roubaix. Con Fabian Cancellara se agotan los adjetivos al mismo tiempo que tritura a sus rivales. Si en el Tour de Flandes dio una exhibición histórica, ayer en la París-Roubaix protagonizó la segunda parte de su recital, tan sublime como la primera. Si el Kapelmuur fue el escenario en el que dio la puntilla a Tom Boonen en tierras flamencas, ayer le bastó un simple trozo de asfalto y un descuido del belga para sacudirse todos sus rivales a 48 kilómetros del histórico velódromo roubaisien. El campeón suizo, décimo hombre en la historia que firma el doblete Flandes-Roubaix -el segundo no belga (el primero fue otro suizo, Heiri Suter en 1923)- deleitó en solitario durante los últimos diez sectores de pavés y se permitió el lujo de festejar su gesta durante los últimos dos kilómetros. Incroyable!, se desgañitaba el speaker de la carrera en la meta.
Increíble sería si fuera cualquier corredor que no se apellidase Cancellara o Boonen. Ambos llevaron las riendas de la prueba, la maniataron, pero ni el flamenco fue el de sus grandes días ni el Quick Step pudo con un Saxo Bank crecido al saberse con un matador en sus filas. La escuadra danesa endureció la carrera poco antes del bosque de Arenberg, y a partir de ahí a Espartaco le bastaron las dos espadas que lleva como piernas para reducir a su gran rival. En el mítico bosque que descubrió Jean Stablinski tras trabajar primero sus minas y traquetear después sobre su pavés, Cancellara prologó su posterior monólogo y tomó el mando de las operaciones, con Boonen y Flecha a su rueda, mientras la habitual fuga que se forma en el llano inicial, en la que se coló el alavés Iñaki Isasi, comenzaba a desmembrarse.
Henderson y Sutton (Sky), Klostergaard (Saxo Bank), Wynants (Quick Step), Hunt (Cervélo), Goss (HTC-Columbia), Flens (Rabobank) y Engoulvent (Saur-Sojasun) fueron los últimos supervivientes de la fuga en hincar la rodilla, a 62 km. de meta. Para entonces, Boonen debió de intuir lo que se le venía encima, porque comenzó una serie de ataques que Cancellara hizo que no fueran a ningún lado. El belga, muy vigilado, atacó sobre asfalto poco antes de sumergirse en Orchies, pero Cancellara, Hushovd y Flecha se subieron a su chepa.
Ya en el pavés, lo intentó otras dos veces. En vano. En el siguiente, Beuvry à Orchies, fue el suizo quien porfió y el belga quien respondió.
cancellara y boonen Los golpes de tanteo entre Cancellara y Boonen los aprovecharon los bretones Hinault y Guesdon para asomar y reivindicar a Francia, un país deprimido, que no gana desde 1997, cuando precisamente venció el segundo. El veterano ciclista de FDJeux llegó ayer a Roubaix (19º) por 15ª ocasión, y se sitúa a una de Raymond Impanis, al que ayer igualó Servais Knaven (43º), vencedor en 2001.
La apisonadora suiza comenzó a trabajar a 48 de meta. Su motor lo puso en marcha desde la distancia el propio Boonen, cuando se descuidó a cola del grupo de ilustres. Fue un error garrafal, porque si a Cancellara se le deja un metro, al siguiente ya te ha fulminado. En un santiamén, cazó a Hinault, Leukemans y Hoste, que llevaban un puñado de segundos, y en el primer pavés, Mons-en-Pévèle, un cinco estrellas de tres kilómetros en el que en 2008 Boonen lanzó a Devolder como liebre, el actual campeón mundial y olímpico CRI inició su crono en solitario.
A 30 de meta, el abismo era ya de casi dos minutos sobre Boonen, Pozzato, Hoste, Hushovd, Hammond, Flecha, Bisel, Hansen, Roulston, Leukemans, Mondory, Hinault e Hincapie. Toda emoción quedó en saber quiénes acompañarían a Cancellara, que se incrustó entre los doce ciclistas con dos Roubaix en el palmarés -también ganó en 2006-. Roger de Vlaeminck sigue con cuatro y tras él, siete hombres tienen tres, incluido Boonen.
El podio se repartió a doce de meta, cuando Flecha arrancó, se llevó con él a Hushovd y dejó detrás a Boonen, Hammond, Pozzato y Leukemans. El catalán ató así su tercer cajón, tras ser segundo en 2007 y tercero en 2005. Sus escasas fuerzas y su menor convicción le hipotecaron en el sprint ante un noruego más veloz.
Ambos acabaron a dos minutos de un Cancellara que los últimos dos mil metros los dedicó a chocar sus manos con su director Bjarne Riis, desde el coche del Saxo Bank, y un mecánico, a juguetear con la cámara de televisión, por la que mostró el querubín dorado que le regaló su mujer antes de asfaltar el camino entre Compiègne y Roubaix.