CieN metros separaron toda nuestra infancia; yo vivía en el portal 10 y tú en el 14 del mismo barrio, Santa Ana, y el mismo pueblo, Ermua. Desde muy pequeños compartimos afición y sueño: el ciclismo, llegar a ser profesionales. ¡Cuántas vueltas habremos dado con la bici por el barrio! Cuesta arriba, cuesta abajo... Siempre persiguiendo el sueño, el mismo sueño. Empezamos a correr carreras en escuelas y luego pasamos a cadetes, juveniles, aficionados, el último escalón. Un día tú pasaste a profesionales. ¡Qué largo el camino! ¡Cuántos kilómetros juntos de entrenamientos y aventuras! ¡Cómo disfrutábamos entonces! ¿Recuerdas aquella vez que salimos de Ermua con las bicis de montaña preparadas con las alforjas, los sacos de dormir, el camping gas...? Íbamos rumbo al bosque de Irati. Fuimos por Francia, y la primera noche la pasamos en un pajar. En la planta de abajo dormía un rebaño de ovejas y en la de arriba nosotros, acurrucados en nuestro saco de dormir. Amaneció, pusimos el camping gas en marcha, desayunamos y continuamos nuestro viaje. En Irati estuvimos cinco días en una borda junto al río sin cerradura. ¡Madre mía vaya frío pasábamos por la noche! No nos quedaba otra que echar leña al fuego.

En otra ocasión me convenciste para que te acompañara en otra aventura. Querías ir desde Ermua hasta el pueblo de tu padre, en Extremadura. Yo tenía 16 años y tú 18, pero eso era lo de menos. Salir ya salimos, pero después de la primera etapa que hicimos hasta Burgos, 180 kilómetros, yo me rendí. Al día siguiente me di media vuelta. Tú, no; tú seguiste el camino y llegaste para pasar allí unos días de vacaciones y regresar luego sobre tu bicicleta. ¡Cómo disfrutábamos de todo aquello!

Cuando tú eras ya profesional, yo aún estaba en el camino, todavía tenía que llegar. Y llegué. Objetivo cumplido. Los dos éramos profesionales. Cada uno con sus sueños de ganar una carrera u otra. Coincidimos en muchas, en muchos entrenamientos. Hablábamos horas y horas sobre todo aquello. Y yo escuchaba tus consejos. Creo que ahora, después de tanto tiempo, ninguno de los dos podemos quejarnos de lo que hemos vivido, del universo que hemos visto, de los amigos que hemos hecho, de lo que nos ha dado la bicicleta. De lo único que podríamos quejarnos, acaso, es de la manera en la que terminaremos: tú con una caída grave y yo sospechoso. No hay problema, Pedro. Porque lo que de verdad espero es que sigamos disfrutando de la bici como lo hacíamos cuando vivíamos separados por 100 metros en el barrio Santa Ana.