En una final de película, en el altipuerto de Peyragudes, donde James Bond hacía de la suyas en El mañana nunca muere, Pogacar y Vingegaard ofrecieron un duelo de altura sobre un paredón que fusilaba voluntades. A él llegaron juntos después del milagro del UAE, cada vez con menos ciclistas, pero más fuertes. Despiezaron al Jumbo. El líder y el esloveno se encontraron en esa rampa sin horizonte, un salto al vacío, para disputarse el Tour en otra mesa para dos. El resto no cabe ahí. Pogacar, vencedor de nueve etapas del Tour, dos veces campeón de la carrera con menos de 23 años, es un genio.

En Peyragudes sumó otra postal victoriosa a su currículo. Ocurre que el esloveno desea la instantánea de París. Vingegaard tiene más pose y fotogenia en un Tour alocado, lujurioso, donde el danés no hace concesiones ni cuando queda aislado. El líder ve más cerca París, aunque no hace conjeturas. “Voy día a día, dando lo mejor de mí. No miro más allá”, analizó. Sí lo hace Pogacar, que no renuncia a la guerra. Seguirá atacando. "Soy optimista. Lo seguiré intentando". Campeón de punta a punta. Camina o revienta.

La carrera francesa es una bacanal gozosa para los sentidos. En ese vis a vis permanente, Pogacar, dinamita pura en finales histriónicos de rampas ideadas por ingenieros con malas pulgas, pudo con Vingegaard, que le disputó el triunfo hasta los estertores. El esloveno le sacó apenas un soplido y los cuatro segundos de la bonificación. Fue su mayor botín, muy exiguo para la misión que pretende el esloveno.

El gran tesoro, la cámara cargada de oro, lo custodia Vingegaard, que dispone de 2:18 sobre el esloveno cunado al Tour le restan una viñeta pirenaica con final en Hautacam y un juicio sumarísimo contra el reloj. Thomas se desprendió de las manecillas que marcan el Tour. Está a 4:56. Pertenece el galés a otra época. Vingegaard y Pogacar, jóvenes y exuberantes, vienen del mañana.

UAE REVIVE

A la sonrisa maliciosa del UAE se le desprendió otro diente en la segunda jornada pirenaica. El de Majka. Otra caries tras la de Soler. Al polaco le tumbó una dolencia muscular. Pogacar disponía de menos peones. En realidad el esloveno es un verso suelto. Hombre libre. Por él discurre el Alpha y el Omega. En ese ecosistema, Bjerg surgió de la nada como un gigantesco titán. Mutación. Convertido, boca abierta, sufriente, en el mejor porteador de Pogacar.

Se reinventó en la Hourquette d’Ancizan, en su curvas bonitas, la belleza dura, donde se mostró cruel. De repente, el danés era Majka, Soler y Bennett. El Tour de los daneses. Limpió a Adam Yates. Vingegaard escrutó la escena con la presencia de Van Aert, el hombre para todo, un superhéroe, y Kuss, el colibrí que vuela fuerte. Junto al duelo de Pogacar y el líder, se arremolinaban Thomas, vigilante, y Quintana, siempre presente. Un día corto con gran carga eléctrica, condensada, que electrocutó a Yates.

En el campo base de Col de Val Louron-Azet, Bjerg reconectó la desbrozadora. Pidcock se deshilachó. Esprintaba el danés cuesta arriba. Una locura. Demencial. Un disparate. Se enfiló todo. McNulty recogió la antorcha. Quemó a Gaudu, Van Aert y Mas. Vlasov también arrió la bandera. Pogacar pretendía incendiarlo todo. Estrategia de tierra quemada. McNulty no tenía piedad. Descarte tras descarte.

