madrid. Hubo una época, mucho antes de convertirse en el padre de Cobi, en la que Javier Mariscal dibujaba historietas para publicaciones como El Rollo Enmascarado o El Víbora. Ahí crecieron y maduraron Los Garriris, cuyas aventuras llegan ahora, reunidas en una antología, de la mano de Sins Entido. "Soy disléxico y de pequeño tuve grandes problemas para aprender a leer y escribir. Me agarré al dibujo para entender el mundo que me rodeaba. Siempre me han encantado los apuntes: dibujar un frutero de la cocina, un salón, una ventana, la pierna de mi abuela...", señala Mariscal (Valencia, 1950) en una entrevista.
"Por otro lado, siempre he hecho escritura automática, dibujar sin pensar en nada, dejando que el bolígrafo o el lápiz vayan por delante del pensamiento. Así nacieron personajes como Los Garriris, que son mi versión psicodélica de las creaciones de Disney", afirma.
El cómic vio la luz por primera vez en 1973, concretamente en las páginas de El Rollo Enmascarado. "Yo dibujaba a tumba abierta y (el historietista) Nazario se ponía muy nervioso y me regañaba. Gracias a él empecé a escribir guiones antes de ponerme a hacer las historietas", confiesa Mariscal.
Los protagonistas de la trama, Fermín, Piquer y Julián, son tres ratones que viven sin preocupaciones ni agobios. Reivindican el hedonismo como forma de vida, y su única meta es disfrutar de un buen día de playa o de una noche muy larga en la discoteca de moda. "Me decían por dónde debían ir las historias", apostilla Mariscal. El título del cómic, según expone el autor, se debe a un defecto en el habla que le atormentó durante su niñez. "Cuando era pequeño no sabía pronunciar gr, era incapaz de ligar ambos sonidos. En su lugar, yo decía garriri, garriri" "Siempre me ha ocurrido algo parecido con algunas palabras, como decir lekandari en vez de lehendakari, o esternanía en vez de policía. Trataba de que no se notara, porque parecía tonto: no sabía leer ni escribir, y encima cometía fallos al hablar", asegura.
El dibujante rememora su etapa en el universo comiquero, donde publicó sus primeras creaciones: "Necesitaba enseñar mi trabajo a los demás y lo hice a través de las historietas, porque era el sistema más rápido, barato y esquemático". "Luego me iba por los bares y cambiaba los dibujos por una cerveza, un bocata, una ducha... Cuando se es muy joven, no se tiene un duro. Fueron tiempos de mucha alegría, pero también de confusión. Más o menos como ahora: una panda de amiguetes que se ponen a dibujar todos juntos", añade.