bilbao - Clap, clap. Un par de aplausos sobre la cima de Aitana anunciaron el triunfo redondo de Nairo Quintana en la Vuelta con un cuerpo de ventaja sobre Froome, el ciclista que le discutió la jerarquía hasta el último metro en la cumbre que cerraba la carrera, donde brincó dolorido y boqueante Pierre Latour, vencedor torturado, y Chaves eliminó del podio a Contador, que se quedó en el limbo. La capitulación de Froome resultó conmovedora, encomiable su esfuerzo ante Quintana, que dominó la escena con sobriedad. Se empeñó sin descanso Froome, el último mohicano. Nunca pudo con el colombiano, que domó cada relinche de Froome, un campeón con actitud, orgullo y clase en la derrota. A Quintana, un ciclista sin reproche, que supo subirse a la grupa de Contador en Sabiñánigo, camino de Formigal, para dislocar al británico, le pudo la adrenalina en Aitana, la excitación de un logro que perseguía obsesivo desde que el Tour le dejó con mal cuerpo. “En la Vuelta me he sacado la espina del Tour”, subrayó Quintana, que curó las heridas en Aitana, capital de Colombia. Después de sostener con aplomo el empuje de Froome durante la ascensión, esprintó en los últimos metros para aventajar al británico. Froome, asombrado con el gesto del colombiano, aplaudió un par de veces a Quintana. Dos palmadas de ironía. No era un aplauso de admiración. Fue un reproche. Maneras de vivir, maneras de ganar. El acelerón final de Quintana, con el edredón de la Vuelta abrochándole el sueño de la victoria, fue feo. Certificó Quintana su laurel sin mácula, pero dejó un rastro oscuro en su currículo. Una mancha que le señalará porque el ciclismo dispone de un enorme arcano. La memoria de la cuneta es su magnífico disco duro. En él cabe más de una vida.
A los corredores no solo se les recuerda por el triunfo o la derrota, se les memoriza por cómo ganaron o perdieron. Eso es lo que separa a los ganadores de los grandes campeones. Por eso se añora a Indurain, la grandeza entre rosas y espinas. A Quintana, formidable, el mejor de la carrera, le costará quitarse la costra que dejó ese sprint inservible salvo para autolesionarse o hincharse de orgullo. Accesorio, en cualquier caso. “Él me lo ha hecho a mí otras veces. Quería entrar delante de él. Cada segundo cuenta”, dijo Nairo al respecto. La justificación tuvo la profundidad de una venganza largamente esperada, el poso de la rabia acumulada y el aroma de las pésimas coartadas. “Cada segundo cuenta”. Dicho en la antesala del paseo a Madrid, donde Quintana será coronado con todos los honores, la frase tiene un encaje muy complicado. Sonó mal. “Si le ofendí pido disculpas. Él ganó el Tour y ahora vamos uno a uno. Que no se enfade, son calenturas del momento”, rebajó Quintana, que quiso quitarle decibelios al episodio. Froome ovacionó después a través de la redes sociales al campeón y a su equipo, el Movistar. “Chapeau Quintana”. Más aplausos.
rojas, tibia y peroné Los dos aplausos de Froome fueron la claqueta de una etapa en la montaña rusa gobernada por el caos que pretendía el Sky para dinamitar el búnker del Movistar. La locura era el modo de asaltar el cuartel general de Nairo Quintana, mariscal de la Vuelta. Un reguero de pólvora abrió el sistema nervioso del día, alborotado de punta a punta. Se cruzaron los caminos, las ambiciones, la valentía. Todo en el aire. El Sky dispuesto a la guerra de guerrillas, rebuscando una reedición de la emboscada de Contador en Sabiñánigo. No ocurrió. El Movistar, fenomenal en el marcaje, no dio ni una miga de esperanza a Froome, que cargó con la caballería. Al galope. En ese avispero, Luis León Sánchez y Molard se desabrocharon la camisa entre puerto y puerto. No había una pulgada de descanso. No hubo respiro. Jadeos y más jadeos. Todo o nada. Peleaba Froome por una quimera. Se defendía Quintana con orden y sentido de equipo, atrincherado en la infantería de Movistar, que perdió a José Joaquín Rojas en el descenso de Tollos. Rojas se deslizó por debajo de un quitamiedos y se fracturó la tibia y el peroné en la caída.
Serenada la marcha, estabilizado el pulso tras la ofensiva del Sky, Orica diseñó sacó el aguijón. Querían el podio los australianos. Chaves se alistó a la aventura sin pestañear. Howson fue el arquero que lanzó la flecha colombiana. Una apuesta por todo lo alto en Tudons, a un mundo de meta. Contador, que gestionaba una renta suficiente, no se alteró con la afrenta de Chaves. Al madrileño, más animador y revolucionario que opositor real al triunfo, dejó hacer. Se equivocó. Perdió el podio por una docena de segundos ante Chaves, que lanzó una moneda al aire. Salió cara. Luis León Sánchez y Molard entraron en Aitana con esa idea. La montaña, dura y larga, un martirio, negó a ambos. Atapuma y Pierre Latour les despellejaron. Froome también quería arrancar el maillot rojo a Quintana. Se apoyó en los hombros de Konig y David López. En su movimiento, siempre agarrado por la sombra de Quintana, despojó a Contador, aislado. Sin equipo y sin aliados.
El madrileño pensó que Movistar se apiadaría de él y le ayudaría a limar a Chaves. Error. “He pecado de confianza, pensaba que el Movistar me iba a echar una mano a cambio de lo del otro día (su ataque camino de Formigal que eliminado a Chris Froome), pero han hecho su carrera y no estaba por la labor”. La misión única de Movistar era proteger a Quintana, que se presentó al cara a cara con Froome en Aitana sin alteraciones y con lustre. El británico, inasequible al desaliento, se lanzó a degüello -siete veces lo intentó-, pero las piernas de Froome no son las del Tour, aunque el orgullo de campeón permanezca intacto. Tampoco las de Quintana. El colombiano respondió punto por punto al desafío del británico, que no se conformó y probó al líder en cuanto levantaba la cabeza. Finalmente la agachó. Claudicó ante el poder del colombiano. La persistencia y la ambición de Froome realzó el triunfo final de Nairo Quintana en su gran Vuelta.