ERAN años convulsos y agitados, tiempos de metamorfosis más que de transformación. Cuando Unamuno publicó en 1897 su novela Paz en la guerra, creyó que estaba haciendo la radiografía del Bilbao contemporáneo. En realidad, escribía sobre un Bilbao –el de la última guerra carlista, pongamos por caso...– que estaba dejando de existir. El Bilbao de la Restauración (1874-1902) era aún un Bilbao liberal, una ciudad pequeña, mercantil, comercial, confinada todavía en la Siete Calles y el Casco Viejo: el primer chalet de Neguri, por ejemplo, no se construyó hasta 1904. Era un Bilbao a las puertas del Ensanche, e iba convirtiéndose en una ciudad portuaria –el puerto exterior se terminó precisamente en 1902–, industrial, financiera (en 1901, se crearon el Banco de Vizcaya y el Crédito de la Unión Minera, y en 1906, la Caja de Ahorros Municipal) y en continuo crecimiento demográfico y territorial. Fue justo entonces, en medio de aquella vorágine, en 1895, cuando arrancó esta historia. Así lo cuentan los historiadores.

La cofradía de San Cosme y San Damián, constituida por médicos, cirujanos y boticarios en el siglo XVIII, fue la primera agrupación de profesionales sanitarios con ejercicio en Bilbao. Erigió un pequeño altar en la iglesia de San Antón, del que solo quedan las dos estatuas de los santos gemelos.

Pero las ciencias médicas avanzaron notablemente durante el siglo XIX, obligando a los médicos de la época a una puesta al día permanente. En 1899 había 67 médicos con consulta en Bilbao y 28 farmacias. Todo ello, junto a la aspiración de una mejor defensa de los intereses profesionales, dio lugar al nacimiento de la Academia de Ciencias Médicas.

El día 15 de enero de 1895 nació la Gaceta Médica del Norte y cuatro días más tarde se creó la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao. Su primer presidente, José Carrasco terminó el acto de constitución con las palabras de Pasteur: “...que al hallarnos cercanos al fin, pueda cada cual estar en derecho de decirse: He hecho lo que he podido”. Frase que se grabó en latín en el escudo de la Academia: Faciam ut potero. El primer presidente de honor fue Agustín de Obieta que había sido el último mayordomo de la cofradía de San Cosme y San Damián. Él pronunció el discurso inaugural. La primera alineación, si se me permite decir así, estuvo compuesta, entre otros, por los doctores Carmelo Gil, Enrique García de Ancos, Domingo Pascual y Nicolás Rivero. Aquella primera Junta Rectora tuvo como Presidente al ya citado José Carrasco, director del Hospital de Bilbao y del posterior Hospital Civil de Basurto hasta 1918.

Estamos, por tanto, en el 19 de enero y ubicados en la Casa de Socorro del Ensanche de Bilbao. Allí tuvo si sede la primitiva Academia. La academia entró en juego rápido y de lo lindo: participó en la transformación sanitaria de Bilbao y Bizkaia, siendo requerida por el Ayuntamiento para redactar las bases de una profilaxis antituberculosa, participando en la lucha antialcohólica, la estrategia de vacunación antivariólica, en diversas medidas de higiene y en la redacción de una cartilla sanitaria por la pandemia gripal de 1918.

A lo largo de su dilatada trayectoria ha contado con la participación y colaboración de los médicos, farmacéuticos, veterinarios, odontólogos y biólogos más insignes de la sanidad pública y privada de Bizkaia, así como miembros destacados de la universidad.

Desde entonces, la Academia desarrolla una ininterrumpida labor en la formación continuada de los profesionales de la salud mediante la organización de cursos, talleres, simposios, jornadas y cualquier tipo de reuniones científicas en las que se profundiza y debate sobre los avances médicos, integrando además otras disciplinas médicas y sanitarias, como farmacia, biología, veterinaria y odontología. La academia potencia y fortalece, a su vez, la vertiente humanística inherente a la práctica médica y tiene firmados convenios de colaboración con diversas instituciones sociales y sanitarias.

Volvamos hacia los orígenes. La academia nació impregnada por la preocupación de la mala situación sanitaria de Bilbao y Bizkaia. El hacinamiento de la población en los barrios urbanos extremos era un cultivo de epidemias con alta morbi-mortalidad: el cólera, tifus, viruela, meningitis, tuberculosis, constituían auténticos verdugos para la sociedad de entonces.

Su larga trayectoria está espolvoreada de hitos y curiosidades. La Academia fue invitada en 1906 a asistir a la conmemoración del tercer centenario de la publicación del Quijote. En 1918 hubo de suspender sus sesiones para que los médicos se dedicaran a los enfermos de la epidemia de gripe de 1918. Por el universo de las conferencias organizadas han pasado algún que otro premio Nobel (pongamos por caso Selman Abraham Waksman, descubridor de la estreptomicina, que fue nombrado Socio de Honor de la Academia poco antes de serle concedido el Premio Nobel o Juan Ramón Jiménez, paciente de Nicolás Achúcarro o Ernest Hemingway, conocido del doctor San Sebastián...) y con motivo de la Guerra Civil de 1936 la Academia interrumpió sus actividades, suspendiéndose la publicación de la Revista Clínica de Bilbao, embrión de la Gaceta Médica. Muchos académicos fueron movilizados por ambos ejércitos combatientes. La vida de la Academia se reanudó con dificultades. Hoy late con fuerza.