirve de amenaza, de contrarresistencia y de aviso constante. Ella se encarga de frustrar los arrebatos excesivos hacia adelante, y evitar que las existencias más ricas del pasado se derramen e inutilicen por el suelo. Sobre todo sirve para inyectar fuego patriótico en el país y para resolver en los momentos críticos los más difíciles apuros, prestando eso que es la mejor virtud de tales partidos. La voluntad de morir».
Recuerda Salaverría que han sido las masas de apasionados que siguen a L'Action Française y su sentido místico de la patria las que, resistiendo una muerte tras otra muerte, han conseguido la victoria para la bella y antigua Francia. Reivindica pues, Salaverría, una 'Acción Española', un partido reaccionariamente nacionalista dispuesto al heroísmo, como tradicionalmente fue el carlismo, para un país donde, según sus palabras, «tan fácilmente se cae en la blandenguería y en la concupiscencia».
Seguía José María Salaverría anunciando bastante anticipadamente el alzamiento del 36, esbozando el material humano y político que iba a realizarlo).