¿Quién era Irati? Irati es la niña que lleva la cigüeña en su pico. El gran artista Juan Zarate Ibargoitia, un bohemio misterioso que llegó a vivir sin electricidad, incluso, pintó el mural del Cantón Camarón en 1994 como regalo a Toñi por su alumbramiento. Toñi, era la propietaria de la tienda Ganbara. En la fotografía que alumbra este reportaje se observa, arriba a la derecha, un puñado de rayos de sol. Y sobre ellos, sin verse en la imagen, está la imagen de Irati y la cigüeña. No aparece en escena por ser un asunto particular en el que probablemente sea el cantón más célebre del Casco Viejo: Julián Echevarría, Camarón. En la obra de arte también aparecen dragones, unicornios y un sinfín de imágenes mitológicas. Luego hablaremos de Julián pero ahora el propósito es el de describirles qué son, en realidad, los cantones del Casco Viejo de Bilbao. Les cuento.

Los cantones son una peculiaridad del Casco Viejo, que responde al concepto de travesía o callejuela entre dos de las célebres Siete calles. En la parte más elevada de los cantones había (y alguno existe todavía...) unos portones pintados de color rojo que representaban a los registros de los caños de agua que se distribuían desde el depósito de agua. Cada verano se abrían estos portones rojos para que corrieran las aguas por los cantones hacia las calles de nivel inferior, refrescándolas y limpiándolas. Pero esos estrechos conductos hacían de albañales, de sumideros de todo tipo de suciedad, que había que sacar periódicamente por parte de los empleados municipales. He ahí los orígenes.

Hasta 1976 los cantones de las Siete Calles carecieron de nombre propio, siendo conocidos por los vecinos del lugar con referencia a la respectiva calle de las Siete que atravesaba. Así, decían “el cantón de Somera a Artecalle” o “el de Tendería a Belosticalle”. Claro que no faltaron intentos para bautizarlos, en tiempos precedentes, como en 1885, cuando el concejal Filomeno Soltura propuso sus ideas pero nada de ello triunfó. Pero no fue hasta la llegada del alcalde Berasategui que se bautizase alguno de esos cantones.

Antes de ahondar por ese campo les diré que el concepto cantón que aparece en la RAE, sólo encaja parcialmente en la acepción bilbaina del mismo y es en la referente a esquina porque, en efecto, en la villa, original y tradicionalmente, los cantones eran las esquinas de las manzanas de las Siete Calles, lugar clásico para hacer sus paradas el pregonero de la villa, voceando bandos y requerimientos municipales al vecindario. No habla del concepto de travesía entre dos calles, dos de las Siete. En el Lexicón de Emiliano de Arriaga se lee algo así como “Callejuela de travesía”. Y en otro lugar, escribe el mismo autor: “En la parte más elevada de sus cantones o travesías, desde donde bajan las rampas que, en suave pendiente, unen a calles colaterales, había, y existen todavía, unos portones pintados de rojo y cerrados con férrea tranca”. De ello ya les había hablado antes.

A Julián Echevarría, Camarón, también le llamaban El inglés y todo tenía su porqué. Se formó en el Instituto Vizcaino, en Baiona y en Liverpool, donde el joven Julián fue haciéndose con un aire de gentleman que le acompañaría toda la vida. Allí, en Inglaterra, le alcanzó el estallido de la Primera Guerra Mundial y Julián volvió a Bilbao, colaborando en periódicos como La Noche y el Excelsior con escritos costumbristas que alternaba con su trabajo como bibliotecario de la Diputación.

No se detiene ahí el personaje. Fue un hombre pionero del Club Deportivo, donde llegó a presentar incluso... ¡combates de boxeo! que, al decir de los testigos, lo hacía con sorna para regocijo de los espectadores. Luce “pantalón color salmón ahumado” o “calcetines melón pálido”, cosas así. Algo de boxeo sabría, si se juzga que su hermano Adolfo fue el introductor de Paulino Uzkudun en Estados Unidos y amigo personal de Joe Louis. Tan ligado estuvo al Club Deportivo, que se le atribuyó la condición de alma del Circo Amateur que llegó a dirigir.

Ampliemos la mirada a la vida de Julián. A una letra suya, Acuarela vasca, la llegó a musicar el mismísimo Jesús Guridi. Incluso estrenó en Madrid una zarzuela, Viento sur, con música de Jesús Arambarri. Para una colección literaria, El cofre del bilbaino, rescató del olvido canciones populares como Anguleros, Desde Santurce a Bilbao o la Peluquería de Carbonell. Era un hombre infatigable y muy ligado a la tradición bilbaina, de eso no cabe duda alguna. De ahí el reconocimiento de la ciudad.

Cinco años después de Berasategui, en 1980, la corporación municipal presidida por el alcalde Jon Castañares acordó, entre los numerosos cambios introducidos en el nomenclátor local, asignar a un cantón sin nombre de las Siete Calles, el del escritor costumbrista bilbaino Alejandro de la Sota y Aburto, fallecido en 1965. Si bien Sota no nació en las Siete Calles, como Echevarría, fue su rondador enamorado y un elegante cronista de la villa. Era, por tanto, el segundo cantón con nombre propio en Bilbao. Recordemos que el cantón en la Edad Media era muy característico, pues este espacio entre edificios ventilaba el interior, daba luz a las habitaciones traseras y posibilitaba los desagües improvisados por las ventanas, siendo también paso secundario entre calles.

Es una de las huellas del viejo Bilbao que aún hoy persisten en la ciudad.