HAY algo incluso más escalofriante, por abrumador, por soñado, que estrenar el palmarés profesional con apenas 23 años, revelarse como un ciclista de actitud encomiable en carrera y destaparse después ganando por aplastamiento el Tour del Porvenir y prolongar una superioridad inopinada en el Mundial Sub"23: que las palabras de una leyenda, uno de esos seres irrepetibles que hacen grande el ciclismo, te cubran de púrpura hasta el sonrojo. Así brotaron, admirativas, puro elogio, las de Laurent Jalabert, el mito ciclista que al frente de la selección francesa trata de recuperar el esplendor perdido del orgulloso ciclismo galo, al referirse a Romain Sicard (Hasparne, 1986). El genio y la promesa sólo convivieron este año unos días en el modesto hotel Delfino de Lugano, el lugar de concentración de la selección tricolor en el Mundial de Mendrisio. Suficiente de todas formas para que Jalabert acabara deslumbrado, rendido a la genética del ciclista de Iparralde. Dos entrenamientos bastaron para que despuntasen a los ojos de Jaja su "buena pinta" y sus indudables dotes para la escalada. "Sobre todo, es un corredor que apunta a buen escalador", opinó un día antes de que Sicard se convirtiese en Suiza en el tercer ciclista vasco de la historia en ganar un Mundial de carretera, el primero en hacerlo en la categoría sub"23 (antes aficionados).

Fue la proeza de Mendrisio la culminación de la evolución prodigiosa de un ciclista de aparente frágil andamiaje y, dicen, de musculatura inmadura, pues aún le restaría dotar de potencia, de caballaje, a esos zancos eternos que le catapultan, sin embargo, cada vez que la carretera se revuelve y corre loca hacia arriba. Y es precisamente esa virtud escaladora la que desconcierta.

Tras correr en casa, en Iparralde, en escuelas y cadetes, Sicard emigró a un equipo juvenil de los alrededores de Toulouse después de obtener una plaza en el prestigioso Pôle Interregional de la ciudad francesa. En esa especie de centro de alto rendimiento pudo compaginar los estudios y el ciclismo el corredor que este año debuta en Euskaltel-Euskadi tras un fugaz y prolífico año en el Orbea, rodeado de mil atenciones, cuidado, mimado, esculpido en la pista en la que en 2008 logró el título francés en scratch. Por eso sorprende su virtuosismo en la escalada que le ha llevado a ganar, por ejemplo, la Subida al Naranco, la etapa reina de la Ronde de L"Isard con final en Plateau de Beille, el Tour del Porvenir o el terriblemente selectivo -el más duro desde aquel de 1995 en Duitama, Colombia- Mundial de Mendrisio.

El origen de la mutación se halla en la llegada al Orbea, al equipo continental de la Fundación Euskadi, la misma que había abandonado catorce años antes Thierry Elissalde, el primer y único ciclista de Iparralde en correr en la estructura vasca hasta el desembarco de Sicard. Es el propio ciclista hasparnearra el que reconoce que antes de ponerse en manos de los técnicos del Orbea su preparación se limitaba a salir en bicicleta acumulando kilómetros, cuantos más mejor, pero sin apenas intensidad ni objetivos específicos. En la Fundación Euskadi redescribieron su manera de entrenar acercándola más "a los esfuerzos que se realizan en carrera" y, sobre todo, centrada en trabajar en las subidas. De esa forma han despuntado sus ilimitadas aptitudes para la escalada que le han catapultado al estrellato ciclista.

Aunque no es exclusivamente el físico el que soporta el secreto de su éxito. Bajo un manto de humildad y timidez que le hace sonrojarse ante, por ejemplo, las alabanzas de Jalabert, su ídolo de la infancia que dijo sentirse sorprendido por su calma y su predisposición a escuchar, y le convierte en un interlocutor parco en palabras, subyace un carácter rudo, de gladiador. Es pura obstinación Sicard. Tuvo que serlo para ser ciclista en un ambiente, el de Iparralde, entregado al surf, el rugby y los encantos de la noche. Tuvo que resistirse a la presión de sus amigos, a su incomprensión, a la vida alejado de su familia en Toulouse para acercarse a un sueño que alcanzó cuando Miguel Madariaga y el propio Elissalde se encontraron a solas en un hotel de Pau en la jornada de descanso del Tour de 2008 y a la conversación saltó el nombre de Sicard, un chico prometedor, el puntal de la renacida cantera de ciclistas de Iparralde -de la que ya sobresale el juvenil Loie Chetout- que forma junto con Beñat Intxausti, Jonathan Castroviejo o Gorka Izagirre la columna vertebral del futuro del ciclismo vasco; el chico que sedujo a Jalabert.