Loca batalla bella
Zaballa dinamita la clásica laudiotarra, un espectáculo colosal en el que se impuso Vicioso al sprint
Laudio. Al mediodía asoma por la salida del Gran Premio de Laudio Tino Zaballa, un ciclista en pie de guerra, puro nervio, puro músculo. "Hoy habrá que liarla", dice, y la frase es una sentencia, la constatación de que no será una tarde apacible, de que no habrá tregua, de que la batalla será colosal, de que los corazones correrán desbocados, al límite, hasta reventar. O hasta llegar a meta. Lo que antes ocurra. Asoma el mismo mediodía en la misma salida del mismo Gran Premio de Laudio Ángel Vicioso, un ciclista antagónico a Zaballa, timorato, sigiloso, que habla como se camina a hurtadillas. "Hoy habrá que aprovechar la oportunidad", suelta. Ambos cumplen: Zaballa revienta la clásica laudiotarra, la convierte en un espectáculo loco y bello; Vicioso aprovecha su oportunidad y gana el sprint de los supervivientes. "Es que", dice el aragonés del Andalucía, "esta tierra se me da muy bien". Excepcionalmente bien: ha ganado en Laudio, en la Vuelta al País Vasco, la Euskal Bizikleta, Lizarra y Amorebieta. "Sólo me quedan Getxo y Ordizia para completar el ciclo", bromea. O no.
Lo anunciado: el pelotón saltó por los aires nada más partir. En Altube, al de un puñado de kilómetros, la criba fue brutal. Quedaron en pie trece ciclistas; el resto, temblando, tiesos. Estaban, claro, Zaballa y Vicioso, Egoitz García -sublime el atxondoarra-, Lana, Arkaitz Durán, Saez de Arregi, o los Euskaltel Gorka Verdugo y Beñat Intxausti. "¿A que esa escapada era la buena, la que tenía que haber llegado? Yo lo pensaba, pero mira, no, cosas del ciclismo", reflexionaba luego Zaballa, que no se explicaba cómo habiendo cogido vuelo la fuga -por encima de los tres minutos de diferencia-, cómo estando la carrera reducida a las piernas de alguno de aquellos trece ciclistas, se pudo arruinar todo en un instante. Pero ocurrió. Cuando echó raíces la cizaña, cuando el grupo acabó mal avenido. Y reducido antes de regresar a Laudio.
Lo anunciado: tampoco entonces hubo tregua. A otra fuga multitudinaria se subió también Zaballa. Claro. Por los pelos. Fue el último en llegar a engancharse a una veintena de ciclistas entre los que ya estaban el sigiloso Vicioso, Lastras, Koldo Fernández de Larrea -notable en su reaparición tras recuperarse de la grave infección de oído que le tuvo varado-, de nuevo Verdugo, Azanza...
La primera de las dos vueltas al circuito de Malkuartu y Garate dejó el grupo en los huesos. 12 ciclistas. Quedaban poco más de 15 kilómetros. Zaballa, que si de algo puede presumir es de ser dueño del tesón y la testarudez de la clase obrera, se acercó a Vicioso y le susurró al oído su propósito. "Ángel", le dijo al maño, "no voy bien, así que voy a arrancar hasta que me vaya". La última subida a Malkuartu la hicieron a degüello, como la bajada, como el tramo quebrado hasta empalmar con la cuesta de Garate en el que se despegó el cántabro con el francés Jerome Coppel -23 años, décimo en la pasada París-Niza, la enésima promesa gala- colgado de la chepa. Le impulsaba la rabia de los desesperados. "Aunque sabía que si me pillaban antes de Garate, no llegaba".
Garate, las fuerzas exterminadas, 4,5 kilómetros desde arriba hasta meta, lo coronaron Vicioso, Coppel y Marcos García. Luego, en el descenso, se reengancharon Zaballa y Ferrari. Y el cántabro, sin aliento, volvió a atacar. Le atraparon en la última curva, donde lanzó el sprint García para sorpresa de Vicioso, que reaccionó en el filo, "creí que se me iba", abandonó el sigilo, despertó su ambición y exterminó a las cuatro almas que sobrevivieron a la loca batalla bella.