De puro inesperado, por lo insólito, llegaron a pensar que aquello era una broma. No en vano, la noticia se publicó en el BOE el pasado 28 de diciembre, fecha propicia para chanzas, guasas e inocentadas. ¿Quiénes cayeron en la confusión? Amagoia y Asier Loroño, ángeles custodios de la Orquesta Sinfónica de Acordeones de Bilbao (BAOS), entidad acreedora a la medalla al mérito de las Bellas Artes en su categoría de oro. Era tocar el cielo, habida cuenta que conocían la dificultad de esa escalada. Habían oído hablar del pionero en esta conquista de la tierra prometida en la categoría de la música: la guitarra de Andrés Segovia, ni más ni menos. Y ahí estaban ellos, a las puertas de su sesenta aniversario (la orquesta fue fundada por Josu Loroño, el gran patriarca, en 1963...), ellos que llevan por medio mundo el calor de los fuelles y el nombre de Bilbao, asomándose al balcón de los grandes, de los vencedores. La Orquesta Sinfónica de Acordeones de Bilbao no ha tenido una vida regalada ni un pasar acomodado. Se ha sujetado siempre en el alambre de la destreza y la habilidad, en la pasarela de la inspiración. Y sobre todo en el trabajo duro. El mayor premio no es obtenerlo sino merecerlo. Y bajo la ley de sentencia no hay duda alguna: La Orquesta Sinfónica de Acordeones de Bilbao se ha ganado a pulso ese reconocimiento.

Fue el gran patriarca de la Orquesta Sinfónica de Acordeones de Bilbao y profesor de varias generaciones de músicos. Josu Loroño gastaba un porte semejante al de Abraham Lincoln y centenares de músicos de Bizkaia le recuerdan siempre que despliegan el fuelle de sus acordeones y dan las primeras notas. Desde mediados del siglo XX (fue fundada en Bilbao en 1950 por el citado maestro…) la escuela de acordeón y música Loroño Musikaltegia ha sido pionera en la enseñanza del acordeón. En su seno han aprendido cientos de alumnos y ahí siguen aprendiendo las nuevas generaciones, aprendiendo a disfrutar de la música.

El centro recuerda a un laberinto de botones, teclas y plásticos relucientes. Echándole imaginación, incluso puede respirarse la atmósfera de un viejo taller de almacén donde se lustran cueros, ajustan botoneras y martillean grampas, por decirlo en el argot. Acordeón, trikitixa y bandoneón, o “el fuelle”, para resumirlos, son responsables de los sonidos que esconden el misterio mismo de la música.

Allí destilan su pasión por la música y este instrumento singular los domadores de vientos, Amagoia y Asier. La pasión de Josu Loroño por el acordeón comenzó en la década de los cincuenta. Era un instrumento poco conocido entonces y más ligado a la música popular que a la sinfónica. Gracias a sus largas investigaciones, el 22 de noviembre de 1963, los desvelos y estudios desembocaron en el estreno de la Orquesta Sinfónica de Acordeones, un abracadabra que hizo de aquel sueño una gran realidad. Al frente de la orquesta interpretó las obras de los grandes maestros de la música; desde los clásicos como Mozart, Beethoven, Rossini, Chaikovski, Verdi, Schubert, Bizet o Strauss, pasando por distintos géneros y estilos muy diferentes, hasta zarzuela, música francesa, popular y sinfónica vasca –Guridi, Sorozábal–, logrando un sonido exclusivo y diferente.

Hoy, como les dije, son sus hijos, Amagoia y Asier Loroño, quienes manejan aquel legado de un artista de fuerte carácter e independencia, gran amante de su pueblo y defensor de su idioma, el euskera; un idealista, enamorado del siglo XIX. De aquel hombre heredaron otra virtud complementaria al idealismo: un trabajo infatigable que no deja nada al azar. Hoy Josu, con esta medalla, se sentiría rey de reyes. El corazón le boxearía dentro del pecho, al compás del vaivén de los acordeones que tanto amó.

En el año 1980, le fue concedida la dispensa de titulación para la enseñanza del acordeón superior por el Ministerio de Educación. Apenas ocho años después, Josu Loroño fue homenajeado por la Diputación Foral de Bizkaia, y en el año 1998, el Ayuntamiento de Bilbao le rindió otro homenaje por su trayectoria artística en la villa de Bilbao. Siempre con Bilbao y la música por bandera, ese fue su legado.

Hoy en día, el legado del patriarca perdura y sobrevive con fuerza, aún a sabiendas que no soplan buenos vientos para descollar por libre. La Escuela de Acordeón y Música Loroño Musikaltegia ha sido pionera en la enseñanza del acordeón y aún hoy sigue siendo el cenit de la referencia, con los hijos de Josu, Amagoia y Asier Loroño, quienes mantienen el espíritu del padre. Allí, en el número 27 de Hurtado de Amezaga, forjan a los acordeonistas del mañana, lejos de las escuelas oficiales de música y de los cánones reglados. Se diría que buscan al buen salvaje del oficio, puliendo a cada uno de sus alumnos hasta extraerles, del hondón del alma, la mejor de sus expresiones.

“La orquesta se mueve como un barco en alta mar”, explica Amagoia. Basta con dejarse llevar por la imaginación y ver a toda esa tripulación de hombres y mujeres, en su inmensa mayoría jóvenes, moviéndose en vaivén, de acá para allá, para obtener una poderosa imagen, si quieren digna de uno de los cuadros de batallas –navales, en este caso...– que pinta Augusto Ferrer-Dalmau, uno de los artistas que comparten la gloria de esta medalla con la propia orquesta. Ya lo ven, de vez en cuando la realidad procura casualidades de este tipo. Muy hermosas casualidades.