RECIÉN levantado tras una cabezadita de unos 40 minutos, Julián Sanz regresa a la bicicleta. Se acomoda, engancha las zapatillas a los pedales automáticos, se abrocha el maillot y vuelve a la acción. Es la rutina que lleva realizando los últimos cuatro días. Ayer, a las 12 del mediodía, cumplió el ecuador de su mastodóntico reto, nada más y nada menos que superar los 2.738 kilómetros que estableció en enero el francés Pierre-Michael Micaletti, todos ellos sobre una bici anclada a un rodillo y durante seis largos e intensos días. En ello anda el ultrafondista de Ugao, que ayer, poco después de las 12.30 del mediodía, superó los 2.000 kilómetros. “Lo que no haces al principio es irrecuperable”, dice Sanz, que a continuación explica sus palabras: “El francés fue muy constante, hizo su media diaria y volvía al día siguiente y hacía más o menos lo mismo. Nosotros hemos optados por otra estrategia, que es la que empleamos en las carreras de ultrafondo, y nos va bien. Si podemos recorrer más distancia en los primeros días, mejor, que luego el cansancio se nota más”. La estrategia, salvo desfallecimiento repentino, está dando sus frutos, pues ya ha completado más del 75% del trabajo y aún le quedan dos jornadas completas por delante. El optimismo es total.
La pequeña sala de BEC en la que ha permanecido desde el lunes, a donde ha trasladado su vida, quedará vacía a primera hora de esta mañana. Julián no volverá allí. Ya no escuchará el aire acondicionado, tampoco la fricción continua que ejerce la rueda trasera sobre el rodillo. Ahora pedaleará en el pabellón número 2 de Bilbao Exhibition Center, sobre una superficie de 15.000 metros cuadrados, donde resultará más complicado controlar la temperatura y la humedad del entorno y los ruidos serán otros. Habrá más vida ahí abajo, pues las contadas visitas que recibía en los primeros días del reto se multiplicarán. Junto al escenario principal de BIBE (Bilbao International Bike Exhibition), donde permanecerá hasta el domingo a las 12 del mediodía, los curiosos se agolparán para dale un último aliento. El récord está muy cerca. Es por ello, explica el ultrafondista, que “en las primeras jornadas tratamos de sumar el máximo número de kilómetros posibles. Abajo hay más distracciones y se controla peor la humedad y la temperatura”.
Una botella de medio litro de agua, si es que llega a esa cantidad, y un pequeño aparato hacen las veces de humidificador. La temperatura se controla por medio del aire acondicionado y un ventilador de pata, aunque en ocasiones tiene que echar mano de un secador. Se trata de mantener la sala a unos 17 o 18 grados y la humedad en torno al 60 y al 70%. Todo ello subido en una de las dos bicicletas que dispone para batir el récord Guinness. “Lo único que cambia es el punto de apoyo. Los dos sillines y los manillares son distintos. Por lo demás, no hay más diferencias”, expone sin dejar de pedalear, acción que realiza casi por inercia.
ciclos de cuatro horas Su rutina diaria, especialmente en los primeros días, era muy constante. Ciclos de cuatro horas con diez-quince minutos de descanso para ir al baño, recibir un masaje o estirar las piernas. Todo perfectamente controlado por los fisios y los compañeros que siguen sus andanzas. No hay ningún detalle suelto. “Está todo controlado. Me muevo en unos 140-150 vatios de potencia y a unos 30 kilómetros por hora de velocidad media, aunque esto irá bajando con el paso de los días”, apunta. “Permaneciendo dentro de esos parámetros, los estudios que hemos realizado nos indican que el gasto del cuerpo es mínimo”, añade mientras se hidrata.
Nunca ha escondido que más allá de la gran distancia a superar, esos 2.738 kilómetros, que equivalen a realizar un viaje de ida y vuelta entre Bilbao y Londres, la mayor exigencia será la lucha constante contra su cabeza. “Lo bueno que tiene estar entre estas cuatro paredes es que el esfuerzo es continuado. No hay puertos de montaña, cambios de viento o de temperatura. Eso se agradece. Aunque lo peor de todo también es esa ausencia, estás encerrado entre cuatro paredes y termina siendo un poco monótono”, explica Sanz.
A la vista de los resultados, esto no ha sido contraproducente. Las numerosas entrevistas que ha realizado por teléfono le han servido también de gran ayuda. Y eso que, como lamenta, aún no ha podido terminar de ver alguna de las películas que ha comenzado a visualizar.
el sueño y los dolores Si bien sobre el papel todo parece ir sobre ruedas, nunca mejor dicho, lo cierto es que en las cuatro jornadas que lleva dándole a los pedales, Julián Sanz ha pasado por algún momento de debilidad, fruto del esfuerzo ciclópeo que está realizando. De lo contrario, no parecería humano. “Eso entraba dentro de los planes”, dice uno de los fisioterapeutas que le atiende. “Es algo normal”, añade el ultrafondista, que no pierde la sonrisa de la cara.
“Uno de los momentos más duros lo viví en la noche del martes al miércoles. Me costó mucho completar el ciclo de las cuatro horas y llegar hasta las tres de la mañana. Eso sí, luego dormí del tirón las dos horas que tenía estipuladas”, recuerda Julián.
Varias horas después llegaron los dolores, especialmente en las manos. “Estos días que vamos bien de kilometraje estoy aprovechando para descansar más. Así el cuerpo se regenera y te levantas con menos molestias”, apunta. Ahora que apenas le queda el 25% de la distancia por recorrer. El domingo por la mañana se espera una fiesta en el BEC.