FUE viento del norte alegre en las bodas y una suave brisa de consuelo en los funerales; lloró con las inundaciones del 83 y celebraba, a carcajadas musicales, los títulos del Athletic. Tocó el txistu en París y en Nueva York, aquel día en que una orquesta sinfónica yankee quiso reclutarle para convertirle en un solista internacional. En 1967 estuvo en la misma Casa Blanca. “Íbamos a tocar para el presidente Lyndon B. Johnson, pero en el último momento nos dijeron que se había retirado a descansar”, decía... ¡una lástima!

La vida de Boni Fernández, el niño que quiso ser carpintero –en la vieja Misericordia le equivocaron la vocación hasta hacerle sastre...–, fue la propia de un músico bohemio, un subeybaja de avatares “Eran los Beatles de las Siete Calles...”. Una voz anónima interrumpe los recuerdos de Mikel Bilbao, el hombre que le sustituyó; primero en las romerías y más tarde en la Banda Municipal de Txistularis de Bilbao, donde compartieron veinte años de vida aventuras junto a Tomás Sarazibar y Jesús Villar, el primero que faltó. “Éramos dignos de ver en la oficina...”. Habla de nuevo Mikel Bilbao, silbote en aquellos días de mediados de los setenta. Sus despachos eran, sobre todo, los pórticos de San Antón, Santos Juanes y Santiago. Eran legendarias las disputas entre la Banda Municipal de Bilbao, de corte clásico, y los txistularis de Donostia, donde José Ángel Antxorena dirigía una banda municipal de corte vanguardista. “Se habló mucho de aquello”, dice serio Mikel Bilbao. “Pero la verdad es que todo se reduce a un día en que, estando ambas formaciones cerca, los de allí no hacían más que hablar de los errores de los vizcainos. Entonces saltamos y se lo dijimos bien claro: menos hablar y menos tocar para Franco. El viejo veraneaba en San Sebastián y daba dinero para todo el folclore de aquella zona. Aquí, en Bizkaia, ni un duro...“

Quizás el tiempo pasado (se fue en 2009...) lleve la anécdota al tiempo de la exageración pero el viejo Boni, que ya no está aquí para ruborizarse, fue hombre de muchas mujeres, aunque no se casase con ninguna, “por no poderla mantener”, tal y como contaba a sus próximos. K-Toño Frade, otra ausencia que duele, recordaba el día en que le miraron el tamboril en EE.UU. para ver si llevaba un motor incorporado.

Fue el hombre que puso la música del pueblo a las últimas gabarras del Athletic, el primero que tocó en el Teatro Arriaga y en el quiosco del Arenal tras las inundaciones. Si hacían kalejiras llegaba y preguntaba: ¿cuántos vinos vamos a tomar? Si le decíamos que seis o siete él lo rebajaba. “Yo tres”, decía tajante. Más allá de su consideración como primer txistulari de la Banda Municipal de Bilbao, Boni alcanzó el cielo cuando vio el txistu en los conservatorios de música. Estaba convencido de que era un instrumento con la misma dignidad que cualquier otro. Junto con Manuel Landaluce, Victoriano Goitia y Jesús Villar había creado la Academia Municipal de Txistu, Alboka y Pandereta en 1957 y había tocado con numerosas orquestas sinfónicas. En los últimos años vivía encima del Zorginzulo y apenas salía, pero fue un hombre que vivió la calle. Quienes le conocieron lo atestiguan, así como su proverbial corazón que le empujaba a dar cientos y cientos de recitales benéficos. Perdió el padre muy joven y estuvo en La Misericordia. Solía decir que cuando de verdad pasó hambre fue al salir de allí Aquel 1989 fue el año de su vida. Era el tiempo de su jubilación y le nombraron Zarambolas en carnavales y pregonero en Aste Nagusia. Se quejaba mucho del uniforme porque era enemigo de los trajes, pero gozó como un niño. Siempre dijo que aquel homenaje de Bilbao era lo más grande de su vida”.