El cuarto de estar de la cultura
La Sala BBK de la Gran Vía celebra en 2020 sus primeros diez años de vida con la sensación de que han dejado huella cultural, la misma que dejó el viejo cine Olimpia , vinculado a los jabones Chimbo, o el histórico cine Gran Vía
BEBAMOS de las primeras fuentes antes de llegar hasta la actual desembocadura. Era un Bilbao, aquel de principios del siglo XX, efervescente. El Grand Hotel de Inglaterra latía entre la calle Correo y Arenal y en su planta baja estaba el famoso Café Suizo, la auténtica red social de la época. A su vera, entre las calles Correo y Fueros, destacaba otro gran comercio de la época, el Old England. Era 1905 y los movimientos sociales también bullían en esta época, destacando el nacionalismo vasco de Sabino Arana y el auge de los movimientos obreros, el republicanismo y el liberalismo monárquico y centralista. Uno de aquellos días, el 14 de septiembre de 1905, se inauguró el Salón Olimpia, el primer cinematógrafo estable de la villa, y el primero que se construyó en el estado con carácter fijo. Se edificó a la altura del número 17 de la Gran Vía. Lo mandó construir Victor Tapia, propietario de la fábrica de jabones "Tapia y sobrino", fabricante del jabón Chimbo, marca nacida en 1863 de la mano de los hermanos José y Bartolomé Tapia Ugarte, que después la dejarían en manos de su sobrino Víctor Tapia Buesa. De ahí que el nombre de la compañía fuera Antigua Jabonera Tapia y Sobrino. El negocio fue viento en popa, hasta el punto de que Víctor Tapia y su mujer, Dolores Sainz, pudieron conformar un emporio económico que incluía participaciones importantes en el Banco de Vizcaya y que, a su muerte, se transformó en una fundación que sigue figurando entre los máximos accionistas de Iberdrola. La fábrica fue derribada en 1996 pero sigue existiendo la marca, inolvidable para un puñado de generaciones de bilbainos.
En fin, lo que nos interesa ahora es el Salón Olimpia. Allí se proyectó la primera película sonora que se vio en Bilbao, La canción del día, ya en el año 1931. En los tiempos del cine mudo, las películas se acompañaban con un cuarteto de músicos, tanto durante la proyección como durante el intermedio, en el que se realizaba el cambio de rollo de la película. El repertorio no debía de ser muy variado porque el público en masa tarareaba las melodías que se sabía de memoria.
En la primera quincena de enero de 1947, el Cine Olimpia cerró y se trasladó a la calle Iparraguirre. En su antiguo emplazamiento se instaló el Cine Gran Vía, que se inauguró el 25 de marzo de 1951 con Las zapatillas rojas, película británica de Michael Powell y Emeric Pressburger. El cine Gran Vía de Bilbao además de ser el local donde se celebraba el Certamen Internacional de Cine Documental y Cortometrajes fue un local de estrenos selectos de la omnipresente Empresa Trueba. Actualmente es la Sala BBK. Ocupa más o menos el terreno donde estuvo el mítico Cine Olimpia (el primitivo) y la verdad es que era una sala de lo más coqueta y elegante. Con amplios vestíbulos decorados con espejos, lámparas de cristal, arredondo de maderas nobles y sofás para fumadores, tenía en su planta superior un coqueto ambigú y mesitas y sofás que invitaban a la tertulia en los descansos o entreactos. ¡Ay de aquellos días en los que ir al cine suponía una auténtica aventura!
Al mencionado estreno han de sumarse La Pimpinela Escarlata, La vuelta al mundo en 80 dias, El Cid, Los paraguas de Cherburgo, Extraños en un tren, Recuerda, Campanadas a medianoche o Ciudadano Kane. Eran los días del esplendor del cine y otras películas destacables fueron,Teléfono rojo volamos hacia Moscú; la película española Los nuevos españoles, todo un suceso de taquilla estando más de seis meses en cartel; películas de Woody Allen míticas como Annie Hall, La rosa púrpura de El Cairo, Días de radio o Manhattan, y otras bien populares como El expreso de medianoche, El nombre de la rosa y El silencio de los corderos. Cuentan las crónicas que el último gran éxito fue 1492 la conquista del paraíso.
Treinta y cinco años después sobrevino su caída tras años de auge. La crisis general de la exhibición cinematográfica y el repentino fallecimiento de Fernando Álvarez, director gerente de la empresa Trueba, propiciaron su cierre. Ocurrió en víspera de Reyes, un 5 de enero de 1986. Tras años de usos y vicisitudes muy diversas, en 2010, justo ahora una década, el viejo cine Gran Vía, de Bilbao, renació para la vida cultural de Bilbao tras unas obras de rehabilitación en las que la entidad financiera BBK invirtió 3,5 millones de euros. La Sala BBK, con 430 localidades y sala de exposiciones, reúne en un sólo recinto las actividades culturales y sociales que impulsa la entidad. La estructura se ha respetado y la taquilla, las barandillas de latón y las lámparas de cristal son las originales.
La reforma interna del local fue proyectada por el arquitecto catalán Daniel Freixes, autor del Centro del Títere de Tolosa, quien primó su utilización pluridisciplinar. Un vestíbulo acristalado dará paso al patio de butacas, que conserva las molduras y el frontal del escenario tal y como eran en el cine Gran Vía. El anfiteatro, con 130 butacas, puede quedar aislado de la planta baja con unas cortinas acústicas, para permitir su utilización independiente en actividades que requieran un espacio más reducido. Los camerinos y otros servicios están situados en el sótano del inmueble. Los artistas dispondrán de una green room, una salita con acceso directo al escenario donde prepararse antes de presentarse ante el público.
La Sala BBK, donde suena el jazz, el fado y el flamenco; donde se escucha rock and roll y se vive la cultura vasca; donde truenan la triki y la txalaparta y donde los asistentes pueden disfrutar de las ácidas rimas de los bertsolaris, se encuentra a un paso de cumplir una década de vida muy sentida. Quienes conocen bien los entresijos de esta sala multiusos saben que allí se puede ver teatro, poesía, cine y también exposiciones de muy diversa índoles. Entre las cuatro paredes se habla de montaña y de mar; de la tierra, del universo, del humor, de la magia, de la vida y también de la risa. Se trata, como ven, de una plaza singular en la escena cultural bilbaina para una gran variedad de formatos y públicos. De un espacio abierto de par en par a la vida pública. Está por definirse aún si a lo largo de este año la Sala BBK celebrará sus primeros diez años de vida con algún tipo de celebración singular. Lo que sí es bien claro es que a lo largo de la década ha conectado con una sociedad que la aprecia en lo que vale.