A veces, no hay como improvisar para que todo salga como estaba previsto. Por la mañana, ya lo dice Unzue, cualquiera puede desear que ocurra algo que lo cambie todo, o que lo mantenga, pero cuánto más emocionante es ir encontrándose con las cosas inesperadamente.
Con los Pirineos asomándose imponentes en el horizonte, a media etapa, Valverde, uno aún de la vieja escuela que no se enreda mucho con los vatios y los asuntos del potenciómetro y prefiere dejar las cosas en manos del corazón y escuchar a las piernas como se ha hecho siempre, se siente fuerte y sano tras el día de descanso en Carcassonne. Se ha recuperado de la asfixia de los Alpes y decide improvisar. Ordena o propone, no se sabe, que su equipo apriete en el largo y duro Balés antes de bajar hasta Bagneres-de-Luchon mientras recuerda que los días de descanso no sientan igual de bien a todos y que quizás se tropiecen en el primer puerto duro de los Pirineos con lo que no esperan.
No todo, claro, es improvisación. “Que Izagirre estuviera en la escapada estaba hablado”, reconoció luego Arrieta, que sabe que el guipuzcoano, 25 años, es un dechado de virtudes y que lo mismo le quita el aire a Valverde en el llano que le arrastra montaña arriba y le hace compañía hasta que ataca Nibali a cuatro kilómetros de la meta de Risoul, allá en los Alpes, o que se cuela en un corte y se va a buscarse la vida subiendo Balés y bajando, que en eso también se apaña bien. “Me metí pensando en ganar la etapa”, explicó Izagirre su presencia en un grupo numeroso que se fue desintegrando poco a poco mientras abandonaban la sombra de los árboles del valle y se asomaban a la zona despoblada y calva del puerto en la que, sorpresa, el chaval no se sintió bien y acabó explotando, un poco forzado por el paso asfixiante de Kiriyenka y otro poco por los cambios de ritmo de Voeckler y Goutier. Aguantaron los tres, además de Michael Rogers y José Serpa. Ion, reventó.
Eso no estaba previsto. Lo contó por radio y le respondieron con la descripción de lo que pasaba diez minutos más abajo, en el pelotón que Visconti se había encargado de adelgazar y después Intxausti, que se había quitado las telarañas de los pulmones donde permanecían las flamas agarradas desde los Vosgos húmedos y fríos, acabó exterminando como si lo hubiese rociado con Napalm. Lo dejó en una docena. Y, lo más inesperado, asfixió a Van Garderen, que asumió la penitencia con resignación, y al jovencito Bardet.
Mientras los Pirineos se encargaban de descuartizar al americano, que perdió más de tres minutos y medio y se aleja a casi cinco de Valverde, y de enseñar la cruda soledad de la montaña al francés, que se defendió mejor y no se dejó más de dos minutos, Pinot, embelesado por los acontecimientos, se aceleró. Es joven y de sangre caliente.
“ni siquiera me he quedado” Le respondieron Nibali, Valverde y Peraud. Uno de esos cuatro no estará el domingo en el podio de París. El italiano es caballito blanco, o amarillo, no cuenta y está ahí de observador. Casco azul. Es neutral pero debe asistir sorprendido a la pelea de Valverde y Pinot. Se miran, se hablan, pero no se entienden. ¿Qué se dirán? No se sabe, pero una vez más, no se arreglaron para trabajar y eliminar a Bardet y Van Garderen y despejar el camino al podio. Llevan así desde los Alpes. Cada uno, a lo suyo. El murciano se refugió en el grupo; Pinot encontró en la espalda de Jeremy Roy, su compañero, un lugar desde el que seguir fustigando la subida hasta que, alocado, así corre, qué hermoso, cerca ya de la cima, volvió a acelerar para desnudar a Valverde, tumbar a Peraud, que seguía por ahí, y a un puñado de metros descolgar, ¡oh cielos!, a Nibali. Por lo tanto, ¿el Tour es algo más que la lucha por el podio? Ya se encargó luego de desmentirlo el italiano. “Ni siquiera me he quedado”, aclaró, “solo he levantado el pie para coger un botellín de sales”. Tampoco Valverde le dio importancia y dijo que cedió, claro, que el ritmo era muy fuerte, eso también, pero que ya se sabe que Pinot acostumbra a hacer eso para coger ventaja para la bajada, donde sufre más que cuesta arriba.
Bajando, bajando, un kilómetro o así hacia Bagneres-de-Luchon, esperaba casi frío ya, con el chaleco puesto, Ion Izagirre, que se recicló tras su frustrado intento de victoria de etapa, se enganchó al grupo de Valverde y casi le complica la existencia a Pinot. Al francés se le escapó el dorsal del murciano entre tanta curva, se temió lo peor, pero supo dominar el miedo para regresar con el murciano, Nibali y Peraud para frotarse después las manos en Luchon contando la ventaja que le sacaron a Bardet (1:50 en la etapa que le aleja a 2:03 de Valverde además de privarle del maillot blanco que ahora luce Pinot) y, sobre todo, a Van Garderen (3:36 de pérdida en la etapa y 4:48 en la general).
rogers ya lo sabía “No les hemos eliminado, sino alejado. Es cierto que es un paso para estar en el podio, pero aún está ahí muy cerca Pinot”, matizó Valverde tras sentirse fuerte en el primer asalto a los Pirineos y descubrir las bondades de la improvisación al tropezarse con lo que seguramente, qué suculento el resultado, ni él esperaba. Todo lo contrario que Michael Rogers, que sabía que iba a ganar la etapa, “sí o sí”, y lo vio más claro aún cuando a cinco kilómetros de Luchon el Europcar quiso jugar la baza de la superioridad -dos de cinco-, lanzó a Gautier a por la etapa y se encontró con la respuesta del australiano. Sin necesidad de improvisar enfiló al francés, le cogió y antes de que se diera cuenta le había soltado y caminaba hacia la victoria de etapa del Tour que suma a las dos del pasado Giro, una de ellas en el Zoncolan.