En una curva anónima, la Itzulia entró en pánico. Primoz Roglic, el líder, se fue al suelo de mala manera. Se dañó el esloveno, aún de amarillo, aunque pálido el rostro, apurado. Roglic se golpeó con fuerza contra el suelo con todo el costado derecho. Una caída fea, dura. Roto el maillot, rasgado el culote, quebrado.

La sangre marcándole el perfil, quemada la piel, con la cadera lacerada, padeció Roglic un calvario. Los rescoldos de la Semana Santa. No tardó en levantarse Roglic. Su rostro, desencajado, reflejaba miedo. El dolor incrustado hasta el tuétano. La mirada, perdida. Aturdido.

El líder, con el costado repleto de heridas. Javier Bergasa

Los médicos de la carrera se presentaron de inmediato y reconocieron al líder, asustado. El miedo recorriéndole el cuerpo. Txomin Juaristi también se fue al suelo en el mismo fotograma. Las desgracias nunca vienen solas. El esloveno se reincorporó protegido por dos pretorianos. Se unió con el pelotón, que aminoró la marcha, respetando el estatus del líder.

Se firmó la paz. Se apresuró el líder, arrastrado por el suelo, revolcado por el desconsuelo, para enlazar a los pies de Lizarrusti (6,1 km al 4,8%) , donde se encendió el ritmo. Roglic llamó al coche. Se cubrió el rostro con la gafas de sol que había perdió en el percance. En ocasiones es mejor taparse la cara para esconder los sentimientos y no dar pistas.

Se quiso enmascarar el líder, que no podía camuflar las heridas, a la vista de todos. Demasiado evidentes. Atravesado el zigzag de Lizarrusti, las voces de ánimo vendaron al esloveno. Resopló Roglic entre el pasillo humano. El cariño como antídoto en una Itzulia que rueda por los suelos.

Caída de Juan Ayuso

Roglic, con el dolor a cuestas, se desentendió de la lucha por las bonificaciones, que premiaron a Evenepoel, Del Toro y Vingegaard. El belga rastrea al líder a siete segundos. Cruzaba los dedos Roglic para esquivar el mal fario. Altsasu invocaba a otro desenlace efervescente. De nuevo la locura desatada. Desbocada. Otra vez las fauces del estrés. En ese remolino, en el caos, otra caída empujó a Juan Ayuso, enroscado sobre sí mismo en el arcén.

Con el cuerpo baqueteado alcanzó la meta de Altsasu, donde Hermans gritó su conquista al esprint. Enmudeció a Alex Aranburu. El de Ezkio, como la víspera, acarició la victoria. Fue tercero. Esprintó demasiado pronto. Perdió gas cuando el organismo se le inundó con el ácido láctico.

Quentin Hermans derrota a Zambanini y Aranburu en el esprint. Javier Bergasa

Hermans, instalado en la sombra del guipuzcoano, prendió la hoguera en Altsasu. Fuego purificador. La llama que arde, la ceniza que nace. Renacido como el Ave Fénix. La etimología de Altsasu representa el renacimiento. La resurrección de un pueblo que fue abrasado por el poder del fuego.

Esa es la leyenda, que Javier Goicoechea de Urdiain encontró en el nombre de Altsasu, en su primigenia identidad. “Abundan por estos ríos y regatas los alisos (Altsa, en euskera)”, que alumbraron un pueblecito llamado Altsa por el influjo de sus árboles, de su tierra de los paisajes.

Un año, indeterminado, se quemó la aldea. Los habitantes no olvidaron el poder del fuego. Lo incorporaron al nombre para que siempre se recordara. Sua significa fuego. Entre las cenizas, surgió el mismo pueblo pero distinto. El que devoró el fuego y que recobro la vida. Altsasu. El aliso quemado.

La Sakana, tierra ciclista

El ciclismo echó chispas en la Sakana entre el pique de los clubes Aralar y Burunda. Al calor de ese pulso, el de una comarca que se debatía entre la pelota y el ciclismo. Pelotaris o ciclistas. Deportes duros. Exigentes. Piedra o asfalto.

En ese hábitat crecieron Crespo, José Luis Arrieta, los hermanos Flores (Igor e Iker), Egoi Martínez, Gorka Verdugo, Jorge Azanza y Pablo Urtasun. Ahora ruedan Igor Arrieta e Iker Mintegi, que llegaba a su pueblo. Corría en casa, en su jardín de infancia, en el patio de recreo.

Fouché se deja ver

El ciclismo que se cuenta, el que se recuerda y se modifica a gusto de la memoria, entre épica y leyenda sobre el mantel de la nostalgia, no reconoce a nadie cuando se compite. Nada de homenajes. A Mintegi le recibiría con cariño el pueblo, pero en la sociedad del asfalto hay que ganarse cada palmo de terreno. James Fouché, el neozelandés del Euskaltel-Euskadi, peleó con furia para colgarse de la percha de Paquot, Fagundez y Jousseaume.

Fouché, durante la fuga de la tercera etapa. Euskaltel-Euskadi / Sprint Cycling

Fouché era una cometa al viento tras la estampida desde Ezpeleta en el día más largo de la Itzulia, que comenzó con una pared. Era el aviso de un perfil con los colmillos afilados, una sucesión de puertos. Fouché se soldó a los fugados tras un descenso demencial de Zuarrarrate. Kamikaze del riesgo, se subió a la fuga a la carrera.

Demostró coraje y ambición Fouché. El cuarteto era un babel compuesto por un belga, un francés, un uruguayo y un neozelandés. Hablaron por los codos de la solidaridad en el latifundio de la Sakana, pinzado por un sol estupendo, de primavera que sí llega, y un cielo azul que garabateaba nubes blancas.

A pesar de la sucesión de postales, la jauría del pelotón, no quería conceder esperanzas. Mejor tapiar las vistas de esa ventana hacia un mundo mejor con la prosa de los contables.

Elevaron los jerarcas la tensión aunque los parajes de bosques y vías secundarias que se bamboleaban rítmicas estimularan la contemplación y el sosiego. El alto de Olaberria puso en guardia a los mejores, compitiendo por la mejor posición. Nadie cede. Cada manillar embiste.

Velocidad, riesgo y estrés

En cada pulgada se libra una guerra de trincheras. En Gipuzkoa pereció la fuga. Llamó a la puerta la intensidad y el mal fario derribó a Roglic en una curva. Su Itzulia hecha añicos. La recompuso a tiempo con el encole del sufrimiento y el respeto del pelotón, que no quiso rentabilizar la desgracia del esloveno. Hubo un parón.

El costado derecho de Roglic. Etb

El esloveno, acompañado por dos compañeros de equipos encontró al resto de jerarcas más adelante. Regresó la calma. Se fundieron en Lizarrusti, que plegaron entrelazadas las manos.

El pacto de no agresión finalizó en Etxarri-Aranatz, que tenía algo de El Dorado. El tesoro de las bonificaciones. Cada segundo es un lingote de oro en la Itzulia donde los favoritos conviven en una baldosa y tratan de mantenerse en pie. Evenepoel, que aún mastica la rabia de la caída en la crono que disparó la Itzulia, llenó las alforjas con tres segundos.

Acecha a Roglic, un Ecce homo que sonreía por compromiso en el podio, al igual que Ayuso, dolorido. Evenepoel mira a Roglic a 7 segundos. Del Toro agarró otro par de segundos y Vinegegaard se quedó con la llevada. Un segundo para su causa. En la Itzulia de la supervivencia, Roglic salva el pellejo.