Hay un mundo que se fue, un tiempo que se marchó y cuya huella apenas se vislumbra entre la hojarasca del pasado. En él habitan personajes del ayer cuyo recuerdo solo emerge de vez en cuando y entre brumas. El hombre que hoy nos ocupa proviene del siglo XX, cuando la radio en los hogares y el cine, en las salas de proyección, eran dos de los prodigios de su tiempo. Puede que a muchos de ustedes no les suene su figura aunque también es probable que, si tienen ustedes cierta edad, recuerden a Rafael Enrique Uralde, alias Quiquito, un hombre que tuvo el apasionado son de la palabra y la entonación.

Les diré que nació el 2 de mayo de 1911, allá en la calle Padre Lonjendio, por aquel entonces conocida como calle La Paz. A los nueve años, como recuerda el historiador César Estornés, pisó la escena en el Coliseo Albia, de la mano de José Luis Sertucha con un dramón llamado La Sombra de Marian. Para entonces ya cantaba varias canciones en el teatrillo del Colegio de La Salle.

Fue un hombre polifacético en la creación con la voz. Conviene recordar que en la creación del Circo Amateur del Club Deportivo de Bilbao también estaban los payasos, elemento fundamental en cualquier circo que se precie. Y los hubo de todo tipo. Los principales fueron Ponos, Quiquito y Chirlorita/Mr. Edward cuyas indumentarias, vocabulario, chistes y gags remitían a la legendaria familia Aragón (Pompoff, Teddy y Emig era la generación de los años 30) o a otros míticos clanes de payasos como los italianos Hermanos Fratellini. Ponos (Jesús Quintanal) era el payaso listo o clown de cara blanca, y Quiquito (Rafael Enrique, legendario locutor de Radio Bilbao durante muchos años) era el augusto. Hay fotografías de ambos y se le escuchó decir que pintarse la cara para él era toda una delicia. Junto a ellos estaba el regisseur o presentador de los payasos –figura en la actualidad desaparecida dentro del mundo del clownismo– José María Leguina.

Volvamos al recuerdo de Rafael. Fue un hombre fundamentalmente bueno, que durante muchos años despachó su labor con asombrosa tenacidad en el programa radiofónico De corazón a corazón. Tanto énfasis ponía en su discurso, de manera tan convencida leía los textos evangélicos, que una buena parte de la audiencia lo creía sacerdote. Le salía tan bien porque Rafa fue, sobre todo, un actor de cuajo. Desde muy niño sintió atracción por las tablas.

Allá por los años cuarenta del pasado siglo fue cuando tuvo compañía profesional propia e hizo del desaparecido Teatro Fontalva, en Madrid, su sede artística habitual. Después intervino en numerosos montajes del Instituto Vascongado de Cultura Hispánica. En la radio, Quiquito promovió el teatro radiofónico como actividad importante.

Miremos alguna anécdota de su trabajo. Con ocasión de radiar la revista Todo por el corazón que se interpretaba en el Arriaga, Rafael se llevó una sorpresa mayúscula cuando trataba de entrevistar en el intermedio al actor principal, luego famoso de la televisión española, Franz Johan. La estrella principal no tenía ni idea de español, y eso que durante toda a primera parte había despachado sus diálogos en un perfecto castellano. Salió como pudo del trance.

En el medio cinematográfico, participó en diversas películas rodadas en la villa, como Golfo de Vizcaya (Javier Rebollo, 1985); Bandera Negra (Pedro Olea, 1986); A los cuatro vientos (José A. Zorrilla, 1987), ambientada en la Guerra Civil, con la figura de Lauaxeta, así como en Crónica de la Guerra Carlista, 1872-1876 (José María Tuduri, 1988). Su voz se calló y su imagen se apagó en 1998, tras una vida trepidante y cargada de emociones.