LA cita es al mediodía en una pizzería de Gasteiz que se llama Dolomiti, donde la cocina huele a Italia. A bicicletas, Giro, pasta y pizza. A la mesa se sientan el dueño del establecimiento, Paco Galdos, el primer ciclista vasco que vistió la maglia rosa (nueve días en 1975), el primero que pisó el podio -tercero en 1972- y ganador de una de las 24 etapas que han firmado los ciclistas vascos en 102 ediciones, la del Stelvio en 1975, año en que fue segundo tras Bertoglio; y frente a Galdos, invitado, Marino Lejarreta, un alma secuestrada por Italia y su pasión ciclista, ganador de dos etapas, la última hace dos décadas, en 1991, en Scanno, ante Chioccioli, y condenado a una pena eterna: nunca fue maglia rosa. "Me hubiese gustado saber qué se siente al llevarla al menos un día", dice Lejarreta. La conversación va sobre ruedas. Se habla del Giro, de Italia y de pasta al dente, del queso mascarpone y acerca de un hotel familiar en San Marino donde residió Marino unos años.
Todo empieza además con una pizza humeante recién salida del horno de leña. Lleva queso, berenjena y un toque picante exquisito. La pide Galdos.
Paco Galdos: Yo dejé la bicicleta en 1980. Estaba cansado. Había sido toda mi vida ciclista, tenía muchas carreras y entonces fue cuando me di cuenta de que ninguna me servía para aterrizar en la vida. Así que me fui a estudiar a Italia. Estuve trece días en Verona aprendiendo a hacer pizzas. Luego volví y monté el restaurante. Me ha ido bien, pero no creas que sin esfuerzo. Al principio me costó mucho sacar adelante Dolomiti. No fue sencillo.
Marino Lejarreta: Dolomiti, un nombre que tiene detrás lo que viviste como ciclista. Italia, el Giro, los Dolomitas… ¿Ya te sigues metiendo a hacer pizzas?
P.G.: No tanto como antes, pero a veces sí, cuando hay mucho trabajo. La pizza no tiene secretos. Es sencillo, es un juego de niños de cinco años. Es ponerse y hacerla. La masa es lo esencial. Que sea fresca. Luego, es cuestión de mezclar los ingredientes. Oye Marino: ¿tú te acuerdas de Nadia?
M.L.: ¿Nadia? ¿La telefonista italiana?
P.G.: Sí, esa misma, ya veo que tú también coincidiste con ella.
M.L.: ¡Claro! ¡Cómo me acuerdo de ella! Cuando íbamos a correr a Italia estaba siempre allí, atentísima. Era una telefonista que nos conocía a todos. Contactaba con nosotros en el hotel y nos preguntaba si queríamos llamar a casa. Nos hacía la conexión por la patilla.
P.G.: Ja, ja, ja. Era así. Igual que en mi época. Porque tú y yo apenas hemos coincidido. En 1979 y 1980, si no me equivoco. Tú eras un chavalillo delgadito, con cara de niño. Pero aprendiste rápido. En el 80 ya andabas bien, muy bien. No se me quita de la cabeza aquella Volta que le ganaste a Vandevelde. Luego fuiste muy bueno, incluso ganabas etapas sin saberlo, como aquella del Tour. Pero yo me enamoré de ti en aquella Volta. También fuiste líder del Giro, ¿verdad?
M. L.: No, qué va. He estado varias veces cerca, muy cerca, pero no. Fue una pena.
P.G.: Pero fuiste cuarto una vez.
M.L.: Y llegué a estar segundo, en 1991, el año de Chioccioli, pero un día reventé y todo se acabó. Yo coincidí contigo un par de años antes de que te retiraras, pero me acuerdo mucho de los Giros que corriste, de la etapa del Stelvio, los podios, la maglia rosa.
P.G.: Pero a mí lo que me impresionaba era el Tour. Corrí seis Giros y tengo muy buen recuerdo de todos, pero ya ves, me llamaba más el Tour. Aquella carrera me parecía que era increíble.
M.L.: Entonces, entre las organizaciones de las carreras había una gran diferencia. A ti te cogió una época dorada del Tour, la de Merckx. También conociste a Anquetil. El Tour era ya entonces una cosa muy grande, un monstruo.
P.G.: Del Giro nunca olvidaré que siempre había una etapa de sterrato, que eran, ni más ni menos, carreteras sin asfaltar, de tierra.
M.L.: Yo tuve mala suerte con el Giro. La mayoría de los que he corrido han sido los más blandos de la historia. Aquellos de los 80 que estaban siempre preparados para que ganara Moser.
