Hazparne

Es la hora azul. El día bosteza, la luz vacila y por esa grieta se cuela la noche para expandirse; el aura artificial de las farolas equipara su destello al último brillo lapislázuli que cae con la dulzura del rocío antes de que desaparezcan las formas y las sombras se adueñen de la calle. En Hazparne corren los faros de los autos como luciérnagas apresuradas; hay luz en las ventanas entrecerradas; y en un menudo hotel levantado frente a la iglesia y el monolito en honor a los niños-soldado muertos en la Guerra de 1914 (la Primera Guerra Mundial); y en los bares de grandes cristaleras donde se escancia cerveza en la más absoluta calma de un viernes cualquiera. En uno, el Xuriatea ostatua, dos ancianos charlan de pie junto a la barra. Sus rostros son simétricos, como el tono de su voz: asépticos, pausados, tranquilos. Y, sin embargo, discuten. "Sobre rugby", aclara Romain Sicard (Hazparne, 1988), el campeón del mundo sub"23 que este año debuta en Euskaltel-Euskadi y que recibe mañana en Bilbao el premio DEIA al mejor deportista vasco de 2009 por sus extraordinarias prestaciones en una campaña coronada por el arco iris de Mendrisio y engordada con el Tour del Porvenir, la Subida al Naranco?

Hazparne es un pueblo tranquilo en el que casi nunca ocurre nada, donde habitan personas tranquilas que nunca se alteran, que pasan por la vida como si ésta fuera un pasillo a medianoche, de puntillas, para que no cruja la madera y nadie repare en su presencia. "La tranquilidad es la palabra que mejor lo describe. Es muy raro que pase algo", dice Sicard, el cuerpo volcado sobre un tazón de café con leche, la mirada deslizada indisimuladamente sobre los dos ancianos, que siguen enfrascados en su debate. El rugby es asunto capital en Hazparne, en Iparralde, donde cohabitan en un palmo dos equipos mayúsculos: el Baiona y el Biarritz. Son rivales incompatibles. Dice Sicard mientras capta los retazos de la conversación de la barra, que en esa cuestión no vale ser indiferente. "Hay que ser de uno o de otro". La cúspide de esa enconada rivalidad es el derbi, un acontecimiento. El último se celebró el pasado fin de semana. "Ganamos 15-0", dice henchido Sicard. Él es hincha del Baiona. Y Unai, un crío de apenas seis años que corretea por el bar, de Sicard.

Unai es el hijo pequeño de Philippe, el dueño del Xuriatea, donde se organizó una fiesta inusual cuando Sicard regresó triunfante del Tour del Porvenir allá por septiembre. Su otro hijo, más mayor, corre en las escuelas del club de Maule. Philippe es un fanático del ciclismo y las paredes de su bar están tachonadas de recuerdos. En un rincón cuelga un cuadro que comprime el primer maillot de aquel Equipo Euskadi de 1994; debajo hay uno naranja. "¿El de Romain?", le preguntan. "No, me lo regaló Chaurreau, que con 17 años ganó aquí una carrera", recuerda Philippe, un tipo diminuto y jovial que sigue la trayectoria de Sicard desde hace años. "Yo le decía a la gente que Romain venía bueno. Nadie me hacía mucho caso porque entonces él estaba en el Blagnac y nadie le conocía. Fue una enorme alegría que pasase al Orbea, imagínate lo de ganar el Tour del Porvenir y el Mundial, y algo que no puedo describir es que ahora esté en Euskaltel-Euskadi, nuestra selección", relata el dueño del bar, quien reconoce que es ahora, "poco a poco", cuando en el pueblo empiezan a saber quién es Sicard, a quien describe como una persona "callada, silenciosa, tímida". "Pero cuando se sube a una bicicleta explota, saca todo el genio que tiene dentro. Es como? Indurain. Sí, Miguel también era callado con la prensa y una bestia en la carretera", ahonda.

