En uno de esos paseos organizados por el municipio de Getxo, allá donde se rescatan la memoria y el recuerdo de un buen puñado de personajes con peso en aquellas tierras, puede recorrerse la historia de Francisca Labroche. La ruta que lleva su nombre arranca desde la plaza del Puente Bizkaia, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2006. Un punto simbólico de partida, ya que a esta plaza era donde arribaban los y las veraneantes que venían desde Bilbao.

El visitante puede dejarse llevar por Francisca a través del barrio de Santa Ana, donde es posible descubrir la importancia de su primera edificación, hasta Romo. Este barrio albergó las primeras pequeñas industrias del municipio: la fábrica de aceite, la de semillas, la de alfileres... Y la fábrica de cubiertos y objetos religiosos de Matías Romo, el hombre cuyo apellido quedó impreso para siempre en Getxo, en aquella zona que era bien conocida como el nombre de Kresaltzu. Dado que parte del campo de fútbol del Arenas Club estaba en las tierras del ya citado Matías Romo, la gente empezó a llamarlo “campo de Romo”, consolidándose ese nombre para el barrio.

De padre donostiarra, Francisca (1806-1867) nació en Bilbao recién estrenado el siglo XIX. Al igual que sus tres hermanas, María Ramona, Leonarda Ignacia Cesárea y María Beatriz, se bautizó en la Iglesia de San Pedro Apóstol del barrio bilbaino de Deusto. Veintiún años después, este templo también sería testigo de su matrimonio con Máximo Aguirre, quien llevaría a cabo una operación urbanística sobre los terrenos que hoy conocemos como Las Arenas.

De las marismas pasó a convertirse en Las Arenas, tierra urbanizable donde Francisca pensó en una ‘ciudad de vacaciones’

A la muerte de Máximo Aguirre en 1863, Francisca Labroche, junto a sus hijos Eduardo y Ezequiel, continuó con las ventas de terrenos a través de la sociedad familiar Viuda e Hijos de Máximo Aguirre, de la que Francisca era dueña mayoritaria (54,6 %). Por otro lado, su hija Dolores también estaría vinculada a esta sociedad, pero a través de su marido Eduardo Coste, marqués de Lamiako. Francisca Labroche, mujer ávida en los negocios y de espíritu viajero, adquirió en París la imagen de la patrona de la Ermita de Santa Ana; edificio que pasaría a ser el centro del desarrollo inmobiliario de la zona. Una saga familiar, la de los Aguirre-Labroche-Coste, que revolucionó Getxo a nivel urbanístico hasta el punto de ser también los impulsores del ferrocarril en aquella zona.

Hay que considerar que Francisca Labroche fue mucho más que la viuda de Máximo Aguirre, visionario empresario que marcó el plan para convertir las marismas que cubrían la zona de Santa Ana y Las Arenas, en áreas urbanizables. Tras la muerte de éste, junto a sus hijos Eduardo y Ezequiel, convirtió esos terrenos en la ciudad de vacaciones para la burguesía del siglo XIX.

Mujer ávida en los negocios y de espíritu viajero, adquirió en París la imagen de la patrona de la Ermita de Santa Ana

Además de su actividad como empresario, Máximo Aguirre Ugarte (1791-1863), marido de Francisca Labroche, fue alcalde de Bilbao y cónsul de Estados Unidos en Bilbao. En 1856, Máximo compró –entre otros inversores– las actuales tierras de Las Arenas, Lamiako y Romo por ¡0,1 céntimo de euro el metro cuadrado! (entonces eran marismas sin valor aparente), para dar lugar a la actual configuración urbana de Las Arenas.

¿Algún detalle más? La ermita de Santa Ana. Su construcción se atribuye a Modesto Echániz y se llevó a cabo gracias a la financiación de Francisca Labroche. Asimismo, sirvió de referencia para organizar la parcelación, en forma de cuadrícula, de todo el barrio. Parece claro que Francisca fue una urbanista de primera magnitud. A esta primera construcción del barrio de Santa Ana le siguieron las casas (ya derribadas y de ubicación desconocida) de Ezequiel y Dolores, dos de los hijos de Francisca Labroche.