BILBAO. Un rinoceronte decoraba la bicicleta de Froome durante el Tour de Francia. La imagen pertenecía a una campaña de WWF, el fondo mundial para la protección de la naturaleza, para la conservación de las especies salvajes. Froome, keniata, africano, hijo del continente donde pastan los rinocerontes, se sumó a la campaña. El rinoceronte era el animal que le representa cada vez que sale en estampida, en esos arranques furiosos al ritmo de un centrifugado. Una fuerza de la naturaleza, una bestia, fuerte, veloz y resistente. En la Vuelta, la criatura salvaje no está pegada a su montura, negra, sobria. Su espíritu, sin embargo, está de cuerpo entero. El rinoceronte bufa, sigue empujando como un bulldozer amenazante. Cuelga el perfil de la bestia de las piernas del británico, puro frenesí en Cumbre del Sol, donde se iluminó para coleccionar algunos segundos para su hucha. El británico era una ráfaga de rock&roll electrizante. Sobrecargó el circuito eléctrico de la Vuelta con tanto voltaje que en menos de un kilómetro logró saltaran los plomos de Valverde, Quintana, Aru, Chaves, electrocutados por la bestial descarga de Froome, al que sólo soportaron Dumoulin, -fantástico el holandés, nuevo líder- capaz de superarle por un palmo en meta, y Purito, el escalador que ama los desplomes. “Froome me ha sacado de punto. La subida ha sido agónica”, confesó el catalán, tercero en meta, segundo en la general tras Dumoulin.

En su supersónico despegue, Froome se levantó sobre la bicicleta, una estampa inusual en el británico, que no posee el picante del Tour, pero ayer echó sal en una ascensión que supuraba sufrimiento “Mi condición no es la del Tour, pero con la ayuda del equipo veo que voy a más día a día”, advirtió el británico. Fue su forma de izar la bandera de su orgullo de campeón y acabar con las dudas sobre su rendimiento en La Alpujarra, donde Aru, bamboleante, le alteró el biorritmo y Froome, marchito entonces, se desencajó. En Cumbre del Sol, en un final que era una pared, donde se podría pegar más de un póster, Froome, metódico, pausado en el balbuceo del puerto corto aunque hosco, que le hizo perder pie durante un tramo, selló 500 metros memorables una vez encontró su sitio en un grupo selecto con corredores como Chaves, Dumoulin, Aru, Valverde, Quintana, Purito, Majka, Roche o Pozzovivo. Reconciliado con el potenciómetro, Froome se desató con tal virulencia que obligó a sus rivales a enfocar los prismáticos. Del vis a vis se había pasado a una comunicación por carta redactada con la escritura automática de Froome, un torrente. Caía el británico en cascada frente al pedaleo mortecino del resto, apurados por un puerto con mucha metralla. Una ascensión que encendió Valverde con un primer apretón. Tuerca. El final ideal para una llave inglesa. La de Froome.

Hasta que la exhibición de Froome alcanzó su punto álgido, Cumbre del Sol descubrió al excelente Dumoulin, tenaz, constante y valiente. Su sensacional escalada le vistió de líder. Despojó de sus ropajes a Esteban Chaves, perfecto hasta que en el último kilómetro, amontonados varios ataques, claudicó. El ventilador de Froome lanzó al viento de las incógnitas al colombiano, que masticó arena. Chaves no fue el único en padecer el látigo del británico. Quintana y Valverde, que seguirá en carrera tras descartarse una rotura de clavícula en la caída que padeció al inicio de la etapa, se retrasaron una veintena de segundos. Froome giraba el disco a 45 rpm. El de la pareja del Movistar era más lento: 33 rpm. Más pop que rock. Valverde y Quintana se turnaron en los ataques. A su estrategia le negaron las fuerzas. “Esta era una de las llegadas más duras y difíciles para mí, con rampas muy exigentes y corto kilometraje”, expuso Nairo Quintana, que espera al miércoles, a Andorra. El Tour ha lijado sus piernas, menos chisposas que en julio.

dumoulin resiste La gracia estaba impregnada en Dumoulin, que nunca estuvo mejor de forma. El holandés, poderoso, obstinado, resistió el vuelo rasante de Froome, una estampida de rinocerontes. Se grapó a su molinillo. No se venció Dumoulin ante el británico, feliz en su hábitat, solo pendiente de su pantalla. Sus principales rivales rodaban en el retrovisor. Froome, Dumoulin y Purito, un especialista en territorios tan escarpados, se encaramaron a la disputa de la etapa. Aru intentaba seguir el rebufo. Demasiada distancia. Valverde y Quintana pedaleaban por minimizar el daño causado por Froome, que vació a Chaves. Luchaba por sobrevivir el colombiano, por mantener vivo su sueño en rojo, al que se le apagó la llama. El deseo de Chaves era la realidad de Dumoulin, maillot blanco que acabó siendo rojo, el del líder, después de su maravillosa subida. El holandés, irreductible, incluso tuvo arrestos para desactivar el final de Froome a menos de un centenar de metros. Dumoulin alzó el puño derecho al aire, ya tenía un lugar bajo el sol. En su cumbre, el lugar donde Froome se puso en pie.