BILBAO. no es demasiado conocido y sin embargo se entregó al trabajo con gran voluntad y un generoso entusiasmo que supo transmitir a los demás. La pintura es el escenario de su verdadera pasión e incluso en los momentos más difíciles no cesó en el empeño artístico. Colaboró con Jorge Oteiza y fue compañero de andanzas de Agustín Ibarrola y Blas de Otero. Viajó por Castilla y retornó a las Encartaciones. Se formó junto a Largacha en la capital vizcaína y también estuvo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. No dejaba indiferente y obtuvo premios en Bilbao y en Madrid, como el de la revista Arte y Hogar o el del Círculo de Bellas Artes. Considerado el pintor minero, nació en Castro Alén (Sopuerta) en 1928, vivió en Somorrostro y Trapaga donde fallece en 2010. Desde entonces no han cesado de surgir los homenajes y recuerdos.

La exposición que tiene lugar en el Museo de las Encartaciones es la consecuencia de una investigación coral que parte de la iniciativa del también pintor Amalio García y en la que ha colaborado mucha gente. Una retrospectiva que reúne más de cien obras cuyos objetivos son ofrecer una amplia catalogación y dar un conocimiento integral que reflejen todos los temas y las diferentes etapas creativas. Para observar cada una de las percepciones de la pintura de Ismael Fidalgo, se ha editado unos vídeos que sitúan su itinerario vital y recogen las impresiones de gran cantidad de artistas y mediadores que le conocieron.

Durante su aprendizaje en la Asociación Artística Vizcaína comenzó en el postimpresionismo, allá por 1947, y siguió con el fauvismo en 1949, pero hay muchos Fidalgo en uno. Su relación con Oteiza, Ibarrola, Ariño de Garay, Toja, Menchu Gal y las gentes del Baztan, como Ana Marín o Apezetxea, son secuencias de una vida repleta de geografias que refleja en un expresionismo con intención social en la década de los 50. Después representa la honradez consigo mismo, como escribió Miguel Unamuno de Nemesio Mogrobejo. Tiene personalidad y la desgaja. Fiel a su idea del arte la persigue sin complejos al margen de modas y tendencias. Sabe encontrar los recovecos para no acabar plasmando las exuberancias románticas de la naturaleza ni caer tampoco en el espíritu tradicional de una estética basada en la armonización de la serenidad y el idealismo. Dignifica la pintura de paisaje y la dota de la pulsión de un aleccionador sentido social. Los motivos que elige dan lugar a preguntas. Son lugares repletos de vivencias que depositan transformadoras energías y sitúan un sinfín de esfuerzos.

Fue jardinero, trabajó unos días en la mina, vivió la trashumante bohemia y encontró el refugio de la Babcock Wilcox, sin que perdiera un ápice de ilusión por la pintura. Con el estallido del color que ofrece la naturaleza obtiene el reconocimiento público y gana el premio de la bilbaina galería Studio, en 1949. Un festín sensorial que al tomar conciencia evoluciona hacia una depurada paleta de íntimas entonaciones y secretas delicadezas. Más tarde las frutas y las flores de los bodegones adquieren una rara y enigmática ensoñación metafísica que parecen celebrar un alejamiento. Por un lado están los rincones, aquellos lugares entre casas que no parecen relevantes y apenas se les presta atención. Muestra perturbadoras callejas y viejos caminos de Baztan, Frias o Gallarta, cuyos espacios de tránsito aportan la experiencia de lo más humilde y cotidiano.

También surgen distintos lugares fabriles y se acerca a signos de vida que están varados, como las embarcaciones en la Ría. Son panoramas sacudidos por el frenético tiempo de las minas y las industrias. Deteriorados edificios que hablan de un esfuerzo compartido. Una pintura de pincelada suelta y paleta oscurecida que pone de manifiesto el cuestionamiento de lo que va envejeciendo.

Refleja expresivas vivencias de panoramas cuyo horizonte es interrumpido por las montañas. Fragmentos que se acercan al mundo interior de caminos y árboles distorsionados. Inquietudes dominadas por la inestable y frágil experiencia. Nada de tranquilidad y reposo donde adormecer conciencias, sino la prueba de la energía y la fuerza vital de la naturaleza. Incomodando la contemplación lírica, introduce postes del tendido eléctrico. Parecen mostrar a una civilización que se introduce en el paisaje. Unos signos verticales, cuyos cables recorren los caminos y transforman los paisajes. La tensión de unas huellas que niegan la idealización romántica de lo sublime y pintoresco.

lejos de la costa También se fija en tierras que revelan sus recorridos por la geografía más seca. Hay parcelas que esculpen el terreno y lo preparan para el alimento. Los espacios son huidizos pero penetrantes. Unos ámbitos cuyos elementos van asociándose hasta conformar la singularidad de lo dispar. Con la extensa serie de los acantilados hurga en los límites y consigue percepciones repentinas que prolongan el instante. Una explosiva lucha entre el mar y la costa que se plasma con gestos vibrantes y arrebatados trazos de color. También las rocas forman parte de un paisaje que parece lunar y sin embargo son restos que proceden de la incansable erosión humana. Tras las montañas de piedra están las personas que transformaron el paisaje para conseguir el mineral del que vivir. La lucha de un esfuerzo titánico no exento de rebeldías sociales que se manifiesta en la continua energía de las masas y con la elocuente tensión de los tonos rojos. De pronto algo sucede e interrumpe la cruel monotonía. La nieve ofrece un manto blanco y de luz donde la vida transcurre lentamente. Todo se transforma con melancólica serenidad y ofrece la relatividad de una experiencia que se renueva.

No se prodiga demasiado en los retratos, pero ha dejado algunas improntas estimables. Como si fuera Siqueiros, el artista encartado se capta de modo fiero y con las cejas tensas y enarcadas. Pero también acaricia con el pincel la cara de su mujer. Junto a los de los suyos representa también a aquellas gentes que le llaman la atención, desde poetas y pintores hasta las personas más sencillas y sin nombre. No busca el parecido, sino una expresión psíquica, cuyo ensimismamiento surja del interior de cada uno. Ismael Fidalgo ha dejado huella e incluso es modelo para otros artistas. Dibujos, pinturas y esculturas que le retratan y le homenajean, como sucede en las obras de Agustín Ibarrola, Ana María Marín, Chumy Chúmez, Apezetxea, Marcelino Bañales...