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Ahora o nunca". Eso pensaron las galeristas Maite Martínez de Arenaza (La Taller), Adriana Rojo (L"Atelier), Blanca Vallés e Inma del Villar (Krisis Factory) cuando decidieron embarcarse en sus respectivos proyectos, desafiando a la crisis y al pesimismo profundo que rodea a la misma. Desde hace apenas seis meses, Bilbao cuenta con tres nuevas galerías de arte contemporáneo, cuyas propuestas vanguardistas amplían la oferta cultural de la capital vizcaína y añaden, de paso, "un poquito de emoción" a la vida de estas emprendedoras. Lejos de mostrarse indiferentes a la crisis pero a la vez convencidas de que no afecta de manera determinante en el sector artístico, afrontan con entusiasmo e ilusión un proyecto que lleva forjándose en sus mentes "mucho tiempo".
Situado en un bajo del barrio de Solokoetxe (C/ Zumarraga, 7), el taller y galería La Taller abrió sus puertas el 24 de septiembre. Maite Martínez de Arenaza es la artífice de este proyecto que combina el coleccionismo con clases de grabado.
Licenciada en Bellas Artes, se especializó en esta modalidad gráfica y montó el Taller Múltiple junto con una compañera. Durante 16 años, el trabajo "fue muy bien", debido al boom del Guggenheim y a los encargos de artistas como Agustín Ibarrola, quien ofrecerá una charla en La Taller el próximo 3 de enero. Pese a todo, consideró que había llegado el momento de "volar sola" hacia algo "un poquito más ambicioso". Tras darle vueltas, le lanzó un pulso a la crisis. "Rechazo esa idea de aguantar el temporal y ahorrar. Ahora toca reinventar los modelos de negocio de manera creativa", defiende. "El taller de grabado constituye el mayor sustento -indica-, aunque no dependo económicamente de la galería, lo cual me da mucha libertad".
Y es que la artista disfruta "abriendo la puerta de la lectura de las obras de arte" a quienes visitan la galería. "Es como un milagro, de pronto descubres a alguien los códigos para interpretar una obra y te sorprende con un nivel de profundidad al que jamás habría llegado de no ser por esa persona", reflexiona. Fiel a su filosofía de "vivir lentito", considera que el arte posibilita un acercamiento íntimo entre las personas, "una especie de lazo intelectual que nos conecta", apunta.
Desde estudiantes veinteañeros a jubiladas, los alumnos del taller de grabado son de lo más variado. Durante tres horas semanales y en grupos de seis personas, Martínez de Arenaza se deja la piel en conseguir lo mejor de ellos. "Si les tratas como a artistas y te tomas en serio su trabajo, multiplicas su capacidad", asegura. Su máxima es ofrecer una atención personalizada y "acompañarles en el descubrimiento de su propio estilo". La duración del curso la determina el propio alumno. Pese a que en tres meses se pueden dominar las nociones básicas, advierte que engancha. "El grabado significa huir de lo espectacular para acercarse al detalle, a lo íntimo y delicado". El azar juega, a tenor de la artista, un papel determinante en la creación de la obra. "Trabajas todo el tiempo sobre una idea, pero el resultado puede ser completamente diferente a lo esperado", comenta. Satisfecha con los resultados obtenidos por sus alumnos, prepara una exposición que se presentará en la Casa de Cultura Clara Campoamor de Barakaldo del 15 al 30 de abril.
joven emprendedora Con 24 años, Adriana Rojo "es la galerista más joven de Euskadi", presume Pedro María Basañez, comisario de las dos últimas exposiciones de la sala L"Atelier, situada en el centro de la Villa (c/ Cosme Etxebarrieta, 15). Cuando terminó hace apenas dos años Bellas Artes en la Facultad de Leioa, Rojo tuvo claro que quería trabajar en el mundo del arte. Dicho y hecho. El pasado 27 de mayo su sueño se hizo realidad e inauguró su galería con una exposición sobre sus propias pinturas. "Además de mostrar mi obra, quiero ofrecer un espacio a artistas consagrados y, sobre todo, a creadores jóvenes, que los hay muy buenos y es hora de darles una oportunidad", sostiene.
