E aquí un suceso rocambolesco, uno de los episodios más surrealistas de los que se han vivido en Bilbao a lo largo de su historia. Todo comienza un siglo antes de que suceda, un 27 de enero de 1806, día en que nació Juan Crisóstomo de Arriaga, en el hoy registrado como el número 12 de la calle Somera y bautizado en los Santos Juanes. Es archiconocido que a Juan Crisóstomo también se le llamó el Mozart vasco, habida cuenta su precocidad en el mundo de la música grande.

Buena prueba de esto que les cuento es un dibujo de Juan Crisóstomo realizado con pluma y fechado a 20 de noviembre de 1817 de un gran salón donde se estaba celebrando un concierto a cargo de nueve músicos, entre ellos el propio Juan Crisóstomo al violín y uno de sus hermanos mayores, Ramón Prudencio (1792-1853), a la guitarra. El dibujo está dedicado a Luisa de Torres y Urquijo, que aparece al piano, con la edad de quince años, muchacha a quien Juan Crisóstomo dedicó también su primera obra, Nada y Mucho.

Sigamos con una mirada la trayectoria del genial compositor vuelapluma. En 1818, a los doce años, ya firmó su primera composición, su Obertura op.1, al año siguiente una Marcha Militar para Banda op.2 y dos Himnos Patrióticos op.3 y op.4, y poco más tarde una Romanza para Pianoforte. En 1891 firmaba una ópera sobre un libreto de Luciano Francisco Comella titulada Los esclavos felices; una ópera semi-seria, de la cual solo nos han llegado, de los más de treinta números del libreto, la Obertura, la Marcha Mora, la Cavatina de Elvira y el Dúo de Alfonso y Elvira. De ahí, Juan Crisóstomo dio el salto a París, donde dejó huella hasta el 16 de enero de 1826, diez días antes de su vigésimo cumpleaños, cuando falleció a consecuencia de una dolencia pulmonar, posiblemente tuberculosis, sumada al enorme cansancio que sufría debido al trabajo de profesor en el Conservatorio, las lecciones que daba y a su intensa actividad como ejecutante. He ahí la corta vida necesaria para escribir la página de una leyenda como la de Juan Crisóstomo.

Halehop!, un triple salto mortal y ahí estamos, un siglo después del nacimiento del músico precoz. En marzo de 1905 se elevó al Ayuntamiento de Bilbao una moción para erigir un monumento en homenaje a Arriaga, con motivo del centenario de su nacimiento, que se iba a cumplir en enero de 1906. Al concurso se presentaron diversos artistas, entre ellos apellidos ilustres como los de Nemesio Mogrobejo, Quintín de Torre e Higinio Basterra. Sin embargo, el proyecto ganador fue el de Francisco Durrio, que se había presentado fuera de plazo. En enero de 1906 se colocó la primera piedra del monumento en el Paseo Campo de Volantín. Fue un mero acto formal, para festejar el centenario del músico, habida cuenta que el diseño estaba aún por definir.

El contrato se firmó el 13 de enero de 1907, con compromiso de finalización para el 27 de enero de 1908. Al poco tiempo de esta fecha Durrio marchó a París, estableciéndose en esa ciudad. Incapaz de acabar el proyecto en el plazo previsto, finalmente en 1911 el artista presentó el pedestal y la figura en París. El Ayuntamiento de Bilbao comenzó a impacientarse, apremiando al artista. Numerosas personalidades artísticas de la capital vizcaína salieron en defensa de Murrio. Hombres como Aurelio Arteta, el propio Quintín de Torre, que había competido con Durrio para la realización del proyecto, Antonio de Guezala, Gustavo de Maeztu y Ángel Larroque firmaron un escrito conjunto en el que solicitaban al Consistorio no apremiar al artista. Llegado el año 1932, y viendo el Ayuntamiento que el monumento no acababa de realizarse, decidió que fuera un discípulo de Durrio, Valentín Dueñas quien finalizara la obra, según la concepción de aquel plazo señalado. Parecía, permítanme la expresión, el parto de los montes.

El monumento no se hizo realidad hasta 1933; para entonces, el lugar inicialmente previsto en Campo de Volantín se había ocupado con edificios, por lo cual se eligió otra ubicación en el parque Casilda Iturrizar, más en concreto en la zona de la Pérgola. Para celebrar la inauguración, el sábado 12 de agosto de 1933 la Orquesta Sinfónica de Bilbao dio un concierto en el Teatro Buenos Aires y la Banda Republicana de Madrid dio sendos conciertos el sábado 12 y el domingo 13. Por fin, en la mañana del domingo 13 de agosto se presentó la obra. ¿Se había esfumado la polémica? ¡Ni hablar del peluquín!

La escultura homenaje a Arriaga tenía un nombre singular: Euterpe. En la mitología griega era la musa de la música y la traducción de su nombre resultaba evocadora y provocativa para la época: la muy placentera. Podía contemplarse en una de las pérgolas de la plaza de Doña Casilda, junto al Museo de Bellas Artes. Pasaron los años y el asunto parecía olvidado pero los tiempos, bajo la dictadura, iban encapotándose. No había un resquicio para la luz y en 1948 el diario La Gaceta del Norte comenzó una campaña en contra del monumento, arguyendo que el hecho de que la figura de la musa estuviera desnuda “avivaba bajas pasiones”. De repente, diversos grupos sociales fueron adhiriéndose a la causa censora y finalmente el Consistorio cedió, y la escultura de Euterpe fue retirada del lugar, depositándose en los almacenes del cercano museo. Para sustituir a la figura de Durrio se recurrió al artista Enrique Barros, quien realizó una figura, en similar actitud, sujetando una lira, pero vestida.

Finalmente, en la primavera de 1975, por impulso del director del museo Javier de Bengoechea, el Ayuntamiento decidió devolver a la desnuda figura a su lugar original, quedando depositada en un sótano esta vez la figura vestida de Barros. ¡Qué empeño con los sótanos! ¿El título de La Gaceta entonces...? “Después de tantos años de oscuridad la Musa del Arte de Paco Durrio va a tener su sitio en el parque”. Lo que hay que leer. En 1999 una restauración permitió que el monumento luzca tal y como lo concibió Durrio, con el agua brotando a través de la lira de la musa, a modo de lágrimas por el fallecimiento del insigne músico.

Recientemente, la figura vestida de Euterpe ha sido colocada en el centro de una fuente, que decora una de las plazas surgidas en el final del paseo de Uribitarte. Adiós a los oscuros sótanos...