En el lugar donde se situaba el tristemente célebre Casino de Bilbao, allá en Artxanda, actualmente se encuentra un amplio parque donde se ha colocado la escultura La Huella en honor a todos los combatientes antifranquistas que perdieron la vida durante la guerra. Antes de sumergirnos en aquellos días duros como el pedernal, plagados de batallas épicas hasta que el Casino doblase su rodilla, hubo un tiempo feliz en el que el Casino de Bilbao, ubicado allá en la cumbre del monte de Artxanda que conectaba con la ciudad ribereña, fue toda una belleza, el rincón de las mil y un maravillas de un Bilbao que no podía imaginar el futuro que le esperaba. Lo que estaba llamado a ser un templo de diversiones acabaría convirtiéndose en un mar de ruinas y de cadáveres. Hoy apenas queda resquicio alguno de aquel Bilbao trepidante de principios del siglo XX.

Fue la empresa suiza, Societé des Usines L. Von Roll la que lo construyó, siguiendo el proyecto de Evaristo San Martín y Garaz, el funicular que subía a Artxanda, inaugurándose el 7 de octubre de 1915, la misma fecha en la que se inauguraba el Casino de Artxanda, habida cuenta que la población ya podía llegar hasta las altas tierras sin fatigas. Se puso en marcha aquel dúo dentro de un proceso de diversificación de los espacios de ocio de la zona. El arquitecto responsable del proyecto fue Pedro Guimón Eguiguren, el arquitecto del Banco Bilbao en la Gran Vía. El edificio estaba situado a escasos metros del funicular. Disponía de pista de baile, amplios salones, galerías acristaladas, restaurante y, en torno al edificio, una gran escalera, digna de palacios.

El aspecto exterior del casino hacía prever que el interior no le iba a la zaga: “Sus comedores amplísimos, rematados en unas amplísimas rotondas encristaladas, están llenos de ventanales y construidos con tanto acierto, que no habrá mesas interiores, y desde ellas se estará viendo todo el panorama”, decía una crónica de la época al tiempo que felicitaba al arquitecto Guimón por la construcción de un edificio “que va dotado de todo género de comodidades y construido de un modo que tiene que encantar al público”.

A decir de la publicidad, el restaurante, en manos del dueño de la cocina del Igeldo, hacía gala de su especialización en cocina del botxo. Había menús por 5 pesetas. Me resisto a traducirlas a euros. El día inaugural se sirvieron más de ochenta almuerzos que, por cierto, debieron estar bien regados porque, según los cronistas, algunos comensales llegaron a coger los manteles para imitar al torero Lucio Vicario Botines con el capote.

El aspecto nocturno del edificio, con su fachada iluminada, era impresionante. La luciérnaga de Bilbao. Desde tierra llana, los bilbainos lo miraban orgullosos prometiéndose una próxima subida en funicular. A fin de dar vidilla al negocio, la empresa organizó competiciones al aire libre que se aprovechaban de la comodidad de acceso. El concurso de cometas, por ejemplo, tuvo tal eco popular en la Villa que provocó una enorme afluencia de asistentes. O el Museo Histórico-Militar y Geográfico que, a modo del existente en Berlín, se montó coincidiendo con las fiestas de Bilbao de 1918.

¿Tuvo el mismo impacto que alcanzó el Guggenheim aquel otoño de 1997, también en octubre...? Se diría que sí. Lo que se sabe era el tirón que tuvo el Casino. Pasó a convertirse en lugar de citas gastronómicas de postín. Fue utilizado, además de como espacio de ocio para el juego, como centro de celebraciones, donde se llevaban a cabo grandes banquetes, tanto públicos como privados. Se realizaban actos de grupos de trabajadores, empresas, sindicatos, etc. Así, se realizaron allí banquetes en honor de personalidades (del Gobernador Civil de Bizkaia, el 31 de diciembre de 1929) o conmemoraciones de partidos políticos (caso del nacionalismo vasco en marzo de 1932). En el casino se realizaban también exhibiciones de deportes de salón, como la esgrima.

Pío Baroja, el sábado 15 de diciembre de 1917, tras los postres, leyó un discurso mordaz que levantó ampollas: “Si hay que fijarse en las chimeneas, en los humos, en las máquinas, este pueblo avanza a pasos agigantados; en cambio, si se fija uno en los hombres y en los hombres de empresa, ya no parece que marcha tanto. En Bilbao, como en todo el País Vasco, echan más chispas las chimeneas que el espíritu de los hombres”, dijo y se quedó tan ancho. La polémica quedó servida.

¿Quieren algún dato más...? En plena etapa republicana, el 28 de Marzo de 1932, los nacionalistas también eligieron Artxanda para disfrutar de banquete y romería animadísima, conmemorando las bodas de oro de Sabino Arana.

En 1937 Bilbao era acosada por las tropas franquistas. Tras durísimos combates y la defensa tenaz de los gudaris y milicianos, que llegaron a rechazar a lo largo del día 17 al menos cuatro ataques de infantería apoyados por carros de combate, los franquistas consiguieron tomar posesión de prácticamente todos los puntos de esa zona: Berriz, Molino, Txakoli Artxanda y el Casino. Apenas había algo que hacer, la caída final de Bilbao era irreversible. Sin embargo, algunos batallones vascos no habían dicho todavía la última palabra y, en un último intento desesperado, lanzaron un contrataque sobre el Casino de Artxanda. No fue posible. El 18 de julio, el Casino bombardeado y destrozado, desaparecía para siempre. Bilbao se quedaba sin un icono.