Un regate y otro más, en seco: el balón templado y un remate a gol de ya no recuerdo quién. Con lágrimas en los ojos y la voz temblona –le vi llorar como un madaleno muchas veces cuando Txetxu, su pasión, desenfundaba su batuta izquierda...– se lo oí decir, juraría que por primera vez en su vida, a Carmelo Bernaola, el gran músico y athleticzale. “¡¡¡Es el Mozart del fútbol!!!”, gritaba en la tribuna baja. Sabía de qué hablaba porque Carmelo, ya lo sabrán ustedes, fue uno de los grandes compositores de esta tierra. Tanto que firmó la partitura del actual himno del Athletic.

Yo era un niño entonces pero unos años después de la escena, con Txetxu Rojo (Rojo I para los cromos...) ya retirado, coincidí en uno de esos viajes fabulosos “a la final” con el propio Carmelo, allá en la Casa de Campo de Madrid, en el templo donde Currito era Dios y aún insistía el bueno de Carmelo. “Txetxu tenía que haber jugado esta final”. Y otra vez el ¡snif, snif! que tanto le provocaba. Es posible, que Txetxu le gustase más, incluso, que el propio Wolfgang Amadeus. Y eso que ya le había visto en alguna.

Por ejemplo la de aquella icónica estampa de José Francisco (ese era su nombre de pila, nombre de emperador...) sentado en el césped de San Mamés el día en que la Juventus de Bettega se coronaba campeona de la UEFA en la catedral por aquello tan extraño del valor doble de los goles en campo contrario. En soledad, la imagen de Txetxu, de espaldas, conmovió a todo ese Bilbao que a veces, las más, le apreciaban y a veces, las menos, criticaban su actitud. Yo le he visto no correr a por un balón porque pensaba que no llegaba con toda la banda de tribuna acordándose de... “No iba a gastar energías para ganar un aplauso fácil”, llegó a decir.

Ahí va por la banda, con la convicción de que en esa jugada sí, que ahí hay petróleo. Por su banda izquierda. En sus funerales su viejo amigo Joseba Beltzuen recordaba cómo decía que “al jugar tan cerca del público veía las caras de la gente y les escuchaba”.

Nacido en Begoña, matsorri de cuna, el 8 de enero de 1947, disputó 17 temporadas en el Athletic Club, todo un One Club Man, donde acumuló la friolera de 541 partidos, sólo por detrás del mítico Txopo José Ángel Iribar y de Iker Muniain, anotó 68 goles y conquistó las copas de 1969 y 1973 disputadas frente a Elche y Castellón. Aquella liga de la 69-70 se les escapó de las manos. Le habían expulsado en Atocha y no pudo jugar los últimos partidos.

Considerado tempranamente como el “legítimo” sucesor de Gainza, fue precisamente el técnico de Basauri quien le dio la oportunidad de debutar en el Athletic y quien le colocó como extremo en vez de interior, puesto en el que desarrolló prácticamente la totalidad de su carrera en el Athletic. Elegante y sibarita en los gustos y con el balón.

A finales de 1972, con Pavic como técnico, Rojo I llegó a ser apartado del equipo durante tres semanas tras contradecir al técnico por responderle, según se cuenta, que “ellos no eran gladiadores, sino jugadores” o, según ha dicho él, que “no había que ir a la guerra, sino a jugar al fútbol”. Incluso fue desposeído, poco después, de la capitanía en favor de Iribar.

Otro portero, Cañizares, recordaba que su familia tuvo que hacer frente a un desahucio, pues nada más aterrizar en Vigo tuvo un problema económico que ponía en riesgo la vivienda familiar. Pidió al Celta una ayuda que no llegó, pero el entrenador Txetxu Rojo, que apenas le conocía de unas pocas semanas, le ofreció un cheque personal con la cantidad que necesitaba. En 2015 fue nombrado ilustre de Bilbao y en la banda izquierda de San Mamés se sigue soñando con aquel tipo “elegante y algo frío...”.