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Rincones perdidos en la memoria

Pocos quedan en pie en Bilbao...

El siglo XX es el tiempo de la prensa escrita, y con su aparición, de los kioscos de prensa. Sobrevive con ventas variadas el de Aurelio Blanco y los suyos a los pies de la Plaza Circular, con la licencia más antigua de Bilbao

Pocos quedan en pie en Bilbao...BORJA GUERRERO

Las motos de los grises aceleraban, por vaya usted a saber qué protesta, por la Gran Vía y algunos de los perseguidos llegaban al kiosco de la plaza circular para pedir refugio a los pies de Aurelio Blanco quien vendía, calentita, la prensa del día. En 1939, tiempo antes de esta escena, habían adquirido licencia para el kiosco las tías de Aurelio, aún por nacer. Lo haría un año después. Hoy regentan el kiosco la tercera generación, la hija de Aurelio, Silvia, y su marido, Paco Moya. No parece claro que puedan pasar el testigo porque los tiempos son otros y la prensa ya no es un negocio como antaño. Con ustedes, la licencia más antigua de Bilbao que se mantiene en pie. En sus tiempos, sólo había dos kioscos más: el de la plaza Indautxu, que aún persiste, y otro que estaba situado a la entrada del puente del Arenal.

Hubo un tiempo en el que la venta de los periódicos se voceaba por las calles y las noticias eran pregonadas por los vendedores. ¡Extra, extra! era el anuncio de que algo grave o importante había sucedido. Bilbao tuvo uno posterior a los orígenes pero muy célebre. Flaco y se diría casi que contrahecho, entre las décadas de los setenta, ochenta y noventa, Alejandro Cabrera, Alejandro, el periodista o Alejandro, el lotero (llegó a vender el Gordo de Navidad en un Athletic-Barcelona disputado en San Mamés en 1986...). Luego todo eso cambió. El propio Aurelio confiesa que cada día hay menos publicaciones y menos ventas. “Este es un negocio que se muere”, subraya. Quizás para no ver la agonía viaja tiempo atrás.

Primero llegó la publicación de los grandes rotativos como el Journal de París, en 1777 y The Times, en Inglaterra, en 1785 y durante el siglo XIX había pocos diarios, con escasas páginas y con una reducida población lectora (era prensa para élites); circunstancias, todas ellas, que hacía viable la difusión o venta del periódico a través de medios humanos. Los kioscos vivieron sus días de gloria en el siglo XX.

En 1963 muere una de las tías de Aurelio y él entra a trabajar en el kiosco. Recuerda un puesto de periódicos de piedra que estaba junto al Ayuntamiento de Bilbao, otros cajones móviles y los diversos modelos de kioscos hasta el actual, “que tendrá 16 o 17 años. Antes salían a subasta; hoy cuando uno se jubila lo van retirando”. La actual ubicación del kiosco aledaño a la plaza circular no es la misma de siempre: la llegada de Metro Bilbao y el florecer del fosterito hizo que el kiosco se trasladase “unos metros más allá”. señalando al Corte Inglés.

No olvida los tiempos felices, cuando su emplazamiento equivalía a la gallina de los huevos de oro. “Venían trabajadores de toda Bizkaia y trenes y autobuses paraban aquí, en la Plaza Circular. Hombres que iban a Galindo, a la General Eléctrica. Los cafés ponían carajillos a tutiplén. ¡Qué ambiente se formaba! Y luego bajaban las mujeres alegres de San Francisco. Y, o bien de camino a la fábrica o bien de regreso a casa, cogían el periódico”. Se acuerda bien Aurelio de la Gaceta del Norte, “que vendía como no ha vendido nadie en Bilbao” y del Hierro, un vespertino que recogía “esquina Gordóniz con Gregorio Balparda”. Era un trabajo arduo, habida cuenta que abría a las seis de la mañana y cerraba a las diez de la noche, “cuando cerraba El Corte Inglés”. ¿Robos? “Al principio no robaba nadie. La gente cogía el periódico y dejaba una peseta debajo. Tuve que decirles que si llevaban prisa pagasen después. Luego, como nos dejaban los periódicos en la calle, empezaron a robar ejemplares y el BBVA permitía que nos dejasen los periódicos tras las rejas. Todavía me acuerdo cuando pusieron la bomba en la torre. ¡Tembló todo el kiosco!” ETA hizo estallar el 5 de febrero de 1983 una bomba en la torre del Banco de Vizcaya que mató a tres trabajadores.

El metro les hizo moverse y trajo consigo el declive, según aprecia. “La gente dice que ha sido Internet, que ahora la gente se informa a través de los teléfonos móviles. Y es verdad que les ves en los vagones del metro o del tren y no levantan la cabeza. Ya nadie habla con nadie. Además, ¿quién vigila esas informaciones, te las puedes creer? Yo digo que no. Se lee cada barbaridad quepaqué. Por no decir que se suscribe uno al periódico y lo leen treinta. Antes las empresas eran un filón. Hoy...”.

Echa a volar los recuerdos y regresa con su teoría del suburbano. “Yo hablo de lo que viví. Los trabajadores que iban a las oficinas de Indautxu o a cualquier otro destino con parada ya dejaron de pasar por aquí. Y eso que la Gran Vía es un sitio de paso cojonudo. Empezaron a regalar periódicos en la estación. ¿Se acuerda usted de los gratuitos? He llegado a vender más de 800 periódicos al día. Aquí compraban directores de banco, trabajadores y directivos de El Corte Inglés, el alcalde Iñaki Azkuna y aquel que mandaba tanto... ¿cómo era? ¡Sí, perdón, Xabier Arzallus! Y ahora si mi hija y su marido llegan a 100 van que chutan.

¿Cómo se garantiza, entonces, la supervivencia? Basta con echar un vistazo al kiosco de prensa para percatarse de que la prensa ya es sólo un artículo minoritario. Aseguran que en el día a día manda la barik y el tabaco. Y si quieren algo diferente, café por un euro. “Los trabajadores del BAT lo aprecian mucho, por ejemplo”, aseguran. Y los chuches han colonizado parte del kiosco, cada uno con mas tierra ganada.

Hoy Aurelio es un hombre jubilado que pasa por el kiosco con frecuencia. Lleva en sus ojos un deje de nostalgia y lo explica con sencillez. “Es ley de vida”.