P.G.: ¿Tú estabas en aquel famoso Giro del helicóptero de Moser? Ja, ja, ja. Los italianos son únicos.
M.L.: Sí, en aquel y en muchos otros en los que pasaron cosas parecidas. Me comí unos cuantos de esos. Luego se fueron endureciendo y llegaron a ser más o menos como los de ahora, montañosos, para escaladores. Aquellos me iban bien. Fue cuando empezaron a meter el Mortirolo. 1990, 1991… Entonces llegué a rozar la maglia rosa. Llegué a ir un par de veces segundo del Giro, una vez, a 8 segundos de Chioccioli. Me hubiese gustado saber qué se siente al llevar la maglia al menos un día. Tú la llevaste nueve días, ¿cómo es?
P.G.: Pero no creo que yo haya sido el primer vasco en coger la maglia rosa (se equívoca, sí lo fue, nueve días en 1975). Imagino que Gabika (Patxi) sería el primero -Gabika fue el primero en ganar una etapa, en 1967, cinco días antes que Aurelio González-. Ser líder del Giro fue una maravilla. Vuelas. Eres una persona flotante. Corrí seis Giros y acabé segundo, tercero y cuarto. El año que quedé cuarto ganó Conti, pero fue gracias a que se escapó un día aprovechando que pasaba por su pueblo, dijo que se adelantaba para saludar a sus amigos y familiares, como hacía mucha gente, y ya no le cogimos. No paró. Así ganó el Giro.
M.L.: Eso pasaba mucho antes. Yo he visto a todo el pelotón, incluso a sus compañeros de equipo, tirar a por algunos que lo hicieron.
P.G.: Los italianos siempre han sido muy peculiares, por decirlo de una manera suave. Un día les preguntabas por un puerto que no conocías: ¿Cómo es la Madalena?. Y ellos, tan amables, te respondían: Strada longa (carretera ancha). Luego llegabas y apenas cabían dos corredores en la carretera.
M.L.: Había que conocer a los italianos.
P.G.: Italia es otro mundo.
M.L.: Parece que allí nació el ciclismo. Y creo que es el país donde más se vive. Allí está el alma del ciclismo. El espíritu ciclista de aquella época todavía sigue en el Giro. El Tour, por ejemplo, creo que lo ha perdido. No tiene nada que ver con lo que era antes. Es más comercial, digamos. Un espectáculo que ha perdido el alma.
En esto, llega la camarera a retirar los platos vacíos de pizza. Galdos le pregunta divertido: "¿Sabes quién es este?". La camarera sonríe orgullosa de haberle reconocido y responde: "Claro, Pello -Ruiz Cabestany-".
P.G.: Tú ahora te vas a Italia, a Verona, a donde quieras, y preguntas quién es Marino Lejarreta y lo saben.
M.L.: Hace poco estuve en Milán y me paraban por la calle. La gente allí todavía me conoce. Eso no me pasa ni en Bilbao. El ciclismo en Italia se vive de una manera especial.
P.G.: Y tan especial. En ningún otro lado organizan un prólogo como el que corrí yo en Venecia. Salíamos de la Plaza San Marcos. Nos dieron 100.000 liras a cada uno. El director del Giro era entonces Vincenzo Torriani. Era un tipo especial. Te venía a visitar cuando estabas cenando, a los hoteles. Solía decir: Comer bien, dormir bien y correr poco. Ja, ja. No se me olvidan esas palabras. Era un tipo muy majo.
M.L.: Yo conocí a Torriani. También a Castellano, que llegó después.
P.G.: ¿Y has conocido a Merckx?
M.L.: No, corrí con él por apenas un par de años. Le conocí después. Me impresionó. Es un señor.
P.G.: Yo viví toda su época, desde el año 1969. Una pena que no hayas coincidido con él, era increíble verle correr.
M.L.: A mí lo que verdaderamente me da pena es no haber sido líder del Giro. Llevar la maglia rosa hubiera sido bonito. Corrí siete veces la carrera y siempre he acabado entre los diez primeros. Lo mejor que hice fue cuarto, además de ganar dos etapas. Una en 1991, mi último Giro que ganó Chioccioli.
P.G.: Ese ha estado cenando aquí, en esta misma mesa. Era un tipo muy delgadito.
M.L.: Tenía cierto parecido a Coppi y los italianos se volvía locos con eso.
P.G.: Puede ser que se pareciera, pero lo cierto es que los italianos sacan chispa a todo. A mí me ganó el Giro del año 1975 Bertoglio, que se llamaba Fausto. El periódico La Gazzetta dello Sport tituló en portada: Comme Coppi. Fue tras la etapa del Stelvio, la última. No pude soltarle.
