Fue el suyo uno de esos corazones agitados que siempre andan de acá para allá, ávidos por conocer nuevos mundos, por emprender la aventura de los nuevos negocios y por compartir, con generosidad, la fortuna bien ganada. La figura de Marcelino Ibáñez de Betolaza emerge como un claro ejemplo de aquellas gentes de entresiglos (XIX-XX en este caso...) que anduvieron por la vida también a caballo, entre la tenacidad y una mirada visionaria; entre la diversidad de ideas y proyectos que abarcaron y una anchura de miras. Un hombre social, aferrado al pueblo donde echó raíces para levantar el vuelo. No en vano, Marcelino había nacido en Gasteiz en 1853 pero a los 5 ó 6 años ya vivía en Bilbao, donde se desplazó la familia por necesidades del padre, médico de profesión.

El empresario hecho a sí mismo -a los 14 años se instaló por su cuenta...- dejó un reguero de generosidad en Bilbao

Lo hizo bien pronto si se juzga que a los 14 años su padre había fallecido y Marcelino ya se había instalado por su cuenta con un taller de herrería en la calle Castaños de Bilbao, que transformó para dedicarse a la fabricación de camas metálicas (fueron impactantes en su época, apoyadas en una campaña de publicidad impactante...) y que luego amplió todavía más hacia la elaboración de muebles metálicos (mesillas, lámparas, sillas, etcétera). No por nada, a los 9 años había dejado el aula para ingresar como aprendiz de herrero en el taller citado, conocido como el Aragonés, donde se inició en la fabricación de camas de hierro. Ingresó luego en la Escuela de Artes y Oficios para especializarse en dibujo industrial. Inquieto, ya ven, casi desde la cuna.

Aquellas aventuras empresariales no se limitaron a la antedicha fábrica de muebles (que en 1900 tenía 70 empleados), sino que fueron extendiéndose a otros sectores y a otros lugares. En 1901 fundó La Camera Española. Al año siguiente fundó y presidió el consejo de administración de La Cerámica Vizcaína dedicada a la elaboración de cemento, cerámica y ladrillos. Además de estos negocios, Marcelino Ibáñez contaba con otros intereses en Lutxana y en Sevilla.

Artxanda y su funicular, las primeras mutuas, unas célebres camas metálicas, la Cruz Roja y un sinfín de actividades le adornaron

Con todo, la iniciativa más novedosa fue la formación de la sociedad del Funicular de Artxanda. Constituida en 1913, el proyecto incluía el aprovechamiento de terrenos en la cima del monte Artxanda, con la instalación de un casino (el Casino de Artxanda), una pista de patinaje, un txacoli (El Popular), un campo de fútbol (del Moraza), pistas de tenis y una estación de radio. Para comunicar el casco urbano de Bilbao con este nuevo foco recreativo, se proyectó la construcción de un funicular que, arrancando cerca de los propios talleres de Ibáñez de Betolaza en la calle Castaños, acercaba a los usuarios a la cumbre de Artxanda. Así satisfacía la demanda de esparcimiento de diversos sectores de la sociedad bilbaina.

Su corazón también latía en el campo asociativo. Fue miembro de la Liga Vizcaina de Productores, fundada en 1894 y fue designado contador en la primera junta directiva del Centro Industrial de Vizcaya, fundado en 1899, del que fue obligacionista. Políticamente se mantuvo próximo al republicanismo. Fue elegido concejal en las elecciones municipales de diciembre de 1909 por el distrito de Casas Consistoriales, solo por el amor que profesaba a Bilbao, tierra de acogida.

Sigamos con sus quehaceres. Fue miembro de la junta directiva de la Sociedad de Seguros Mutuos de Bizkaia sobre Accidentes de Trabajo, antecedente de Mutualia. También estuvo vinculado a la Cruz Roja, de la que fue presidente en los difíciles momentos de la Guerra Civil previos a la caída de Bilbao en junio de 1937. En 1945 falleció a los 82 años, en Bilbao. Su firma perduró bajo la razón social Hijos de Ibáñez de Betolaza. En Algorta y en la Campa de Erandio se construyeron sendos barrios con su nombre.