Si en algo coinciden amigos, alumnos e investigadores de Koldo Mitxelena es en ensalzar el valor de su compromiso en todas las facetas que desarrolló durante su prolífica vida. Hoy se cumplen 25 años de la muerte del lingüista y escritor, máximo exponente en la unificación del euskera, y ninguno de sus allegados es capaz de resumir sus aportaciones mencionando únicamente el campo de la filología. El perfil de Mitxelena como promotor social y cultural despierta tanto interés como ese sentido de la responsabilidad que lo instigó a tomar parte activa en la Guerra Civil. Ninguno de sus carismáticos perfiles pasa inadvertido.

Nacido en 1915 en el seno de una familia humilde de Errenteria, pasó parte de su infancia postrado en la cama, debido a una enfermedad en el tobillo. Trabajó desde joven en una fábrica, y a pesar de sentir cierta inclinación por el anarquismo, se afilió al PNV y a ELA, "debido a su pragmatismo en ese sentido", recuerda Elixabete Pérez Gaztelu, autora de la tesis Koldo Mitxelena: egitasmoa eta egitatea. "Él creía que la política era imprescindible" comenta la investigadora, quien le concede el mérito de haber sido "el puente que refleja cómo empezó el nacionalismo vasco en Gipuzkoa".

Con apenas 20 años, Mitxelena se alistó en las Milicias Vascas y poco después, fue apresado en Santoña y condenado a muerte. Pasó cinco años en la cárcel hasta que la pena le fue conmutada en 1943. Pérez Gaztelu evoca aquellos años del lingüista, en los que "nunca sabían a quién iban a matar", era una espera constante en la que la incertidumbre diaria les obligaba a vivir con una "serenidad" inevitable. Su participación en la Resistencia del Gobierno Vasco le valió otros dos años de cárcel, hasta que salió definitivamente en 1948.

"La cárcel fue la universidad de Mitxelena, donde se preparó para ser quien sería después", rememora su amigo el euskaltzain Jean Haritschelhar. A pesar de los obstáculos que supusieron sus numerosos antecedentes penales y las penalidades económicas que padeció en aquella época, poco a poco, el de Errenteria comenzó a encauzar su futuro en el ámbito de la filología. En 1951, concluyó sus estudios de Filosofía y Letras y comenzó a escucharse su nombre el círculo cultural vasco, hasta que fue nombrado miembro de la Euskaltzaindia un par de años después.

el euskera, su pilar Con su tesis, Fonética histórica vasca, Mitxelena obtuvo el doctorado con brillantez y, desde entonces, su labor a favor del euskera no tuvo fin. Haritschelhar destaca sus "excelentes trabajos, surgidos de un deseo memorable que ha sido absorbido por numerosos euskaltzales" a posteriori. Con sus numerosas investigaciones, "consiguió elevar el estudio de la lingüística vasca al nivel de las lenguas más estudiadas y catalizadas", observa Pérez Gaztelu. Todo ellos gracias a su "estricto compromiso por llevar a cabo el estudio del euskera tomando la ciencia como método y base", dictamina Francisco López Landetxe, director del Centro Cultural Koldo Mitxelena.

En 1959 obtuvo la Cátedra Manuel de Larramendi y se asentó en Salamanca, donde impartió clases en su universidad durante varios años. Sin embargo, nunca se desvinculo de su tierra. Con su paso a la ciudad castellana, la Euskaltzaindia le solicitó la difícil tarea de impulsar la unión del euskera para sentar las bases de un idioma estándar y común para todos los euskaldunes. Sus decisiones al respecto no estuvieron exentas de polémica.

En 1964, ilustres personajes de la cultura vasca como Txillardegi, Julen Madariaga o Piarres Lafitte tomaron parte en las reuniones de Baiona, donde se establecieron las bases para un futuro común del euskera. Sin embargo, explica Haritschelhar, fue en 1968, en el Congreso de Arantzazu en el que él mismo estuvo presente, cuando Mitxelena aceptó dichos criterios. Tal y como el lingüista renteriano afirmó en aquel entonces "los guipuzcoanos estábamos en el centro, y el problema era ir hacia Oriente y Occidente; la inclinación del guipuzcoano es la de Oriente y coincidía con la adoptada en las reuniones de Baiona. Simplemente la acepté".

Frente a las críticas recibidas por algunos sectores en torno a dicha elección, Joseba Lakarra, exalumno de Mitxelena y catedrático de Filología vasca es tajante: "No es cierto que dejase el vizcaino de lado, si se observa su trabajo con detenimiento, tuvo tanta atención al guipuzcoano como al vizcaino a la hora de escribir sus trabajos. Hay una imagen falsa sobre ello". Sea como fuere, lo cierto es que "su propuesta fue decisiva y nadie discute hoy en día la importancia de tener una norma común para escribir todos de la misma manera", tal y como asegura Pérez Gaztelu.

personaje singular "Mitxelena volvió a Euskal Herria para crear casi desde cero los estudios del euskera, cuando vivía muy bien en Salamanca", asegura Lakarra, quien está participando durante estos días en el III Congreso de la Cátedra Koldo Mitxelena que se está celebrando en Gasteiz. Su implicación en la Universidad del País Vasco fue firme desde el principio y en 1978 tomó a su cargo la Facultad de Filología. Lakarra lo recuerda con añoranza: "Tenía genialidades de dos minutos que a algunos profesores les llevarían largos años de reflexión. Fue increíble como profesor".

El intelectual guipuzcoano, gran devorador de novelas policiacas, desarrolló, a su vez, una pronunciada inclinación hacia el cine y fue muy aclamado como crítico, hasta el punto de participar activamente en el Zinemaldia. Su habilidad en la escritura tampoco es un secreto. Landetxe ha tenido acceso a algunas de las cartas personales que Mitxelena escribió de las que destaca su facilidad de escritura y su decisión para expresar ideas: "Cuando enviaban artículos a Egan -revista que dirigió- no tenía problemas para declarar: Esto no lo vamos a publicar, es muy malo".

Cuenta Haritschelhar que en 1973 o 1974 Mitxelena y él fueron llamados a Bilbao. Tuvieron que hablar del creador de la Revista Internacional de los Estudios Vascos y pasaron la noche en el Hotel Carlton. En el camino de vuelta, Mitxelena quiso parar en Gernika. "Estuvimos bajo el roble, más de un minuto en silencio, retomamos el camino y fue entonces cuando me contó lo que significó para él la Guerra Civil", narra el euskaltzain de Iparralde.

Su intrincada vida nunca fue un obstáculo para emprender con tesón cualquier cosa que se propuso en ninguno de los ámbitos que desarrolló. Eso sí, su mirada siempre estuvo dirigida al futuro y al legado que dejaría.