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Pescado azul, alerta roja buscar alternativas ante la contaminación

La contaminación de algunos pescados con mercurio obliga a buscar alimentos alternativos que suplan los nutrientes beneficiosos de estos (ácidos grasos omega-3, proteínas de calidad y vitaminas A y D) y evitar el consumo de especies grandes en niños hasta 12 años y embarazadas.

LA máxima autoridad sanitaria española, el Comité Científico de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN), en su Informe en relación a los niveles de mercurio establecidos para los productos de la pesca, emite limitaciones en las recomendaciones de consumo de pescados azules para evitar el riesgo de superar la ingesta máxima de contaminantes como el mercurio en su forma más tóxica, el metil-mercurio. Estas sugerencias van dirigidas, sobre todo, a mujeres embarazadas y niños menores de 12 años, por ser los grupos de población más vulnerables.

Al ser el pescado azul un alimento esencial de una dieta saludable, por la variedad de nutrientes beneficiosos que contiene (proteínas de alto valor biológico, buena proporción de ácidos grasos omega-3 y escasa de ácidos grasos saturados, vitaminas A y D), cabe pensar en alimentos alternativos que lo sustituyan en los periodos en los que no se aconseja consumir ciertas especies.

En el informe, la AESAN se centra en no recomendar en ciertas etapas de la vida, como el embarazo, la lactancia y la niñez (hasta los 3 años), el consumo de algunas especies de pescado azul, como pez espada, tiburón, atún rojo (Thunnus thynnus) y lucio, variedades que por su gran tamaño acumulan en los tejidos metales pesados como el mercurio, incluida su forma más tóxica, el metil-mercurio. Este se disuelve de forma fácil en la grasa, llega hasta el embrión durante el embarazo y puede provocar alteraciones en su desarrollo neuronal, así como en niños de corta edad. Por ello, para los pequeños hasta 12 años, la autoridad sanitaria limita el consumo a 50 gramos a la semana, o 100 gramos cada dos semanas, y aconseja no consumir ninguno de los pescados de esta categoría en ese periodo.

No obstante, el Comité Mixto FAO/OMS de expertos sobre los riesgos y beneficios del consumo de pescado subrayó en enero de 2010 la importancia de reconocer tres beneficios del consumo de pescado, como fuente de energía, proteínas y una amplia gama de nutrientes esenciales. Destacan también los beneficios del consumo de pescado en la reducción de mortalidad por enfermedad coronaria para la población adulta y el beneficio del desarrollo neurológico de los bebés cuyas madres embarazadas y lactantes han consumido pescado en estos periodos.

Según el informe, no hay necesidad de evitar el consumo de todo tipo de pescado azul. Las especies de pequeño tamaño, como anchoas, sardinas, chicharros y verdeles de ración, son la alternativa a los pescados azules de mayor tamaño. A esta propuesta de variar el tipo de pescado en el menú semanal se sumará la de tomar un puñado de nueces a diario (4-6 unidades o 25 gramos de peso neto). Estos son los únicos frutos secos que contienen ácidos grasos de la serie omega-3, en concreto, ácido alfa-linolénico. El organismo convierte este en EPA y, en menor medida, en DHA, ambos ácidos grasos omega-3 naturales en la grasa de los pescados azules.

Los ácidos grasos omega-3 tienen un papel demostrado en la prevención de las enfermedades cardiovasculares y un efecto antiinflamatorio. El DHA contribuye al desarrollo normal del cerebro y de los ojos de los fetos, lactantes y niños pequeños, así como al desarrollo visual del niño.

Una ración de pechuga de pollo de 125 gramos proporciona, igual que el pescado, proteínas de alta calidad y apenas grasa saturada. Por su parte, el huevo es el alimento de origen animal con el mejor perfil proteico, por lo que sirve como alternativa en el menú semanal.

Si se opta por una alimentación vegetariana, la combinación de leguminosas y cereales garantiza la calidad proteica, así como el consumo regular de soja y derivados.

Los pescados azules pequeños, como el boquerón, caballa o sardinas, proporcionan dosis seguras de estas vitaminas liposolubles, en las cantidades habituales en las que se comen. Las verduras de hoja (acelga, berro, espinaca), y aún más la zanahoria, calabaza, boniato o frutas como el mango y los orejones de albaricoque, son fuente de vitamina A y de beta-caroteno, sustancia que el organismo transforma en vitamina A conforme lo precisa.

El menú durante el embarazo, el amamantamiento y los primeros años de vida del niño deberá incluir estos alimentos como fuente natural de estas vitaminas, sobre todo, si se limita el consumo de pescados. Además, durante el buen tiempo, es apropiado tomar el sol con precaución unos minutos para que el organismo tenga oportunidad de fabricar vitamina D. En bebés, son suficientes las exposiciones cortas de 15 minutos a la luz del sol varias veces por semana y, en personas adultas, 30 minutos al día en cara y brazos.

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