Para Philippe, esa personalidad es un rasgo identitario. Así son los hazparnearras: taciturnos volcanes. Ha mencionado a Indurain, el paradigma del contraste entre la persona calma y el deportista bestial, pero apenas tiene que salir del bar para hallar un ejemplo más cercano. Así que desata los brazos y con el dedo señala la pared, un retrato, concretamente: es Xala, el pelotari. "Él es como Romain, callado fuera de la cancha y rabioso dentro de ella", dice Philippe sobre uno de los grandes deportistas que ha dado Hazparne. No es el único. Junto a Sicard y Xala, están Pantxi Sirieix, futbolista internacional con Francia en todas las categorías inferiores y que ahora juega en el Toulouse de la Liga Francesa, o el también pelotari Intxauspe, campeón del mundo sub"23. "A los dos nos hicieron un recibimiento en el Ayuntamiento después de ganar el Mundial", descubre Sicard, que ha permanecido en silencio, jugando con Unai, posando para la cámara del móvil del pequeño.

"Es cierto que en Hegoalde", abunda Philippe, "hay más deportistas de alto nivel, más equipos, más pasión por el deporte, pero aquí también hay una cantera que muchas veces ha pasado desapercibida y se han perdido valores. Creo que los clubes de allí tienen que mirar más hacia este lado para que no siga ocurriendo. Sicard, por ejemplo, si no llega a ser por Euskaltel? Creo que lo que está pasando con él es muy importante, como un punto de inflexión para el deporte de Iparralde y su relación con Hegoalde".

La vida en Toulouse Las sombras gobiernan la calle cuando Sicard propone desplazarse a su casa, situada a cinco kilómetros del centro. Corren los faros de los autos por la arteria principal de Hazparne, una calle adoquinada que rodea la iglesia y donde se concentran la mayoría de los comercios del núcleo. "Es tranquilo, ¿verdad?", dice el ciclista de Euskaltel, convencido de su felicidad. "Han pasado muchas cosas en muy poco tiempo, pero aquí, en casa, me siento a salvo de todo. Es esa tranquilidad de la que te hablo. A las mañanas entreno y por la tarde bajo con los amigos a tomar algo o a dar un paseo. A veces vamos a Baiona, al cine, al estadio a ver rugby...", dice. Iparralde es un lugar paradisíaco para los ciclistas. Apenas hay tráfico y las carreteras discurren por paisajes bucólicos, acuarelas de verdes praderas donde pastan ovejas y vacas, montes salpicados de caseríos, gemelos todos, de blancas fachadas y tejados rojos a los que cantaba Ruper Ordorika. "Lo único malo es que no hay mucha montaña para entrenar", lamenta Sicard, que cuando quiere exigirse en la montaña monta la bici en su Opel Corsa, cruza la muga, se planta en Hegoalde y pedalea por Otxondo e Izpirin, Oiartzun, Lesaka, o baja hacia Elizondo.

No siempre vivió Sicard en esa burbuja de calma que es Iparralde. Hubo un tiempo, después de alistarse con 12 años en el club ciclista de Tarnos, donde conoció a Serge Guerrero -su primer mentor, el director con el que descubrió "los valores importantes del ciclismo, lo que es un equipo, lo que son los verdaderos amigos y también las tácticas, a ser ofensivo e inconformista en carrera"-, en el que tuvo que abrirse camino en la salvaje civilización. Vivió cuatro años en Toulouse cuando fue elegido para ocupar una de las plazas de la Pôle Internacional de la ciudad, una especie de centro de alto rendimiento donde entrenan las futuras estrellas del deporte francés rodeadas de atenciones. "Fue duro, pero enriquecedor", apunta Sicard, quien vivió los dos primeros años en una residencia, "con los demás compañeros", y los dos siguientes en un piso, "con más intimidad", que compartió con Jerome Sudries, "un buen corredor en juveniles que luego lo dejó para estudiar y ponerse a trabajar". La vida en la ciudad no convenció al hazparnearra, que cambió el sosiego por el trasiego, las ovejas por los autos, el tráfico desmesurado de una urbe como Toulouse, "que tiene hasta metro", alerta Sicard.

