En 1963 –justo cien años después de que Rosalía de Castro publicase Cantares Gallegos– Ourense, y media Galicia más, partió de su tierra madre en pos de un porvenir que allí era casi un imposible. Un buen puñado de ellos llegaron a la tierra prometida del trabajo, aquí en Bilbao, y fueron instalándose como podían. En las laderas del monte creció con nocturnidad y en silencio un barrio gallego clandestino. Los terrenos de este enclave, que se llenaron de casas unifamiliares edificadas sobre una gran pendiente, pertenecían al industrial vizcaino Miguel de la Vía que los compró (en 1956) para explotar una cantera ubicada justo en la ladera opuesta al barrio, allá por el monte Arraiz. Era un barrio ajeno a las guías turísticas, a diferencia de la colección de Rolls-Royce –que este mismo empresario vasco acumuló durante años en torre Loizaga, una colección fabulosa...– que sí se muestra como uno de los puntos de más interés para visitantes por ser la única de Europa que cuenta con todos los modelos fabricados entre 1910 y 1990.

Deténgase quien esto lea en cómo Bilbao se hizo con estas tierras. El 22 de septiembre de 2009 murió Miguel de la Vía. El Ayuntamiento adquirió 48.692 metros cuadrados –cerca del 90% de la superficie del barrio– lo que permitió actuar sobre el barrio. Además, en aquel 2010 la junta de gobierno de la villa aprobó la compra de 179.057 metros cuadrados de suelo rústico en el monte Arraiz, divididos en dos lotes: uno de 87.526 metros cuadrados cerca de la cima del monte Arraiz y otro de 91.531 metros cuadrados entre Masustegi y la antigua cantera. La adquisición de estos terrenos, que ha supuesto una inversión de 1.757.950 euros, amplió el paisaje de la propiedad municipal existente en la zona.

En la cartografía de 1960 no aparece Masustegi como tierra habitada y eso que la iglesia (san Gabriel Arcángel), ubicada en la misma cima, la construyeron los vecinos en 1957. Hasta 1970 los vecinos de Masustegi no tuvieron agua corriente y en 1984 secuestraron un autobús para reclamar que una línea llegara por fin al barrio que durante mucho tiempo fue conocido como el último de Bilbao. Lo consiguieron. Era una necesidad. No por nada, hace no mucho se le escuchaba decir a una vecina de raíces gallegas algo así como: “Aquí estase de maravilla, porque antes si que tiñamos que arrear todo no lombo para traelo a casa. Agora chega o autobús”. Lo dicho, con antelación acarreaban los pesos en burro y ese universo recordaba, qué sé yo, a los pueblos fantasmas.

En los años 50 y 60 numerosas familias gallegas vinieron a Bilbao a trabajar en la cantera del Arraiz de las que les hablaba antes a la luz del día. Construyeron sus casas de noche en la ladera de la montaña de manera clandestina. Que las casas se levantaran con nocturnidad y bastante prisa no solo respondería a la apresurada necesidad de vivienda de los recién llegados, sino que se construían por la noche para que no lo viesen los guardias. Además, en tiempos de Franco, no se podía echar abajo una casa con cuatro paredes y un tejado, por muy clandestina que fuera, como terminó siendo el barrio entero.

Hace algo más de una década DEIA mostraba un ejemplo de aquellas faenas con un reportaje. Decía así. “Con la ayuda de dos burros y una carretilla acercaba Benito Intxaurbe los ladrillos a Masustegi para construir su casa. Los cogía prestados de la escombrera que, por la década de los 50, el Ayuntamiento bilbaino poseía en San Mamés. Se llevaba todo lo que podía serle útil. Cuesta arriba. Por la ladera del monte Kobeta. A paso de burra. Y, por la noche, después de una larga jornada laboral, volvía a ponerse el buzo para levantar lo que hoy es su hogar”.

A Don José Martínez, el párroco de Masustegi, de origen gallego pero hijo adoptivo de la villa desde los tres años, le conocían como el fundador. Los caminos y escaleras que conectan las viviendas de Masustegi se crearon, en parte, gracias a su tesón. Cada día Don José acudía al Ayuntamiento en busca de materiales y poco a poco fue impulsado su pequeña Galicia.

Eran tierras en las que abundaban los zarzales y las moras, de ahí el nombre del barrio: Masustegi, tierra de moras. Recuerdan que allí se celebran las fiestas de San Gabriel, que tienen como plato fuerte el Día del Mejillón porque muchas familias proceden de Galicia, como la del párroco, Don José. La iglesia, inaugurada en 1957 en la parte alta, funcionó como escuela durante un tiempo y hoy es, junto al local social, el centro de la vida del barrio. Muchos vecinos han ayudado a pintarla y a hacer reparaciones.

Hoy ha perdido algo de vigor el barrio pero sigue con un carácter particular. Por ejemplo, Eder Quemada y Mónica Parrales es el matrimonio que está al frente del Bar Los Botijos, en pie desde 1949 y en el que su plato estrella son los cachopos. Él es hincha acérrimo de la Real Sociedad pero eso no impide que medio Bilbao se acerque hasta Basurto y comience la ascensión hacia la plaza de Los Botijos, donde se ubica ese local del que hablan maravillas. Sobre todo de su cachopo. De esas mismas raíces celtas le viene la habilidad para preparar un pulpo que evoca la cocina gallega clásica (tiempo atrás había otros locales más suculentos en el pulpo...) y completan la Santísima Trinidad laica y culinaria unas croquetas de fábula. Las vistas y la tranquilidad, eso sí, son de lo mejorcito de la villa. En la cima de Masustegi, se han sacado un mirador como plantado en unos tejados para contemplar Bilbao a sus pies.