Bilbao. Hacía tres años que George Michael no salía a la carretera y muchísimos más que no edita un disco con canciones inéditas. Antiguo rey del pop en los 80 y 90, con ventas superiores al centenar de millones de copias, el británico de origen griego sacó anoche a pasear su viejo cetro en el Bizkaia Arena, donde logró atrapar a 5.000 fieles de edad adulta con un alarde de elegancia musical y visual, y su voz sensual. Y como el pop parece aburrirle últimamente, el cantante ofreció su discografía y múltiples versiones -Nina Simone, New Order, Rihanna, Bing Crosby, Amy Winehouse…-, con el tamiz sinfónico y clasicista que aportó toda una orquesta. King George volvió a reinar en Barakaldo.

A George Michael, Georgios Kyriacos en su DNI, parece aburrirle el pop en los últimos años. Incluso el mundo del espectáculo en general, del que se ha distanciado a golpe de sensacionalismo barato de los tabloides debido a sus correrías sexuales, con las drogas y el alcohol. A pesar de ello, ha decidido volver a la carretera de nuevo aunque en un formato diferente. Ajeno a las listas de éxito actuales, el Symphonica: The Orchestral Tour del británico confirmó anoche en un BEC con la pista repleta de cómodas sillas y su aforo reducido en función de la asistencia, que su impulsor busca nuevos sonidos y, sobre todo, jugar con su soulera voz, sobrada durante toda la velada y "celestial" para algunos de sus fans.

Con el cabello de la cabeza y la perilla canosos, gafas y trajeado, con corbata e impolutamente elegante, todo de negro, Michael emergió de la oscuridad a casi a las 22.00 horas y tras levantarse un enorme telón que escondía un escenario semicircular, con Through. "Creo que se acabado…", cantó entre el éxtasis del público, pero aquello solo acababa de empezar, como confirmó My baby just cares for me. El tema que popularizó Nina Simone, con su alusión a Elizabeth Taylor y la más irónica a Ricky Martin, sonó jazz gracias al poder de la sección de metales de la orquesta. Con el mismo aroma pero el ritmo ralentizado, en clave de swing y entre gritos de "¡guapo!", rescató más adelante el mítico baladón Kissing a fool, de su disco Faith, esta vez con el piano en primer plano.

El supuesto riesgo de la adaptación de su cancionero al sonido de una orquesta compuesta por 40 maestros se vio atenuado con el acompañamiento de un grupo al uso, con batería, bajo y guitarras incluidas. Con estos instrumentos ya en escena, dejó caer, desnuda y lenta Let her down easy, de Terence Tren D´Arby, duelo de voz y teclas del piano hasta que se sumaron las cuerdas de la orquesta a la fiesta; Cowboys & angels, con un tremendo solo de saxo incluido; una versión de la escalofriante Going to a town, del lírico Rufus Wainwright, con el apoyo de varios coristas de timbre soul; You have been love, que dedicó a su madre; un tema de Elton John; y Brother can you spare a dime?, de Bing Crosby, cercana al sonido de los standards.

Tras un largo intermedio instrumental orquestal de casi 20 minutos, Michael encaró la segunda parte del recital en el mismo tono, el pop sinfónico de temas de su viejo y último disco, como Patience y John&Elvis are dead, esta última con aires electrónicos y un precioso vídeo de apoyo. Y múltiples versiones, elegidas con maestría por su alma de clásicos, como Wild is the wind, de Bowie; Roseanne, de Police, ambas en clave de jazz; y la "moderna" True faith, de New Order, que sonó ralentizada y con la voz distorsionada por un vocoder, como en Where I hope you are, una canción inédita que dedicó a su novio. El sonido siguió impoluto, destacando todos los matices instrumentales, y visualmente el espectáculo continuó también espectacular y medido hasta el último detalle, alternando imágenes en vivo de Michael con otras de bailarines, personajes famosos, llamaradas y figuras geométricas con pasajes más introspectivos, con las luces alternando bien los colores y reforzando un ambiente cercano a la penumbra en las interpretaciones más baladísticas.

Michael, comunicativo con el público en la presentación de muchas de las canciones, en los que alabó reiteradamente a sus compositores e intérpretes, viajó hasta la actualidad con dos versiones, ambas muy aplaudidas. Y si lo fue la dramática y electrónica Russian roulette, de Rihanna, qué decir de Love is a losing game, de Amy Winehouse, que sonó preciosa mientras el escenario proyectaba múltiples imágenes de la cantante fallecida. Ambas precedieron a otro guiño a Simone antes del bis, en el que el cantante, ya desatado y bailón, dejó aparte la elegancia de la orquesta y sacó su alma más funk y soul en los bises, animando a la audiencia a corear éxitos como I´m your man y Freedom, esta última con el público y el coro, en clave gospel, entregado y gritando "libertad". El postre fue el acariciante y con arpa I remember you y un Free instrumental, entre las palmas de un público rendido ante la voz "real" de su ídolo.