"Pero aquello le sirvió mucho", analiza su padre, Patrick, en el delicioso salón de su casa, un caserío colgante levantado en mitad de la nada, rodeado del bosque y un silencio ensordecedor, casi místico, que perturba en la oscura noche el susurro de un río cercano. "Es cierto que fue duro para él, pero muy importante. Aprendió a cocinar, a limpiarse la ropa, a preocuparse por sus cosas? a valerse por sí mismo. Fue cambiando año a año, poco a poco. Se hizo más adulto, más maduro. Estar en Toulouse, en aquel centro para deportistas, no sólo le sirvió para desarrollarse físicamente, sino también para fortalecer su mente", reflexiona Patrick, que llegó a Hazparne junto a su mujer Katherine en 1980. Ahora regentan ambos una consulta de fisioterapia. "Romain siempre ha sido un chico tranquilo que no daba problemas ni se metía en jaleos ni era trasto ni nada de eso", dice el padre que recuerda a un niño que jugó a pelota y a pala en el frontón, que practicó baloncesto, rugby y con ocho años se subió Hautacam en bicicleta sin poner pie a tierra ni una sola vez. Fue en 1996, el año el que Bjarne Riis destronó a Indurain. "Fue mi gran ídolo, pero también me gustaban Chiappucci, Bugno, Rominger. Los veía por la tele. En el Tour". Así se aficionó al ciclismo y dejó la pelota, "porque no era bueno", y el baloncesto, y el rugby. "A los 12 años le llegó la hora de decantarse por un deporte y eligió la bicicleta", explica Patrick, que tenía que llevarle todos los miércoles a Tarnos, cerca de Biarritz, a unos 35 kilómetros de Hazparne, para que entrenara con sus compañeros. "Claro, entonces nunca pensaba que llegaría tan lejos".

"¿Cambiar? ¿Para qué?" Ni siquiera Sicard lo pensaba cuando hace dos temporadas corría en el Blagnac aficionado después de aprender en Toulouse junto a Michel Puntous "las exigencias del ciclismo de alto nivel, a ser serio, trabajador, a darme cuenta de que sólo con sacrificio se pueden conseguir las cosas". "En esas dos primeras temporadas como aficionado pude correr carreras importantes en Francia. Pero yo era un ciclista irregular, demasiado para que alguien se fijara en mí", explica Sicard. Y, sin embargo, llamó la atención de unos ojos conocidos. Fue Thierry Elissalde -su antecesor en la Fundación Euskadi- el que alertó a Miguel Madariaga, que se había empecinado en volver a contar con un ciclista de Iparralde en la plantilla, de la existencia de un chaval que había sido campeón de Francia de scratch. "Me siguieron durante todo un año y aquello me motivó. Gané mucho porque ahora mismo hay ciclistas jóvenes en Francia que andaban mejor que yo y que no han logrado pasar aún, y quizás no lo hagan jamás", relata el hazparnearra, quien tardó sólo ese año, 2008, en convencer a Madariaga de su potencial, y sólo uno más en devolver, con creces, la confianza. Ganó en 2009 la Subida al Naranco, el Tour del Porvenir y el Mundial sub"23. Y, sin embargo, fue en una carrera menor, en la Ronde de L"Isard, donde verdaderamente afloró su gran virtud. Es pertinaz el hazparnearra.

"Romain es muy cabezota", señala su padre. "Sí, es cierto", confirma el corredor; "si se me mete algo en la cabeza, es difícil sacármelo". En aquella prueba francesa ocurrió que en la primera etapa se desplomó cuando viajaba en el grupo cabecero a falta de cinco kilómetros y perdió más de siete minutos. "Iba parado". Llegó furioso al hotel, cenó furioso, durmió furioso aquella noche, se despertó furioso al día siguiente y furioso despegó en la base del legendario Plateau de Beille. Sólo reposó en su cima. "Después fue cuando empezó a sonar que podía ir al Tour del Porvenir. El seleccionador vino a mi casa y me lo explicó. Luego fui. Y gané el Porvenir. Y luego, el Mundial". Pero nada de aquello alteró el equilibrio de Romain, que mantuvo su contrato con Euskaltel pese al enorme interés que despertó en Francia. "¿Cambiar? ¿Para qué si estoy bien y tengo todo lo que necesito?". En Hazparne, en la quietud de la noche que se ha cerrado sobre el tejado rojo del caserío blanco de los Sicard.