AY tropecientas teorías aunque la más reconocida fue que el pueblo confundió a los leoncillos que adornan la fuente con perros y de ahí tomó su nombre una de las calles con más solera del Casco Viejo, la calle del Perro. Sin embargo, el saber enciclopédico de Manuel Basas, viejo archivero de la villa, hablaba de un testimonio de 1853 que decía algo así como “que a uno de los lados del Chorro o Fuente de San Miguel, en la calle denominada del Perro, se ha construido un bebedero para uso de los animales”. Luego se deduce del documento que fue la calle la que dio nuevo nombre a la fuente ¡Guau!, sigue siendo una calle con enigma.

Hay al menos dos historias que hablan de los orígenes del nombre. La más sélebre, como les dije, la más conocida, es la leyenda que cuenta que esta fuente construida en el año 1800 (MDCCC puede leerse tallado en la piedra...) se llama así porque la población bilbaina jamás había visto un león y, por lo tanto, no sabían ante lo que se encontraban. Debido a esta falta de información y siguiendo la lógica se determinó que eran perros, por lo que se la bautizó como la fuente del perro. Cualquier persona avisada que lea esto se preguntará si tampoco sabían contar, habida cuenta que eran tres los leones. Sería, por tanto, de los perros. Sea como sea, esa teoría es la triunfante entre la gente de la calle. Hay una teoría que refuerza esa visión. ¿Acaso de la misma manera que cuando circulaban las monedas fraccionarias de cobre o calderilla, traían grabada, en el reverso, la figura de un león, posando su pata sobre el escudo de España, a la gente le dio por llamar, a tales piezas de diez céntimos de peseta, perras gordas y a las de cinco céntimos de peseta perras chicas, convirtiendo no solo a los leones en leonas sino a éstas en perras...? Y recordemos que esa vieja costumbre se masculinizó en Bilbao, donde se hablaba del perro gordo o del perro chico, apelativo que dio nombre a puentes y casas de comida en la misma villa.

Hay, como les dije, otra historia que se ha repetido entre las cuadrillas de viejo. Les cuento. Al parecer el dueño de una casa ubicada en esta calle decidió esculpir un león de piedra como guardián de la misma. Tras esta decisión, y no se sabe si para reírse de la ostentosidad del gesto o por lo mal que estaba esculpido, la ciudadanía empezó a llamarlo el perro. Esta burla tomó tal magnitud que la calle cogió ese mismo nombre (calle del Perro), algo que haría con posterioridad la fuente por su localización y la conexión con la historia. A falta de pruebas, quédense con la que más les guste. O invéntense la suya propia, si les place.

La Fuente del Perro está reconocida como patrimonio construido en el Casco Viejo bilbaino. El texto dice: “La Fuente neoclásica del Perro se ubica en el Casco Histórico de Bilbao, concretamente, en la calle que posee su mismo nombre. Es una obra del año 1800 que, sin duda, debe su diseño a los modelos franceses. Presenta aparejo de sillería y tipología de pantalla que no supone una novedad en sí misma. Lo que sí llama la atención es su programa decorativo, completamente inusual en este tipo de construcciones. La pantalla está modulada por una arquería triple en arcos de medio punto, que presentan dovelas ornamentadas con motivos de palmeras. El remate general es un frontón triangular que cobija una placa donde se lee el año de su construcción: Año de MDCCC. Los arcos referidos están rebajados y ofrecen sendos surtidores con prótomos de león broncíneos tocados a la manera egipcia. El pilón opta por la recreación arqueológica de un sarcófago romano de estrígilos. La singularidad y el exotismo del diseño aplicado a este ejemplar hace del mismo una de las fuentes más interesantes de la Comunidad Autónoma”.

Prosigamos de paseo. Por la calle y por la historia. Durante siglos la llamaron calle de San Miguel y a la fuente, Chorros de San Miguel, en alusión a la torre de San Miguel o de Larrinaga, que existía entrante en la cabecera de la plazuela de Santiago, la cual fue levantada en el siglo XV por los Larrinaga, pasando posteriormente a los Victoria de Lecea; tenía una imagen del Santo en la parte superior de la entrada. Recordemos cómo nace. Una vez urbanizada y edificada la calle de Bidebarrieta, se fueron abriendo otras calles perpendiculares a la misma. En el siglo XVII, una de las primeras fue esa Calle de los Chorros de San Miguel, cuyo nombre se mantuvo durante todo el siglo XVlll y primera mitad del XIX, hasta que la citada Torre de Larrinaga o de San Miguel fue derruida. Entonces comenzaron a llamarla la calle del laurel, por un árbol de esa raíz que daba sombra a uno de sus patios.

La calle sobrevive hoy como un espacio evocador del ayer. En sus múltiples restaurantes abundan los viejos restaurantes de cocina clásica y cazuelas de barro. También puede considerarse a esa calle, donde en su tiempo se cogían puntos a las medias en los portales, y si me dejan llamarlo así, como una reserva natural de los txikiteros y otxotes y cuadrillas que ilustran su paso con un sinfín de bilbainadas y otras canciones. No se puede ovidar que en su desembocadura en la calle Santa María se ubica la hucha de los txikiteros, justo en el único punto de todo el Casco Viejo desde donde se observa la basílica de Begoña, justo a los pies de una talla de la Amatxu que sujeta con una de sus manos al Niño Jesús y con la otra... ¡un vaso de culo gordo nacido para el txikiteo!

Como quiera que no caben en el mapa todas las tabernas y restaurantes que florecen en su empedrado, permítanme que me detenga en algunos de los más clásicos. El más joven de los elegidos, me atrevo a insinuarles, es el Harrobia. Debe el nombre al espacio que ocupa, donde moldeaban la piedra los canteros que, a su vez, desarrollaban su labor en el edificio de La Bolsa, contiguo al local.

En el Rotterdam puede invocarse a los paladares del ayer y cada martes al oído, pues ese es el día en el que aclara sus gargantas Urretxindorrak. El restaurante Mandoya tiene ya 60 años de elegante vida, el Urbieta parece sacado de un retablo costumbrista y el Rio-Oja está tapizado con los azulejos diseñados por el añorado dibujante Eguillor. Retrató la idiosincrasia vasca y el sentimiento botxero. En sus azulejos hay escenas de txarribodas y también el mítico personaje Miss Martiartu, inspirado en las hermanas Andone, Julita y Lirita Gaztelu que regentaban el Txoko-Eder.