Quedaban el líder, Pogacar, Thomas y Kuss. Quintana, un escalador de época, se fue dislocando. Asfixia. Otra víctima. McNulty repartía números en la carnicería. Sumó al zurrón a Bardet, que había buscado su opción desde la fuga. El norteamericano era un hipérbole entre exclamaciones. Kuss se desintegró en silencio. Desapareció sin una mueca. Kuss es indescifrable. A la margarita le quedaban los pétalos de McNulty, Pogacar, Vingegaard y Thomas. El galés se fue agrietando hasta que agachó la cabeza. Aislado. Una isla de padecimiento.

ATAQUE DE POGACAR

McNulty, enajenado, poseído de una fuerza sobrenatural, continuó con la liturgia. El norteamericano liquidó a todos salvo Vingegaard. En los Pirineos, el UAE era un apisonadora que a todos empequeñecía. El líder estaba solo. A expensas de una travesura de Pogacar, ambicioso al extremo. El esloveno dejó que McNulty siguiera abrasando a Vingegaard, el líder de hielo. El danés se desabrochó un poco la cremallera, comenzaba a percibir el recalentamiento de una subida trepidante, un esprint.

En esas, sonó el disparo de Pogacar, desbocado. Sus hombros desafiantes, alineados con el futuro. Siempre salvaje. El esloveno se encorajinó. Un trallazo. El líder respondió con contundencia. Tocó el hombro de Pogacar. Un mensaje de solvencia. El trío instauró un nuevo récord en la ascensión del puerto. Más rápido que aquel que marcaron Pantani, Ullrich y Virenque en 1997. En fin.

El descenso de Val Louron-Azet, con sus herraduras que no siempre dan buena suerte, asustó a McNulty. El esloveno y Vingeggard le seguían el rastro. Marcaje. Thomas se borró de esa loca carrera que agitaba a Vingegaard y Pogacar. El galés estaba por delante de Quintana, su amenaza para el podio.

El esloveno buscaba su mejor versión en Peyragudes, en esa rampa infernal que enfatizó El mañana nunca muere. Una película de 007. Pogacar rodaba con el plato grande. Brutalismo. Vingegaard le vigilaba con el pequeño. Más centrifugado. Por detrás se fusionaron Thomas y Bardet hasta que le francés se desgajó. Quintana se cobijaba en un grupo con Gaudu y Vlasov. El protagonismo era exclusivo para el líder y Pogacar.

RAMPA INFERNAL

Vingegaard y Pogacar masticaban tensión. De pie el líder, sentado el esloveno. McNulty era el notario del duelo. El líder no perdió ni una brizna. Juntos, en el mismo plano, al encuentro de un paredón en Peyragudes. No se movió el esloveno. A la espera del baile final en una rampa tremenda. 340 metros al 16%. Un despegue de película. McNulty, un secundario que fue actor principal durante muchísimos kilómetros de metraje, se apartó.

El foco se posó sobre el líder y el campeón de los dos últimos Tours. Vingegaard estaba dispuesto a pelear la etapa una vez protegido el maillot amarillo, que permanece en una cámara acorazada a la espera de los episodios del Hautacam y la crono final. Vingegaard aceleró en una cuesta que se subía reptando, a gatas.Pesaba hasta el alma. Sobraban hasta los 21 gramos que dicen que pesa.

Pogacar se dejó ver. Un señuelo. Se puso en pie y Vingegaard creyó que el esloveno se había deshabitado. Cayó en la trampa el danés. El líder aceleró. Se llevó la sorpresa. Pogacar estaba en su chepa. El esloveno, explosivo, un polvorín, bramó en medio de la agonía máxima. A 100 metros de meta, en una subida a cámara lenta, adelantó al líder en una llegada que remitía a la primera semana del Tour, al duelo de ambos en La Planche des Belles Filles.

Continúan con su diálogo particular. El esloveno se anotó otra victoria. Una muesca más en su palmarés. Después, se desplomó. Se tumbó para coger aliento. Así se recuperó. Soñó que ganará el Tour. Imaginación al poder. De momento, la realidad danesa le niega. Vingegaard doma a Pogacar, vencedor en Peyragudes.