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ESTE verano la tauromaquia está en boca de todos, aficionados y detractores, por distintos motivos. Por un lado está la encendida polémica de si se debe o no torturar a un animal en público -con versiones torticeras y argumentos que despistan-, y por otro se encuentra el esperado estreno de Manolete.

En los últimos decenios la tauromaquia ha salido también por la puerta grande en el cine gracias a títulos como Sangre y arena o Matador, algo que también ha intentado la película Manolete, que por fin se estrena hoy en todo el Estado español. Con Adrien Brody como el maestro fallecido en los ruedos ante el toro Islero y con Penélope Cruz en el papel de su amada, Lupe Sino, Manolete, de Menno Meyjes, ha tenido un accidentado periplo de seis años hasta llegar a las pantallas.

Hacía muchos años que la recreación de un atávico enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre el animal y el hombre, el poderío sexual del torero o el fervor popular concentrado alrededor de la arena no salían a los ruedos cinematográficos. Pero este año, también la peculiar y silente Blancanieves, de Pablo Berger, transcurre en parte durante una corrida de toros, demostrando la flexibilidad de una celebración que también tuvo un papel esencial en Hable con ella, de Pedro Almodóvar. En esa película, Rosario Flores interpretaba a una torera que queda en coma tras una corrida, pero antes otros directores como Bigas Luna o Rouben Mamoulian ya habían integrado la tauromaquia en sus películas.

La novela de Blasco Ibáñez Sangre y arena, basada en la vida del torero El Espartero, fue la principal responsable de que Hollywood supiera qué era una banderilla o cortar el rabo y las orejas.

Ya en el cine mudo, la célebre novela del literato español tuvo una adaptación que contribuyó a forjar el mito de Rodolfo Valentino, que se enfundó el traje de luces en 1922 bajo la dirección de Fred Niblo, y enseñó al mundo esa historia de un maestro de los ruedos que, en cambio, se deja torear por una mujer fatal. En la versión de 1941, Rouben Mamoulian cambió a Valentino por Tyron Power y dio uno de sus primeros papeles importantes a una Rita Hayworth, que recuperaba sus raíces latinas para la sugerente Doña Sol. Con el esplendor de un Technicolor todavía en período de pruebas, la cinta fue un éxito, no como aquella versión rodada por Javier Elorrieta con un guion sorprendentemente escrito por Rafeal Azcona y Ricardo Franco que, a finales de los 80, solo consiguió apuntarse el tanto de contar con una Sharon Stone antes de Instinto Básico.

esplendor internacional Con Hemingway, Ava Gardner y Orson Welles integrados en la vida social española de los años cincuenta, el toreo vivió un esplendor internacional que llevó a hacer incluso parodias con Cantinflas (Ni sangre ni arena) e hizo que algunos toreros, como Mario Cabré o el propio Manolete, hicieran sus pinitos en el cine.

Mientras, el cine del franquismo recurría al toreo como un elemento habitual en muchas películas, bien fuera en forma de drama romántico en El último cuplé, cine ligero como Fray Torero, de Sáenz de Heredia, La becerrada, de José María Forqué, o Solo los dos, con Palomo Linares y Marisol. Además, dos directores reincidieron en esta temática: Rafael Gil, con Sangre en el ruedo, El relicario y Chantaje a un torero, y también Ladislao Vadja (célebre director de Marcelino, pan y vino), que también dirigió Tarde de toros y Mi tío Jacinto. Luis García Berlanga, que no pudo dejar al margen las faenas en sus retratos costumbristas en Calabuch, le dio el protagonismo, ya en 1985, en La vaquilla, donde durante la Guerra Civil los soldados republicanos se infiltran en el bando nacional para conseguir una vaquilla para sus fiestas patronales.

Almodóvar, muchos años antes de Hable con ella, en 1986, tejió una barroca trama en la que las estocadas fundían tauromaquia, sexo y crimen en Matador. Otro uso erótico dio a la estampa taurina Bigas Luna en Jamón, jamón, vuelta de tuerca a los símbolos españoles en la que la tortilla de patatas, el jamón pata negra y el toreo desnudo a medianoche componían el cóctel sexual que arrastraba a la perdición a Penélope Cruz y Javier Bardem.

Agustín Díaz Yanes, hijo de torero, también introdujo algunas tonadillas en Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, aunque en 1994 Achero Mañas se metió en la piel de Belmonte, el último filme biográfico de un torero hasta que, por fin, llegó Manolete.