Una cronoescalada, una modalidad relegada a la desmemoria, en desuso durante mucho tiempo, olvidada en la oficina de objetos perdidos, definió el Tour de Suiza, una carrera que se radiografía a través de las montañas, su razón de ser.
En el país de los relojes y las cumbres se ensortijaron ambos ingredientes para ofrecer el punto de fuga a la gloria a través de diez kilómetros de subida entre la base y la cresta de una travesía hipnótica por bella, que se asomaba desde su balconada al lago Lucerna, que acariciaba con sus manos tiernas y húmedas Beckenried hasta alzar el puño de la victoria en las entrañas de las montañas de Stockhütte.
Lo levantó Joao Almeida, imparable en la crono de cierre, donde aplastó a Kévin Vauquelin, el líder que se defendió con honor y dignidad. El francés amaneció con 33 segundos de renta y una utopía por delante. Una ventaja insuficiente ante un depredador con el instinto de caza de Almeida.
Atrincherado en esos sacos terreros, Vauquelin no pudo contener el despliegue, formidable, del portugués, que alcanzó la victoria para cerrar una semana prodigiosa.
Reinó en el Tour de Suiza después de contar tres triunfos de etapa en una actuación sideral en la que fue capaz de lijar tres minutos de desventaja en ocho días y acabar con un minuto de renta en su hoja de servicios.
Mejoría de Almeida
Un éxito más del luso, que antes se entronizó en el Tour de Romandía y en la Itzulia. Almeida, de natural diésel, es desde este curso un turbodiésel. De aliento largo y resistencia, Almeida ha incorporado aceleración y esprint. Una mutación que mejora su rendimiento.Lo necesitó todo para el remonte de una carrera que inició en el sótano de la general tras penalizar en la jornada inaugural. Remontó como un salmón corriente arriba.
Partió con más de tres minutos de desventaja tras aquella jornada. En la cima, en el día que todo acababa, le sobró un minuto de renta sobre Vauquelin, segundo en el podio, y Oscar Onley, que lo cerró.
Almeida se exhibió en la clausura de la prueba suiza después de demostrar su superioridad en las montañas. Bota lume. Corre con rabia el portugués, que cuando se baja de la bicicleta recompone el perfil que le emparenta con cierta melancolía, con la saudade.
Parco en palabras, moderado y cauto, su discurso, nítido, se desata en la carretera, donde no concede turno de réplica. En el Tour de Suiza el portugués completó un monólogo. Almeida, contenido, serio y lacónico, no hizo prisioneros. Imparable.
Enlutado en el amanecer, su brillo todo lo ilumino a medida que la carrera crecía y su figura se agigantaba. En el duelo definitivo, en la cronoescalada, demostró su poder ante Vauquelin y el resto, que tuvieron que agachar la cabeza ante el incuestionable Almeida que contó la victoria tras someter a Felix Gall por 25 segundos. Onley concedió 1:12 y Vauquelin 1:40.
Tour de Suiza
Octava y última etapa
1. Joao Almeida (UAE) 27:33
2. Felix Gall (Dectahlon) a 25’’
3. Oscar Onley (Picnic) a 1:12
General final
1. Joao Almeida (UAE) 29h29:01
2. Kévin Vauquelin (Arkéa) a 1:07
3. Oscar Onley (Picnic) a 1:48
Ocho victorias
El luso sumó su octavo laurel del curso, el 21º de su carrera deportiva. Tenaz y fuerte mentalmente, se repuso a un comienzo incómodo e inesperado para redactar después una remontada sin mácula. La cronoescalada sirvió para remarcar esa ascensión meteórica de Almeida, imponente de punta a punta. La estampa era una postal idílica, el Belvedere desde el que acurrucarse en el encanto y llenar la mirada de alegría vital.
Todo resultaba armonioso en la naturaleza salvo por el componente humano, que tiende a alterarla y desequilibrarla. En ocasiones es capaz de sublimar esa gracia, esa conjunción, pero en el resto su interacción resulta perturbadora.
Para alcanzar el éxtasis y elevarse al altar mayor del Tour de Suiza, se exigía un sacrificio frente a un retablo de belleza en bruto que partía a orillas del lago para elevarse pulgada a pulgada en una ascensión constante en dureza que se encorajinaba atravesado el meridiano, donde se concentraban unas rampas broncas con ganas de pelea , una media del 10% y picos del 14%, y honrar así la Ley de la Gravedad. Discutida por Almeida.
La manzana de Newton caía como una verdad insobornable en un paraje evocador, repleto de foresta, con el sol vigoroso, el cielo aliviado en azul y una lengua de asfalto que fue ancha en algún momento y mudó después en camino estrecho, en una ruta vecinal. Una oda a lo bucólico que sublimó a Almeida, integrado en el paisaje en silencio. Encajaba a la perfección.
El elemento discordante era el esfuerzo, el sacrificio y la agonía que interpelaba a los ciclistas en un día de calor, con los chalecos de hielo, apaciguando el calor de la piel antes de encaramarse a la tortura. En un lugar para la contemplación, para distraerse en la panorámica, la crueldad retorcía los cuerpos.
A la gloria, a las puertas del cielo, se llegaba a través del infierno, de la penitencia, de la mueca en el rostro, del dolor de piernas, de los pulmones ardientes y del sofoco. En ese ecosistema, el portugués se elevó varios cuerpos por encima del resto. Almeida hace cumbre en Suiza.