BILBAO. Con la ayuda de dos burros y una carretilla acercaba Benito Intxaurbe los ladrillos a Masustegi para construir su casa. Los cogía prestados de la escombrera que, por la década de los 50, el Ayuntamiento bilbaino poseía en San Mamés. Se llevaba todo lo que podía serle útil. Cuesta arriba. Por la ladera del monte Kobeta. A paso de burra. Y, por la noche, después de una larga jornada laboral, volvía a ponerse el buzo para levantar lo que hoy es su hogar. El número 221 de Masustegi, barrio del que Bilbao acaba de adquirir los terrenos.

Por aquel entonces no habría más de cinco casas construidas en la ladera. Benito lo recuerda con claridad a pesar de haber pasado ya 65 años. Memoria de hierro. Se instaló en Masustegi cuando contaba 18 primaveras y hoy es uno de los vecinos más veteranos. Sus ojos han visto crecer el barrio mientras sus propias manos formaban parte activa de la construcción. Y es que en Masustegi, todos los vecinos arrimaban el hombro cuando se trataba de ayudar a un nuevo inquilino.

Entre la oscuridad de la noche, con la iluminación de un foco en cada esquina de las fincas -adquiridas a Miguel de la Vía, antiguo dueño de las tierras- los vecinos del barrio aplicaban sus conocimientos en construcción. También lo hacían las mujeres. Mientras ellos picaban y juntaban ladrillos, ellas formaban la masa o mantenían calmado el apetito de los incansables trabajadores. Eran jornadas duras, las de los primeros habitantes de Masustegi; días laborales que comenzaban temprano en el trabajo y finalizaban casi al alba, según describe Benito. Y eso con la tensión añadida de que no pasara la Guardia Civil mientras trabajaban a destajo y les ponía una multa. "Te hacían pagar 50 pesetas de las de entonces", recuerda.

Comparte veteranía, Benito, con Don José Martínez, el párroco de Masustegi, de origen gallego pero hijo adoptivo de la villa desde los tres años. A él le conocen como el fundador. Los caminos y escaleras que conectan las viviendas de Masustegi se han creado, en parte, gracias a su tesón. Cada día Don José acudía al Ayuntamiento en busca de materiales. Después, en la iglesia, repartía el trabajo entre sus fieles. "Les hacía ir a misa para luego poder mandarles a trabajar", explica entre risas el párroco.

Las grietas de los caminos denotan hoy los 50 años que han pasado desde entonces. También las paredes de las viviendas. Y sus fachadas, de las que cuelga el cableado eléctrico. El barrio se construyó a si mismo. Sin ayudas municipales. Sólo con la buena intención y el hambre de mejora de sus vecinos. Creció sin orden. Con casas a la derecha, a la izquierda, arriba y abajo. Así hasta cubrir la ladera del Kobeta. "Un zapato hecho a medida", tal y como lo describe José María Fernández, presidente de la asociación de vecinos. Y no hay nadie que los eche de su horma. "Yo de aquí no me muevo", asegura otro de los vecinos más longevos de Masustegi. Se trata de José Santos, otro de los gallegos -en el barrio son muchos- que llegó a la villa en busca de trabajo. Sus dos hijos tienen hoy una casa junto a la suya. "Han nacido aquí y aquí quieren quedarse", explica José con la txapela en la cabeza.

El de Masustegi es un barrio muy unido; unión que ha sido fruto de la constante lucha por mejorar sus accesos. De hecho, llegaron hasta tal punto de que hace años, "cansados de tantas peticiones formales" -tal y como narran-, para que se acercara Bilbobus hasta el barrio secuestraron hasta 36 autobuses. "Nos subíamos en Basurto, habiendo pagado el billete y pedíamos al conductor que subieran a Masustegi. Al principio se negaban, pero ante la amenaza de conducir el autobús nosotros mismos siempre accedían", rememoran los cuatro entre risas. Ahora, disponen de autobuses cada cuarto de hora. "Y es la línea más demandada", subrayan.

Con el tiempo, Masustegi ha ido actualizando sus hogares con retoques en el tejado, las fachadas... "Antes se cae una casa de Bilbao que una de las que hemos construido", bromean. Compensan las cuestas a las que se enfrentan a diario con las inmejorables vistas de Bilbao que asoman por sus ventanas. Pero sus calles continúan en declive. Por eso esperan con ilusión las reformas que acometerá el Ayuntamiento el próximo año. "Supervisaremos todo" avisan. Mientras, la vida continúa frente a la puerta del 221.