Recuerda la historia a su cadencioso y elegante paso del chachachá del tren, que los trenes de lujo en Europa fueron creados por George Nagelmackers, hijo de un banquero belga ya hace casi 140 años. Y relata que George llegó a Estados Unidos intentando dejar atrás una ruptura amorosa. Al parecer pasó varios meses viajando por el país en trenes tipo Pullman. Así primero tuvo la idea de llevarlo a Europa pero George Pullman no estuvo de acuerdo con el negocio. Nagelmackers entonces desarrolló el concepto de los vagones-dormitorio, o coches cama, para el viejo continente. Lamentablemente el proyecto se demoró debido a la Guerra Franco Prusiana.

Pasarían unos años y los trenes finalmente se pusieron en marcha y establecido en París también formó una empresa orientada a la operatoria de hoteles de lujo pensando en las paradas del ferrocarril. El último paso lo dio en 1883 cuando su proyecto más deseado veía la luz: el Orient Express realizaba su viaje inaugural desde París a Estambul.

La publicidad que obtuvo a gran escala, el Orient Express se convirtió en el viaje de lujo por excelencia, le dio además la posibilidad de operar sus vagones-dormitorio y comedor en muchas otras vías.

El punto culminante llegó, no obstante, con el Transiberiano International Express de 1900. Con el salón fumador en cada vagón, biblioteca con libros en diferentes idiomas, un salón con piano de cola, gimnasio con pesa y remos, y hasta una capilla. Cuentan los diarios de la época que la gente se agolpaba en la estación de Estrasburgo cuando el tren se detenía, tan solo para verlo por fuera. Fueron muchos los famosos personajes que viajaban en el tren, como Marlen Dietrich, Ernest Hemingway, Leon Tostoi y Agatha Christie entre tantos otros.”

En los años veinte del pasado siglo eran dos grandes bellezas. Les hablo de los míticos Orient-Express y Le Train Bleu, los dos grandes protagonistas de aquella edad dorada del ferrocarril en Europa. No es coincidencia ni imitación. Varios de los vagones que forman parte del Transcantábrico y del Al-Andalus, pura Renfe, fueron en realidad construidos para estos trenes de leyenda de los que les hablaba. A nada que uno cierre los ojos y abra la imaginación no cuesta ver cómo en ellos se desplazaban miembros de la aristocracia inglesa entre Calais y la Costa Azul buscando el sol mediterráneo durante ese largo fin de semana que fue el periodo de entreguerras.

El Transcantábrico que pisa tierra bilbaina está considerado uno de los trenes más exclusivos y lujosos del mundo. Un tesoro de Renfe. Dispone de 14 suites repartidas en 7 coches, cada una de ellas con salón, dormitorio y baño privado, algo insólito al tratarse de compartimentos históricos. Los trenes turísticos de lujo de Renfe son pura delicadeza. Ofrecen al cliente un nivel de servicio y confort premium de altísima calidad que combina la comodidad, el encanto, el lujo y una excelente gastronomía que los convierte en un producto único, singular e incomparable.

La experiencia acumulada y la calidad de los servicios prestados han convertido a este conjunto de trenes en hoteles sobre raíles en los que el viajero vive experiencias inolvidables.

¿Cabe la comparación, en pleno siglo XXI, con los trenes de hace un siglo? No lo parece. El lujo, por ejemplo. Quizás antes eran las sábanas de lino y hoy el oro es, qué sé yo, una conexión ágil a través del wifi. Sí se pueden medir algunos parámetros. Por ejemplo, la gastronomía. Ese es uno de los aspectos con mayor valor diferencial de los trenes turísticos de lujo, la gastronomía que se ofrece a bordo, con productos de proximidad y los sabores típicos de cada lugar de paso del tren. Sin duda se trata de un valor calificado por los clientes nacionales e internacionales como excelente. Por lo general, a bordo del tren se realiza una de las dos comidas del día, así como los desayunos a la carta. La otra comida del día se hace en los restaurantes más reputados de las ciudades que se visitan. Los viajeros disponen de una oferta gastronómica digna de los más exquisitos gourmets. Sólo con leer algo así a uno se le hace la boca agua. A ello hay que añadir que los desplazamientos para las visitas que se hacen se realizan a bordo de un autocar de lujo y siempre acompañados por expertos guías multilingües. Para facilitar el descanso de los viajeros, los trenes se detienen cada noche en una estación programada del recorrido.

El tren Transcantábrico realiza un recorrido de 8 días y 7 noches entre San Sebastián y Santiago de Compostela (o viceversa), visitando diversas ciudades, Bilbao entre ellas. La ciudad aporta, a su vez, un toque de lujo a la travesía. No en vano, el punto de llegada y de partida es la estación de La Concordia. Cualquiera diría que se avecinaba un pandemonio. No en vano, una de las principales inversiones del siglo XIX en Bilbao ocurrió en 1857 cuando se creó la compañía del Ferrocarril Tudela-Bilbao. La inversión movilizó un gran volumen de capitales de numerosas familias bilbainas y cuando unos años después la compañía suspendió pagos, el hecho causó desolación en Bilbao y numerosas tensiones entre los inversores. Y cuando menos se esperaba, estalló... ¡el acuerdo! De ahí vino el nombre, La Concordia. Junto a la gran estructura en puente, el aspecto más destacado de la estación de La Concordia es la elegante fachada con la que Severino Achúcarro cerró las instalaciones sobre la céntrica calle Bailén. El Transcantábrico encaja en ese elegante escenario.