Ante ustedes, la experiencia y la osadía uniéndose para sacarse de la manga un proyecto singular, Symbiósis, donde un diseñador audaz como Eder Costume, de 27 años, cruza su camino con el de un pintor de renombre en Bilbao, Juan Humaran (Bilbao, 1951) y acaban intercambiando inspiraciones. Esta es la historia que se enclava en Laukiz, donde nace una hermandad de dos hombres que han encontrado su punto de unión, el hilo conductor que les empuja hacia un proyecto moderno. Cuentan algunas voces que fue José Antonio Nielfa, La Otxoa, quien puso en contacto a ambos espíritus que engarzan a través de las manos, para los dos artistas una atracción.

Cuando Eder no era aún Costume, cuando todavía era Eder Bas, encontró su primera fuente: su amama. O mejor dicho, las manos de ella. Siendo aún niño, Eder recuerda quedarse embobado mirando cómo sus dedos bailaban sobre las telas, acompañados por aguja e hilo y creando maravillas a su paso. Las manos le guiaban por las tierras de costura.

Antes, muchos años antes, Juan Humaran había sentido idéntica atracción: las manos. Son la esencia para Humaran. No en vano la gente del arte habla y no calla de su capacidad indiscutible de retratar manos. Nudosas, arrugadas, surcadas por pliegues, crispadas, tensas, marcadas por venas que son sinónimo de vida y trayectoria... Son manos cuya sola visión evoca historias; las historias que es capaz de insuflarles Juan Humaran. “Me encantan las manos. Las manos tocan. Las manos acarician. Las manos trabajan. Pero lo más importante: las manos dan”, explica, y no puede evitar enlazar esa idea con la generosidad sincera que ha encontrado en Laukiz. Es ahí, a orillas de Butroi, donde vamos a encontrarle cabida a esta aventura.

Juan fue un joven rebelde. Sus progenitores querían que estudiase para arquitecto o ingeniero, y él acabó licenciándose en Bellas Artes. Viajó con una beca a Estados Unidos, a Pensilvania, para realizar un máster, y fue allí donde tomó conciencia de que quería vivir en el campo. Así que, cuando retornó a tierras vascas, se estableció en Laukiz, en 1975. Allí, junto a otros artistas estadounidenses, mexicanos y vascos puso en marcha la mítica escuela taller del caserío Errementariñe, donde tejían tapices gobelinos y donde impartían clases de cerámica, grabados y pintura.

En su busca partió, hace no demasiado tiempo, Eder, con una idea en el zurrón. A sus 27 años, Eder ya contaba con toda una década de experiencia en el diseño y la confección de la alta costura. Por ahí vuela. Ha trabajado en vestuarios de teatro, ha investigado en el mundo drag (ha cosido para Yogurinha Borova trajes singulares y coloristas, como si le estallasen fuegos artificiales en sus cielos creativos...), ha trabajado para diferentes shows y no pocos eventos. Siempre en pos de las ideas efervescentes, siempre en torno al kilómetro 0 de las telas, siempre con la idea nueva en las yemas de los dedos. Para dibujarla, pasa coserla. De ese dale que te pego a la imaginación nació Symbiósis, el proyecto que ha hermanado al diseñador y al artista. La palabra de origen griego se define como la asociación de organismos de especies diferentes para beneficio de todos. Se trata de una mirada orgánica de la naturaleza, ensamblándose con la humanidad. Se trata de una fusión en muy variados campos.

Eder cuenta su idea y Juan despliega sus pinceles sobre las telas. Eder diseña y confecciona a mano, como les dije, y Juan improvisa sus dibujos. No es solo la comunión de dos artes, el diseño y la pintura, sino el ensamble entre dos generaciones que han vivido y conocido mundos bien distintos. Durante más de un año, Eder se acercaba, semana tras semana, al estudio de Juan para el intercambio de miradas. Combinan distintas épocas, diferentes formas de vida, los pensamientos de cada uno de los creadores. Se trata de un viaje que queda plasmado en una colección de doce piezas singulares y con personalidad propia. Es una travesía que va de la vanguardia de la pintura a lo expresionista de la moda. Lo clásico besándose con lo moderno, lo teatral acariciando lo escultural.

La colección es todo un estallido y conviene asomarse al balcón para echarle un vistazo a algunas de las piezas más elogiosas. La pieza Dalias de noche y día está inspirada en las flores del jardín de Juan Humaran y establece un juego de simetrías de colores –champagne y azul noche...– en raso, donde Humaran ha pintado las flores que ve cada mañana. Del pecho tableado brota la imagen de un pavo real pintado a mano, con una inmensa cola que simula el espectacular plumaje del animal. El nombre del vestido, La realeza del pavo, lo describe a las mil maravillas. Es pura elegancia.

¿Quieren echar un vistazo a un tercer diseño? El traje se llama Alas de libertad y en este Juan Humaran ha dibujado el aleteo de una mariposa que coge vuelo con la volatilidad natural en la falda y los tejidos en crepe rosa crudo.

Los dos artistas fueron juntándose a lo largo de un año. De esa unión nació Pez de mil metales que pretende concienciar sobre la contaminación de ríos y océanos. Se trata de un pez confeccionado con retales de diferentes tejidos (rasos, gas, lycras...) que simulan escamas. Juan dibujó una cabeza de pez saliendo del pecho, como si buscase el aire que le falta. La belleza de una rosa, plantado como un vestido masculino, es un ejemplo más de todo cuanto brota en estas dos cabezas.