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EL artista Henri Matisse no sólo es uno de los pintores más importantes de la modernidad sino que también destaca en otras facetas plásticas como la escultura, la ilustración o la obra gráfica.

Comisariada por Martine Soria, la exposición está compuesta por cuarenta trabajos fechados entre 1900 y 1952. Una selección de punta secas, aguafuertes, xilografías, linograbados, aguatintas y litografías de entre los cerca de 800 grabados que llega a realizar.

La figura humana es la verdadera protagonista en la experiencia artística de Matisse. Cuerpos frontales y de medio lado que se contonean. Mujeres sentadas o echadas que muestran su anatomía total o parcialmente. Rostros atemporales y retratos de sí mismo o de conocidos artistas como Francisco Iturrino (1864-1924). Un trabajo cuya presencia recuerda la especial relación existente entre los dos.

No sólo coinciden en viajes por Andalucía y Marruecos pintando el mismo tema, sino que exponen en la galería de Ambroise Vollard. El vasco en 1901 y el galo en 1904, siendo ésta su primera individual.

Además, entre sus obras hay concomitancias expresivas. Rudo y directo el impulso del primero, más edulcorado y exquisito el tratamiento plástico del francés.

Empezó a pintar tras un período de enfermedad cuando ya había superado los veinte años de edad. Lo que al principio fue un pasatiempo pasó a ser una auténtica pasión que nunca le abandonó. Tuvo que superar la oposición familiar para contactar rápidamente con el arte más innovador de su tiempo. Como ocurre a otros autores tardíos, Matisse acelera su proceso formativo y evoluciona rápidamente. Continúa la condición moderna y reacciona frente a los perfectos acabados académicos y contra los realismos figurativos.

Una intensificación que le conduce del esquematismo postimpresionista a utilizar el color con total viveza. Sin un estilo definido, al principio realiza pruebas puntillistas y propone escenas con clara intención simbolista. Para sintetizar con suave contundencia expresiva va a ir después de la sabia elementalidad al gusto por el ornamento.

La portada del catálogo del salón de otoño de 1905 donde se le llama ¿fauvista? es una alegoría que reúne la trama de una tela de araña dispuesta entre la hojarasca moderna. Pero este salvaje es un refinado, como dijo el poeta Apollinaire, y su trabajo se aleja de lo improvisado y violento. Matisse evoluciona el sistema de representación y lo lleva a una reflexión que realiza durante el proceso de realización hasta alcanzar una difícil síntesis entre la acción directa y un meditado análisis plástico.

Más importante que ver lo que consigue con cada medio es observar cronológicamente la evolución del artista. En los grabados sobre madera se manifiesta una proximidad al expresionismo de Die Brücke. Insiste en la solidez opuesta al encanto, la ligereza y la frescura de los impresionistas. Las sensaciones inmediatas y superficiales deben ser concentradas y tal condensación constituye la esencia del cuadro.

Con líneas muy concisas y separadas (a veces) entre sí, consigue dar volumen y dotar de movimiento al motivo. Grafismos curvilíneos que permeabilizan una voluntad esencial.

La danza es un punto central en su obra y en la muestra, siendo además la única pieza en la que utiliza el color. Condensación de sensaciones que aúna lo grácil y lo expresivo mediante una interrelación de líneas y colores planos que se fusionan en la superficie sin perder por ello las sensaciones de volumen y de móvil ligereza.

Otros trabajos atienden a la tercera dimensión no sólo con líneas sino con claroscuros y sombreados que modelan los cuerpos con mayor detalle. Van desde estudios anatómicos de 1906 hasta odaliscas africanas fechadas entre 1922 y 1929. Mujeres desnudas o escasas de prendas cuyos cuerpos se acompañan de los elementos del lugar. Las obras del final de su vida son más simples y esquemáticas. Apenas unas pocas y anchas líneas con las que representa los límites de rostros enigmáticos y precisos. Dibujos rápidos que ofrecen lacónicas meditaciones en las que instintivamente se revela toda la amplitud de su experiencia.

Matisse nunca va a traspasar el pálpito de la figuración, realizando un arte de equilibrio y armonía que va simplificando con el paso del tiempo. A la par que exigente es expresivo y complaciente para los sentidos. Nada de los cartuchos de dinamita del ¿fauvismo? de otros colegas. Ni las transgresiones dadaístas, ni los planteamientos revolucionarios o las acometidas proteicas y cambiantes. Es un creador que va paulatinamente esquematizando y decorando para volver finalmente a la síntesis. Alejado de las vanguardias y de los problemas de su tiempo, se encierra en su mundo interior. Recibe los impulsos modernos y los dota de una evasiva sensualidad que a veces es exótica y siempre resulta delicada y serena.