Tiene 87 años y despliega toda su energía para trabajar todos los días y todas las noches, para hacer una entrevista, para narrar una vida intensa desde su infancia. Nestor Basterretxea está inmerso en su mundo de creación. Siempre tiene algo entre manos y nunca da un no por respuesta a las peticiones que le hacen, al menos eso dicen las personas que están en su círculo de familia y de amistad. Vive en el caserío Idurmendieta, ubicado en el golf de Hondarribia, aunque él lo buscó para su amigo Jorge Oteiza, éste rechazó la propuesta y se fue a vivir a Navarra.

Casi cinco horas de conversación dan mucho de sí. Basterretxea nos habla de las distintas caras de un Oteiza que él ha conocido en profundidad, de Bermeo, su localidad natal, de cómo dos guerras cambiaron su vida, de sus viajes, de sus sueños, de lo poco que le gusta la proximidad de los noventa años que están a la vuelta de la esquina. Se toma su tiempo para contar cómo él y su familia llegaron a Buenos Aires en un viaje que se alargó durante dos años. Una vida apasionante que ha marcado profundamente su proceso creativo.

¿No supone un exceso de trabajo preparar una exposición antológica?

Supone una ilusión tremenda. Siempre he tenido claro que quería hacer la exposición antológica en el Museo de Bellas Artes de Bilbao y al final la veré el año que viene. Cuento con ayuda. Pero yo sigo en activo, no me he jubilado, no lo voy a hacer.

¿Sigue trabajando todos los días?

Todos los días y las noches. Soy como el sereno. Siento que puedo hacerlo, a mí me altera eso de trabajar las horas clásicas.

¿Le gusta más la noche?

La noche te regala una quietud incomparable, nadie te llama por teléfono. La verdad es que como más feliz soy es trabajando. Una cosa muy importante para mí es la idea de la muerte.

¿Le da miedo?

La muerte es inevitable. He sufrido mucho con esa idea y he aprendido a soslayarla con el trabajo. Todo lo que es una creación te exige una atención tremenda. El trabajo en ese sentido es un auxilio. La muerte no es una obsesión, está al llegar. Lo que te quiero explicar es que la única fuerza que tengo para vencerla es trabajar.

Supongo que tiene otros motivos para trabajar que van más allá del pensamiento de la muerte.

Cierto, yo no trabajo por esa causa, aunque he comprendido que trabajando estoy en mi mundo, todavía estoy vivo, ¿a ver hasta cuándo? No me impresiona tanto tener ochenta y siete años como la vecindad de los noventa. ¡Joder!, es una vecindad terrible.

Por lo menos es una vecindad respetable.

Vivir mucho tiene una pega gorda, es que ves morir a gente; a nosotros se nos ha muerto hace poco un hijo. Ves morir también a los amigos y si tú sobrevives, eres testigo de esas muertes. Es muy triste, sientes la tristeza dentro porque quieres a esas personas. La vida es así.

Ha tocado todos los palos del arte: pintura, grabado, escultura, cine…

Yo quería ser arquitecto. Tuve la mala suerte que durante mi juventud sucedió la guerra civil española y luego la mundial. Con dos guerras así, no tienes defensas para hacer nada. La II Guerra Mundial nos surgió estando en París. Mi padre estaba en la Delegación Vasca en París y nos tuvimos que ir de allí.

¿Cómo fue su estancia en París durante la II Guerra Mundial?

Lo franceses le llamaban la rare guerre (la guerra rara). Yo no entendía cómo ellos podían seguir con la vida normal sabiendo que había cien divisiones de la armada alemana en la frontera con Alsacia.

Después de Francia ustedes se embarcan hacia Buenos Aires y comienzan una vida nueva en un escenario extraño.

No fue tan sencillo. La travesía duró dos años, no quince días. Fue un viaje lleno de experiencias. Estuvimos cuatro meses fondeados en el puerto de Dakar, de allí fuimos a Marruecos, también estuvimos un tiempo... (Tras pasar por distintos países, finalmente Basterretxea y su familia llegaron a Buenos Aires).

¿Cómo conoció a Jorge Oteiza?

