Esta es una historia de tropiezos, extravíos y maravillas que acabó como nadie esperaba. Es una historia que nace de una leyenda donde quién sabe cuanto hay de verdad, por mucho que en las calles de Bilbao se haya contado una y mil veces. Se sabe, eso sí, que Simón Gurtubay era un modesto menestral de Dima que marchó a Bilbao para ejercer en el negocio de los pellejos y las corambres. No le fue todo lo bien y cambió de negocio. Empezó a dedicarse a las importaciones de bacalao procedente de Noruega, Escocia o Islandia. En 1824 se establece el Monopolio Estatal del bacalao. Gurtubay pensó entonces que el negocio podía resultar fructífero siempre que importase pequeñas cantidades que pasaran inadvertidas en Hacienda. Todo parecía bajo control...

Aquí llega la fábula. A finales del 1835 dicen que puso un telegrama a sus proveedores habituales solicitando cien o ciento veinte bacalaos. Escribi algo así como : “Envíenme primer barco que toque puerto de Bilbao con 100 o 120 bacaladas primera superior”. La leyenda, según cuentan propia de un cuento de gestas, dice que se tomó la letra o por un cero quedaron “1000120”. Con lo cual el buen hombre recibió un millón ciento veinte bacaladas. Cuando llegaron a Bilbao estuvo a punto de suicidarse.

No hay prueba de que sucediese algo así. El relato , sin embargo, no se detiene. Dicen que hacía gestiones para vender parte del pedido en Galicia y Asturias, cuando Bilbao fue cercada por las tropas del pretendiente don Carlos María Isidro. Aquel cargamento fue el que permitió alimentarse a Bilbao durante el sitio de la guerra carlista (de nuevo aparece la leyenda de las mil formas de prepararlo, sobre todo si se cuenta, por ejemplo, que el aceite de oliva necesario para hacer el pil pil era carísimo para la época...) y hacer a Gurtubay un hombre rico.

Ese dineral, según cuentan, fue multiplicado por Gurtubay. Lo que sí parece cierto es que el hombre, justo de preparación, tuvo un golpe de suerte y aprovechó su inteligente proyección sobre el Ensanche de la Anteiglesia de Abando, la participación en el nacimiento del ferrocarril Bilbao-Tudela, la fundación del Banco de Bilbao, donde le nombraron consejero el 27 de agosto de 1866, siendo reelegido para el cargo en febrero del 1877 sucediéndole a su muerte sus hijos Juan y José María, este último donante de los terrenos donde se emplazó, el año 1900, el nuevo Hospital Civil de Bilbao.

Miremos el historial de un hombre que había salido de entre las sombras merced a aquel error tipográfico en la memoria de mucha bilbainía.. Su hijo José María Gurtubay fue consejero del Banco de Bilbao. También concejal de Bilbao, en el ayuntamiento constituido en diciembre de 1872 y presidido por Francisco Mac Mahon. Fue uno de los principales donantes particulares (con medio millón de pesetas de la época) en la compra de los terrenos del hospital de Basurto, por lo que, debido a ello, uno de los pabellones y la calle tangente a dicho hospital llevan su nombre. Asimismo se debe a su generosidad la construcción del hospital de Igorre, lugar de procedencia de su familia, y el proyecto del Hotel San José, sanatorio dirigido por el doctor Areilza.

Hablemos de la familia. La fortuna amasada provocó que años después de tanto como se dijo cin una verdad clara y rotunda María del Rosario Gurtubay y González de Castejón se casase con Alfonso de Silva y Fernández de Córdoba, décimo séptimo duque de Hijar. Su bisnieta, María del Rosario de Silva y Gurtubay contrajo matrimonio en Londres con el décimo séptimo duque de Alba, con quien tuvo una hija, Cayetana, la duquesa de Alba que tanta fama acumuló.