A Félix Fernández-Valdés (Bilbao, 1895-1976) se le conocía por las calles de Bilbao como don Félix Valdés. Era un hombre de coloniales que tuvo negocios de importación de madera, aceite de palma y cacao en la Guinea española hasta su independencia en 1968 pero su pasión arrebatada era otra: el coleccionismo de arte. No en vano, llegó a atesorar en su domicilio de Gran Vía 15 más de cuatrocientas obras de arte que recorren desde la Edad Media hasta la modernidad. Con el apoyo de BBK, los comisarios de la exposición Obras maestras de la Colección Valdés, Pilar Silva Maroto y Javier González Novo, han logrado recomponer estos fondos, diseminados tras la muerte de su artífice, reuniendo 79 de sus obras principales en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Todo un lujo.

Guardó una gran amistad con Vázquez Díaz, quien le hizo el retrato que aparece en estas páginas y que abría la exposición del museo de Bellas Artes de la que les hablaba –un nieto aseguró, en los días de la inauguración, que no le gustaba demasiado el retrato al protagonista, con cigarro en una mano y una txapela en la otra...– y que le vendió algunas obras de artistas que coincidieron con el pintor onubense en París, en concreto Robert Delaunay y Modigliani.

Cuentan las crónicas que su personalidad, como la de muchos otros coleccionistas, tenía en la discreción y la reserva dos de sus señas de identidad. Félix Fernández-Valdés fue un hombre de negocios al que le interesaba el mundo del arte pero del que no tenía altos conocimientos, por lo que se rodeó de algunos asesores, desde su buen amigo el marchante, copista y restaurador Luis Arbaiza, el historiador Enrique Lafuente Ferrari, el restaurador del Museo del Prado Jerónimo Seisdedos o Isabel Regoyos –hija y nuera, respectivamente, de los pintores Darío de Regoyos y Aureliano de Beruete– entre otra gente que se le acercó.

Quienes compartieron con él vida aseguran que dejó en Bilbao y Deusto todo un legado de solidaridad. Fue uno de los filántropos más reconocidos de la época. Pero su humildad estuvo por encima de su prestigio, hasta el punto que el Vaticano quiso entregarle la Cruz del Mérito de la Beneficiencia pero él mismo consideró no viajar a recogerla porque no se consideraba un hombre de medallas sino un hombre de acción. Siendo un hombre religioso (cuentan que dormía junto a un Cristo de Zurbaran...) su humildad pudo. Fundó lo que hoy se conoce como la obra de Los Salesianos de Deusto, con su edificio, sus instalaciones, su actividad docente, sus becas profesionales. La obra Las Dos Menas de su iglesia, la cedió su hija Carmen Valdés a la congregación religiosa.

Ha de recordarse que cursando estudios de piano en París se hizo íntimo amigo del compositor Maurice Ravel con quien le vinculaba, entre otras cosas, su pasión por la composición. Uno de sus antepasados fundó en las Siete Calles de Bilbao el famoso establecimiento Manu Canela, aquel negocio de cacao fundado en el siglo XIX en Tenderia.

La pintura del siglo XIX es uno de los núcleos principales de la Colección Valdés, y en este capítulo destaca por su trascendencia La marquesa de Santa Cruz de Francisco de Goya. La pintura permaneció en la familia de la retratada hasta mayo de 1941 cuando el general Franco quiso regalársela a Hitler, tras haber sido elegida por el embajador alemán por la aparente cruz gamada que aparece en la lira y que, sin embargo, simula un lauburu. La operación, felizmente, no prosperó y Valdés pudo adquirir el cuadro en 1947 por un millón y medio de pesetas. Una historia negra se cernía sobre ese cuadro. Hablamos de un cuadro de Goya que Franco robó para Hitler y vendió a un empresario.