A Oteiza le había conocido en Buenos Aires en un momento desastroso de su vida, sin dinero y sin nada. Cuando dejé Argentina y volví, yo fui a verle; él ya había ganado el concurso de escultura de Arantzazu y me animó a que me presentara. Yo no había hecho el servicio militar. Tenía 27 años, me presenté al concurso, lo gano, pero me voy a África a hacer la mili. Estaba recién casado. Estuve nueve meses en la mili. Cuando vuelvo, voy a Arantzazu a seguir con mi obra y es cuando surgen unos insultos contra Jorge y contra mí. Están capitaneados por el obispo catalán que había en Gipuzkoa y la cosa termina en el Vaticano.

Llegaron muy lejos, ¿no?

Sí, en el Vaticano nos pidieron una memoria sobre los conceptos que íbamos a utilizar y unas copias de los dibujos. Los presentamos, sorpresivamente nos felicitan por nuestro conocimiento religioso pero no podían admitir el brutalismo, así que nos despachan casi violentamente a la calle. Borraron las pinturas de la cripta y me quedé totalmente indefenso, nadie protestó. Vivía con Jorge y él siempre me sugería caminos, ideas positivas, era una persona que ayudaba.

¿Qué opinión tenía usted de Jorge Oteiza?

El tenía una capacidad intuitiva superior a la mía. El determinaba las épocas y a lo vasco le daba un vuelo poético. Inventaba mucho. Era un poeta y por eso inventaba. Nunca recuerdo que me corrigiera, era una amistad muy sólida, muy buena, donde cada cual tenía su lugar.

Dicen que Oteiza tenía varias caras.

Es verdad, yo solía decir que era como tratar con cinco hombres. Cambiaba mucho, a la mañana era un tío tremendamente crítico y a la tarde era un tipo encantador, iluminado. Era un hombre muy difícil de encasillar; de repente, era una finura espiritual increíble; de repente, se convertía en un grosero. Era una personalidad muy compleja.

Se cumplen 75 años del bombardeo de Gernika.

De eso te puedo hablar con conocimiento de causa. París entonces era una fiesta como diría Hemingway, estaba circunscrita a la zona del Sena. Ahí estaba el Pabellón de España republicana, el gobierno francés reconocía a la República. Me fijé que había una atención especial hacia lo vasco y hacia lo catalán. Iba por allí con mi padre y con José Antonio Aguirre para ver los planos de la obra y había un alzado donde ponía: "Aquí un mural". Llega la noticia del bombardeo de Gernika. Se reúnen los directores de contenidos y deciden que el mural lo tiene que realizar un pintor vasco. Estaba uno de mi pueblo, el pintor José Mari Ucelai y piensa en Aurelio Arteta para realizar la obra sobre el bombardeo.

¿Por qué no lo hace él?

Porque él quería irse a México con su mujer, cosa que hizo poco después. Al final lo hizo Picasso, creo que salimos ganando. El nuestro hubiera hecho una cosa bien pintada pero muy clásica. Picasso llegó rompiendo todo.

¿Dónde tiene que estar el 'Guernica'?

En Gernika, siempre lo he dicho.

Usted regresó a Euskadi, aunque lejos de su pueblo natal. ¿Qué es Bermeo para usted?

Un sitio que me rejuvenece. Recuerdo todas las barrabasadas que hacíamos cuando éramos niños. Recuerdo a todos los amigos que tenía allí y que ya han muerto. Me siento muy bermeano, vizcaino, vasco y nacionalista.

¿Por qué vive en Gipuzkoa?

Es una buena pregunta. A la vuelta del exilio pretendí vivir en la casa de la familia en Bermeo y me encontré que aquello era un cuartel de la Guardia Civil. No había ninguna posibilidad de recuperar aquella casa. Después de la salida impetuosa de Arantzazu, yo ya tenía una amistad grande con Oteiza y decidimos encontrar un sitio para vivir. Por una serie de circunstancias nos encontramos que íbamos a vivir en Irún, un sitio en el que nunca habíamos pensado. Luego busqué esta para que se la quedara Jorge, pero él se fue a Navarra... Y hasta hoy.