M.L.: Para mí el Giro es una carrera especial. Lo he vivido de una manera muy intensa porque corrí en un equipo italiano, Alfa Lum, viví en Italia y sentí lo que es para ellos el ciclismo, el Giro, las clásicas, la Milán-San Remo. Para los italianos el Giro era más importante que el Tour. Francia no les interesaba. No se trataba de vender su producto diciendo que era la mejor carrera del mundo, sino que estaban convencidos de que lo era. Yo lo he vivido y me infecté de todo ese sentimiento.
P.G.: Claro, ya me acuerdo, tú corriste y viviste en Italia.
Un plato de espaguetis bolognesa que alguien corta con el cuchillo y a Marino eso le parece un crimen -"si te ven hacer eso en Italia te matan", dice-, unas alcachofas con jamón y una merluza a la plancha se despachan en un santiamén y el hueco que queda en el estómago es para el tiramisú en el que insiste Galdos y que a Marino le recuerda la época en la que vivió en San Marino.
M.L.: Cuando era director de la Once y el Liberty, la señora del hotel donde viví mucho tiempo aún se acordaba y me regalaba, cada vez que pasaba por Italia, un tiramisú delicioso, con una capa de queso mascarpone así de gorda -hace un gesto con el pulgar y el índice para señalar el grosor-. Viví en San Marino. Me pusieron una habitación y los dueños me trataban como a su hijo. Mecagüen diez, si a veces iba a limpiar la ropa a escondidas, me pillaba la señora y entonces se montaba gorda. Era una señora que lo lavaba todo a mano, la vajilla, la ropa, las sábanas, y me veía que quería limpiar mi ropa y me echaba unas broncas… No me dejaba hacerlo.
P.G.: Algún año en el Giro hemos llegado a San Marino, pero apenas me acordaba. Fui hace poco. Aparqué abajo, donde el funicular. Es un sitio maravilloso. Y la gente es muy amable.
M.L.: La mejor gente de Italia, las que más me han llenado, han sido los de la Romagna, entre Bologna y Rimini. Son muy sencillos, caseros. Me encanta su forma de ser. La verdad es que a mí me apreciaban mucho en Italia. Atacaba y era valiente. Eso les gustaba. Tenía seguidores.
P.G.: ¿Y la comida, Marino? ¿Y la comida?
M.L.: En Italia se come de cine si te gusta ese tipo de comida. La pasta, las pizzas… Los espaguetis los bordan. Puedes comerlos bien en cualquier chiringuito que encuentres.
P.G.: Eso es verdad, pero mi época fue la del arroz y el filete. No salíamos de ahí.
M.L.: Yo empecé con el arroz, el filete y la Coca-Cola y luego la cosa evolucionó.
P.G.: En Italia, la pasta, perfecta, al dente, y el agua, siempre con gas. San Pellegrino es una de las marcas, quizás la más famosa.
M.L.: Y después de cenar, un helado. Nosotros éramos de Cola-Cao o leche caliente, pero en Italia el ritual era salir del hotel, dar un paseo y comerse un helado.
P.G.: ¿Eso no es indigesto? Lo nuestro era otra cosa: manzanilla y un chorrito de anís. ¿Y a los puertos Marino? ¿Has vuelto a ver esos puertos? Yo estuve hace poco. Fui a ver La Marmolada. Está todo cambiado. Cuando la subí yo era estrecha y saltarina. Cabíamos tres corredores. Ahora es una autopista. El ciclismo ha cambiado mucho en eso.
M.L.: Va a más velocidad porque las carreteras son mejores, más lisas. Aún subiendo, ir a rueda influye mucho cuando antes no tenía apenas valor. Por eso hoy en día cuesta más que se rompa una carrera. Y cuesta más, también, ser atacador, ser un ciclista valiente porque no te compensa. Enseguida te controlan y te revientan.
P.G.: El espectáculo es peor, o menor, claro, pero hay corredores que saben romper la carrera en la montaña. Está Igor Antón, ¿verdad Marino? Tú que sigues mucho el ciclismo, ¿puede andar en este Giro?
M.L.: Puede. Igor Antón tiene características para la montaña, cuanto más dura, mejor. Por eso creo que le viene bien este Giro. Que es duro, muy duro. Otra cosa será la manera en la que resuelve el estrés que se vive en esta carrera, que es mucho.
P.G.: ¿Y Contador? ¿Le conoces, Marino?
M.L.: Sí, claro, fui director suyo hace mucho tiempo, cuando empezó en la Once.