Si alguien le conoció de primera mano fue Alberto López Echevarrieta, un periodista que le conoció en el pórtico de su casa y comenzó una conversación que se tradujo en el libro Víctor de Olaeta, músico, dantzari y coreógrafo, obra de la serie Temas vizcaínos de la BBK. Ahí se relata una vida espléndida, cargada de aventuras y de exigencias.

Cuentan las crónicas que fue heredero, por parte paterna, de una gran tradición musical, habida cuenta que Segundo de Olaeta fue uno de los grandes investigadores que ha tenido el folklore vasco. Víctor de Olaeta (1922-2007) vivió única y exclusivamente para la danza, hasta el punto de que dicen que su última frase, antes de morir, fue: “¿Y quién abre la academia mañana?” Sabía que se iba. Tenía 84 años.

Tuvo una vida llena de búsquedas y descubrimientos, de exilios y aventuras artísticas, en la que la música jugó un papel tan decisivo como el baile. Olaeta consiguió elevar el folklore vasco a la categoría de ballet, fusionando la danza clásica y los bailes ancestrales del País y configurando algo tan nuevo como los bailes infantiles.

Fue testigo, junto a su familia, del bombardeo de Gernika y tuvo que volver del exilio al comienzo de la II Guerra Mundial

Tenía siete años y era sábado, 22 de noviembre de 1930 en una velada organizada por la Asociación de la Prensa de Bilbao. Segundo permitió que su hijo incorporara un capítulo de la ezpatadantza de Amaya. Fue todo un éxito. Ocho años más tarde vivió el día más trágico de su vida. Víctor le cuenta a Alberto que su hermana Lourdes estaba tumbada en un maizal viendo el cielo. Ellos, los hermanos, enredando alrededor del refugio. De pronto surgieron los aviones. Aquellos niños jamás habían visto un avión. Los tres hermanos se refugiaron en la cueva apretados unos contra otros. Inmediatamente vino la destrucción, el fuego, las llamas, un calor insoportable… La imagen que Víctor tuvo durante toda su vida fue la de un perro huyendo de la catástrofe con su pelaje erizado, tan aterrorizado que corrió junto a ellos para meterse también en el refugio. Tremendo.

Tras la guerra civil se produjo el exilio a Francia de los cuarenta niños que formaban el grupo de danzas Elai Alai, fundado por Segundo de Olaeta, entre los que estaban sus propios hijos. Allí salieron adelante gracias a la intervención del Cardenal Verdier, primado de París, que les abrió camino en los escenarios de la capital francesa. Viajaron junto a Eresoinka, al que pertenecieron Luis Mariano y Pepita Embil, madre de Plácido Domingo.

Víctor logró su sueño de abrir una academia de baile clásico en Bilbao donde llegó a ensayar el mismísimo Nureyev

En octubre de 1939, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el Elai Alai regresó a Gernika. La familia Olaeta, ante la invasión alemana, tuvo que abandonar París y se estableció en Biarritz. En 1943 los Olaeta volvieron a Euskadi tras asegurarse de que no iban a ser encarcelados por el régimen de Franco y que iban a respetar su labor artística, y siete años más tarde, Víctor consiguió su gran sueño: abrir en Bilbao su academia de baile clásico vasco.

Se calcula que han pasado por ella unos 12.000 alumnos a lo largo de sus cincuenta y siete años de vida. En 1968 Rudolf Nureyev, que actuaba en Bilbao con Margot Fonteyn como figuras estelares del Royal Ballet de Londres, ensayó su actuación en la sala de los espejos de la Academia Olaeta. Al marchar olvidó sus zapatillas que pasaron a ser objeto de culto en el centro.

Acompañado de su hermana Lourdes, pisó por primera vez Estados Unidos en 1951. Humphrey Bogart le presentó durante un espectáculo que se realizó en la travesía a Lauren Bacall que quedó tan encantada con la actuación que le regaló a Lourdes un pañuelo de seda para el cuello. Sus tres giras por Estados Unidos dejaron huella en el mundo de la danza. l