bilbao
sIEMPRE quiso estar en Gernika. "Mi sitio era Gernika no San Sebastián", dijo. A Jorge Oteiza no le gustaría la exposición. Hubiera puesto condiciones, como (siempre) hizo. Era su estrategia por que tenía la capacidad visionaria de mirar más lejos y desde distintos puntos de vista. Una actitud que llevaba a cabo con la idea de mejorar las cosas y hacerlas más grandes y eficaces, a fin de llegar a todos y de la mejor manera posible. Desde dentro y no superficialmente, con mayor resonancia. Para que el arte y la cultura no sean un mero adorno ni moneda de cambio para mercaderes sino que haga un servicio, incite y dinamice, interrogue y cuestione, ofreciendo el sentimiento de la creación.
No le hubiera gustado la muestra porque lo que quería era quedarse en Gernika. De manera duradera, no durante los tres meses de la exposición. Tampoco quiso estar solo, sino rodeado de otros autores vascos, con los que fabuló ideas y conspiró ejercicios éticos de superación. Siempre tuvo presente el compromiso de crear personas, arraigadas en valores humanos y dotadas de una cultura creativa crítica. Conciencia que a Oteiza no le faltó nunca, ni siquiera habiendo fracasado en tantas ocasiones.
Es importante dar a conocer a las nuevas generaciones lo que el autor de Orio y los artistas vascos llegaron a concebir por sí mismos, sin la mediación del encargo, por puro sentido de la ética acerca de los sucesos acaecidos en 1937. Una rememoración que ofrece al mismo tiempo el valor simbólico de la villa foral como cuna de las libertades y los modos en los que los vascos regulaban sus derechos a decidir.
Jorge Oteiza siempre tuvo presente a la villa foral. Estuvo allí en numerosas ocasiones. Incluso se puso de rodillas delante del árbol y dejó que le sacaran una fotografía del hecho. También hizo saber el compromiso de su posicionamiento político. Sin embargo, no logró que sus ideas tuvieran el eco necesario para culminar alguno de sus ilusionantes proyectos desde una perspectiva arraigada en la naturaleza, la cultura, el arte, la investigación y la pedagogía. La sociedad vasca y sobre todo sus instituciones no estuvieron a la altura de la importancia de sus trabajos. Y no quisieron o no supieron cómo transformar su acción en algo real y tangible.
Gernika siempre estuvo en el imaginario de Jorge Oteiza. Fue una de sus patrias, el refugio de los sentimientos, la afirmación de unas convicciones, el impulso de no pocas reivindicaciones. Sintió el pasado en el presente y reaccionó ante él, con la acción, con el pensamiento y con la obra plástica. Y lo hizo en América y en Euskal Herria. Durante las épocas duras del franquismo y las no menos duras de la injusta democracia sin memoria. Trazó dibujos y esquemas para la intervención. Estudió propuestas y concedió entrevistas. Escribió sobre ello en numerosísimas ocasiones a todo el que quiso saber lo que pensaba, en artículos, ensayos y libros, teniendo el ninguneo como respuesta. Su idea de crear un espacio específico en el que poder observar el trabajo de otros artistas vascos, tampoco se llevó a efecto ni prácticamente fue debatida ni tenida en cuenta.
También creó un relieve de corte rudo y expresionista, acentuando el drama del bombardeo en la figura de una madre y su hijo, obra que dispuso en una plaza de Bogotá en 1942, una de cuyas réplicas de bronce puede verse en la muestra. Tras el regreso en 1948 a Bilbao, creó su propósito experimental y dentro de él, en la fase más sustractiva de su Ley de los cambios, depuró la pieza Estela para un pueblo pacífico que era Gernika (1957), escultura abstracta que quiso colocar en la villa foral cuyas dramáticas connotaciones tienen enorme contundencia y sentido. Lamentablemente, la Universidad de Navarra no la ha cedido para la exposición y está representada por una fotografía. En su lugar se presentan dos estelas dedicadas a Lemoiz e Itziar. Importantes esculturas de 1973 en las que también se manifiestan la reivindicación y la memoria del recuerdo.
El artista de Orio nunca renunció a la patria que era Gernika y más tarde elaboró obsesivamente una serie de medallas conmemorativas de carácter figurativo que tuvo presente el poso de la historia vasca con unos programas plásticos muy críticos. La que hizo para el estado se trasladó a materia definitiva, mientras que la que diseñó para las instituciones propias no pasó de mero proyecto. De modo singular y transgresor, utilizó el motivo del árbol de Gernika para el encargo de la reinauguración del Colegio de España en París (1987). Una especie de manifiesto político que disponía la cabeza de Lope de Aguirre en una de sus caras y en la otra a la heráldica vasca separando simbólicamente a Francia de España.
El tema del caballo del Guernica de Picasso lo empleó como referente en un diseño para el Congreso Mundial Vasco que se desarrolló también en 1987, algunas de cuyas escayolas y bronces están en la muestra. No es extraño que en aquella situación, viendo la escasa capacidad de los gestores para entender sus ideas y la nula voluntad por tratar de llevarlas a cabo, para el reverso hiciera finalmente una referencia mortuoria, que también se puede ver en Gernika, poniendo un ciprés donde hay un roble, como símbolo de la crisis cultural y degradación de la época.
Oteiza siempre quiso estar en la villa foral. La exposición es un pulso con el pasado. Un total de veinticinco esculturas, relieves y dibujos, así como documentación fotográfica, que reivindican la memoria histórica. El reconocimiento de unas acciones plásticas que muestran sobre todo lo que pudo ser y no fue. Una herencia de logros y de fracasos. Los propios y los de todos.