“Es que se está hacienda muy duro”, dice Nieve. Y hay que creerle porque a Risoul llega fundido por el Tour, el calor y los Alpes. No mata la bala sino la velocidad. Eso quiere decir el navarro, un tipo de lo más tranquilo y amable. En Risoul no le queda ni eso. Un niño le pide el botellín, lo saca para dárselo, otra mano se cruza en el camino y Nieve lo retira y se rebota. Algo farfulla. Si ni a él le queda paciencia? Imagínense cómo anda la cosa de fuerzas. Están contadas. Tiene unas pocas Majka, que después del Giro no quería venir al Tour, le convencieron y mira, se coronó ayer en los Alpes. Alguna le queda a Purito para coronar el Lautaret e Izoard y salir de los Alpes con el maillot de la montaña. Todas las demás fuerzas las monopoliza Nibali, o CanNibali, como le conocen también por su ambición. En Risoul atacó a cuatro kilómetros, se fue con Peraud colgado a su chepa y acabó tejiendo con otro medio minuto el maillot amarillo que tiene ya casi acabado. Le faltan unos remates, nada más. Cosas que no dependen de él. “Una caída, un problema mecánico?”, mencionó ayer. O que le parta un rayo. Los rivales no son problema. No tiene. Ayer ni Valverde, ni Pinot, ni Bardet, ni Van Garderen se inmutaron cuando se marchó. Vete y déjanos en paz, a lo nuestro. El Tour es de Nibali, inalcanzable. Pero luego hay tantas carreras?
La de la etapa está carísima. Se suda sangre para coger la fuga. La colección de dorsales que figuraban en la de ayer era de asustar. Menuda selección de piernas. Patas negras. Purito, Nieve, Roche, Majka, el chaval Herrada, De Marchi, Yates, Geraint Thomas, Serpa? No les dejaron volar muy alto. Como máximo cuatro minutos. Esa cuerda les dieron. Corta. Luego en el pelotón empezaron a tirar del sedal. A recortar. En el Izoard no valió el trabajo de Thomas, vaya planta el inglés, cuanta clase, para Nieve, que la víspera se sintió muy bien bajo el calor y ya en los Alpes pero le mandaron parar para acompañar a Porte en su desfile fúnebre, la procesión hasta Chamrousse, y ayer, libre ya para volar, no tan bien. “Las cosas de esta carrera”, dijo luego, pero podría haber dicho que las ocasiones en el Tour pasan y no vuelven.
En eso está Francia. Brindando por la ocasión. L’Equipe es el altavoz que llama al pueblo a movilizarse. Échense a las calles, pueblen las cunetas, salgan y griten, coreen sus nombres. Allez Bardet; Allez Pinot. O al revés. Algo hay que hacer para levantar la carrera, el Tour que es el tedio de Nibali sin rivales. Algo hay que vender. La lucha de dos franceses por subir al podio que, ya se sabe, lo del orgullo nacional engancha, vende y calienta el estómago aunque no haya pan como si Brassens hubiese cantado tanto tiempo para nada. Pero luego, de patria nada. De compatriotas, menos. Bajando el Izoard, el Ag2r, el equipo del chaval Bardet, aceleró para provocar el vértigo de Pinot, que, se sabe, compitió en carreras de coches eléctricos sobre la pista helada de Alpe d’Huez en invierno como tratamiento para aliviar ese mal fatal para un escalador que perdía todo lo que ganaba subiendo en los descensos como si fuese Bahamontes sentado comiendo un helado en la cima de la Romeyere. “Al final”, dice Pinot tras esa experiencia que es una terapia de choque, “es cuestión de confianza”. Como la tiene, es tercero y se encara con Valverde, uno viejo y con galones, en Chamrousse, y le protesta y le hace aspavientos -también acepta las disculpas que le hace llegar Gadret al día siguiente en la salida de Grenoble- y le manda un mensaje a un redactor de L’Equipe diciendo que se relajen, que no les echen al pueblo encima, que no son Poulidor y Anquetil, qué va, y que la presión pesa, y que con peso y las fuerzas justitas, ni podio ni nada, otro fiasco, y que son demasiado jóvenes para acabar linchados en París. Y también, cuestión de confianza, él solito se ríe del vértigo, suelta el freno y desenreda el descenso del Izoard para cazar a Bardet y los suyos. A Nibali y Valverde, que también iban ahí.
Quedaba Risoul, donde Nairo Quintana ganó un Tour del Porvenir. Y no quedaban fuerzas. No era el día de Nieve. “En otra ocasión”. Y Purito no tiene tantas. Bastante con recuperar el maillot de la montaña, su propósito en el desayuno. Mientras masticaba cereales, Majka les dijo a sus compañeros, los viudos de Contador, que se metería en la escapada. Y que desde la escapada ganaría la etapa. Es de los pocos que tienen fuerzas. Él y Nibali. Cuando atacó el líder a cuatro kilómetros el polaco tenía un minuto de ventaja. Demasiado lejos. “Ya sabía que ganaba”. Y el italiano, que nadie le seguiría, salvo, casualmente, Peraud.
Detrás se quedaron Valverde, Bardet, Pinot y Van Garderen. La otra carrera. Los cuatro corren por el podio del Tour, las dos plazas que quedan. Es lo que queda. Ellos y Peraud, que ayer se acercó en Risoul, un puerto que se sube en plato, pero como no hay fuerzas... A tres kilómetros y medio, por ahí, Valverde se tocó con Pinot y del incidente fortuito, “por supuesto que ha sido sin intención”, aclaró el murciano, salió su bicicleta herida y mal parada. Se le había doblado la patilla, el cambio no le iba y le saltaban los piñones. “La única forma de que no pasara era meter el plato grande”. Así fue. El atasco mecánico colapsó sus piernas cansadas, se desenganchó del trío y luchó por defender el segundo puesto que conserva, pero ahora con solo trece segundos respecto a Bardet; 29 a Pinot, y 1:02 a Van Garderen, la amenaza americana para la contrarreloj.
“Podemos tener estrategias y deseos por la mañana, pero lo que mandan son las fuerzas y fíjate si están justas las de todos, se va tan al límite, que un problema como ese te puede dejar fuera”, reflexionó luego Unzue, mientras cerquita de ahí el primer ministros francés, Manuel Valls, le desea “fuerza” a Purito, que le podría haber respondido que de eso no queda y que si no, mirase cómo había llegado Nieve de agotado, sin ni siquiera paciencia, él, tan bueno. Un poco más arriba, de todas maneras, el navarro acaba dándole el botellín a otro niño que se lo pide.