Su galería está abierta a propuestas artísticas de todos los niveles, incluidas la fotografía o el diseño de ropa. Rojo quiere romper asimismo con el estereotipo sobre la aparente mala relación entre artista y galerista. "No me interesa en cuántos sitios ha expuesto un autor, sino su obra", aclara. Con todo, es consciente de que su galería "no es una aula cultural, sino un negocio", si bien las expectativas no son demasiado halagüeñas. "El 90% de los coleccionistas entra a la galería, mira, pregunta precios y se va con las manos vacías", confiesa. Lejos de amilanarse, se aferra a su lema de "quien no apuesta no gana" y añade desafiante: "Habrá que darle un poco de morbo al asunto, ¿no?".
Define su proyecto como un árbol que acaba de plantar, cuyas ramas crecen "poco a poco". Admite que le han preguntado "mil veces" si no le asustaba emprender semejante proyecto. "¿De qué me sirve entrar en pánico y pensar que fracasaré? Hay que mirar adelante y pensar que saldrá bien", defiende con la seguridad de quien sabe que el negocio no será un camino de rosas, pero se reafirma: "Sé que voy a cometer muchos errores, para eso he abordado este proyecto: para aprender y crecer como galerista".
Después de haber llevado los casos de muchos artistas en su despacho, las abogadas Blanca Vallés e Inma del Villar decidieron lanzarse a abrir la galería Krisis Factory, situada en la calle Estrauntza, 7. El pasado 26 de noviembre inauguraron su primera exposición de la mano del pintor -y amigo suyo-, Fernando Biderbost. "Es una persona muy respetada en la profesión y gusta mucho", afirman. El bilbaíno expone junto a los artistas Iñigo Arregui, Baroja Collet, Ramón Pérez y Santiago Rodríguez del Hoyo en la colección colectiva que permanecerá abierta hasta el 29 de enero. Algunos de ellos asesoraron a las abogadas en la configuración de la galería. "Los artistas ven cosas que los demás no percibimos -explica Del Villar-, cualquier detalle, incluso un simple enchufe, sienten que puede distorsionar su obra".
También les ha sorprendido su "ojo crítico" en cuanto a distancias. "El otro día nos visitó un pintor y mencionó que los cuadros no estaban perfectamente alineados -comenta Vallés-; en cambio, el suelo, que es de hierro y tiene manchas, le pareció lo más". El pavimento, obra del escultor Óscar Vautherin, tiene su peculiar historia. "Cuando observamos extrañadas las formas irregulares del suelo, el escultor nos dijo que este tenía que evolucionar. Nos dejó de piedra", cuentan entre risas.
Las abogadas creen que el gremio del arte se muestra "muy pesimista" con el contexto actual. "Nos preguntan cómo se nos ha ocurrido abrir una galería ahora pero, para mí, el hecho de conocer en persona a los artistas compensa todo ese esfuerzo", indica Del Villar. Su socia coincide con ella y añade: "La crisis no ha afectado a este sector de manera alarmante. Quien no ha comprado nunca un cuadro tampoco lo hará ahora, pues lo considera innecesario".
No pertenecer al mundo del arte tampoco ha sido un impedimento para ellas. "No hay necesidad de entender un tipo de arte tan variopinto como el contemporáneo. El único criterio a la hora de organizar una exposición es que las obras nos gusten a nosotras y a nuestros asesores", aseveran. Por su parte, Del Villar se "sumerge" en un colorido cuadro de Biderbost y reflexiona: "El arte moderno es muy personal. Cuando una obra te llama la atención, en cierto modo te analizas a ti mismo". La mayoría de los que visitan la galería son artistas, que acuden a interesarse por el espacio, precios, etc. "Hasta febrero no podemos atender más ofertas", señalan satisfechas. La sala se ha convertido en una especie de refugio del terrible concepto que le da nombre. "El público está encantado con la galería -aseguran-, habrá que ver si prospera como negocio". El arte está echado.