bilbao. El próximo 3 de julio nace también en Holanda, como este Giro, como la Vuelta del año pasado, el Tour de Francia, que pone el acento en los Pirineos porque se cumple el centenario de un grito: "¡Asesinos!". Era Octave Lapize, dorsal 4 de aquel Tour, quien blasfemaba visceral en la cima del Tourmalet aquella primera vez que esa maquinaria de destruir hombres que es el Tour cruzaba una cordillera salvaje, y prácticamente intransitable, por iniciativa de Alphonse Steines, redactor del diario L"Auto, mano derecha de Desgrange, el padre del Tour de Francia. Así que para recordarlo se subirá este año dos veces el Tourmalet, desalmada montaña aún, pero de sobra conocida por los ciclistas, incluso los jóvenes, Contador y Andy Schleck, que temen más a lo desconocido, emboscadas como la de la tercera etapa que acaba en Arenberg, con el pavé, con la estrechez de la carretera, los nervios a flor de piel, la amenaza de una caída rondándoles la cabeza, quitándoles el sueño, el sueño de ganar el Tour. Por eso todos han visitado o visitarán los siete tramos adoquinados de esa etapa. Ya lo hizo Samuel Sánchez, el líder de Euskaltel. Y Contador, que los recorrió junto a Peter Van Petegem, un ciclista de piedra, y dijo que aquello no le asustaba, que habría tensión, sí, pero que al final las diferencias no serán grandes, si es que las hay, y que no le obsesionaba para nada esa etapa. Carlos Sastre, 35 años, 22 grandes en las piernas, cinco podios, una victoria, un tratado táctico en la biblioteca de la mente, cruzó ayer la meta de Utrecht, que conquistó Tyler Farrar, aún jadeante, acogotado, con el susto en el cuerpo. Si hubiese podido, le habría explicado en ese momento al bicampeón del Tour que está equivocado, que el peligro camino de Arenberg será descomunal, que qué no podrá provocar la histeria ese día si ayer, en una etapa de esas que llaman de transición, sin más cepos que un mar de rotondas e isletas, nada de pavé, apenas algún embudo, él, experimentado como es, precavido y atento, se columpió en la fatalidad: a siete kilómetros de meta se encontraba el abulense en la orilla del asfalto, atrapado en la enésima montonera de la etapa, con la bicicleta destrozada y su apuesta por el Giro en el alambre.
"Ha sido una pena porque he estado siempre bien colocado, intentando evitar verme implicado en las muchas caídas que se han producido, pero al final, a falta de siete kilómetros para meta, ha habido una caída justo en la parte delantera del pelotón en la que me he visto involucrado", lamentaba el líder del Cervélo, al que le costó reemprender la marcha, cambiar de bicicleta, y cuando lo hizo, se vio lejísimos del grupo de los favoritos, los dorsales de Evans, Basso o Vinokourov, que corrían despendolados hacia Utrecht. Tiraba el Liquigas. Alguien podría pensar: qué sucio, que poco caballeroso no esperar a un rival astillado. Quizas, pero nada frena a un pelotón en estampida.
A 57 segundos de evans Contra eso remó Sastre, contra la desdicha que le había arrinconado, pero rodeado de sus sombras, los chicos del negro Cervélo, que le reanimaron, le sacaron del bache y le remolcaron hasta el grupo del líder Wiggins, ofuscado el británico, hecho añicos su sueño rosa, que rebozó una y otra vez en el asfalto. También a siete kilómetros. Como Sastre. A Utrecht arribaron juntos 34 segundos después que Basso, Vinokourov y Evans. "Conseguimos ceder lo menos posible para no perder las opciones en este Giro", exhaló el abulense un suspiro liberador, pues salvó los muebles, aunque se dejase otro pellizco importante que le aleja, cuando apenas ha comenzado la carrera, a 57 segundos de Cadel Evans, que es líder inopinado como lo fue en 2002.
Hoy, en Middelburg, el caos puede ser aún mayor. Rezan los ciclistas para que no sople el viento, alfarero de batallas dantescas. Y reza, lo hace todas las mañanas, Cindy, la madre de Tyler Farrar, que sufre cada vez que su hijo disputa una carrera. Hace año y medio a su marido, Ed, el padre del esprinter del Garmin, lo arrolló un coche cuando iba a trabajar en bicicleta. Salvó la vida, pero se quedó postrado en una silla de ruedas que, sin embargo, no ha mermado su espíritu deportista. Anda en una bicicleta adaptada y no aparta la vista del televisor cada vez que corre su hijo. Ayer, Ed y Cindy, vieron a Tyler caerse en una isleta y alzarse para ganar más tarde en Utrecht. Y vieron, también, como una etapa plana ponía a Sastre el Giro cuesta arriba, como si Utrecht hubiese parido un Tourmalet.